Liliana Heer

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Prólogo
Libro
Reseñas

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©2003
Liliana Heer

Libro Tres del Holandés,
comúnmente llamado
Ausencia

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Capítulo 1

Voy a contarte el valor de esas quimeras que dilataban el tiempo y te hacían creer que recién llegabas cuando en realidad era muy tarde y tu tardanza se convertiría en algo difícil de justificar o injustificable. ¿Cómo soportar que alguien de quien no se puede prescindir parta? Tenías que irte "Mi señora", aunque no fueses mía sino mientras en el desván te iba reteniendo. Recuerdo la primera noche, me apresuré a decir una frase que detuvo tus movimientos: "Soñé con mi padre pero eso nunca pudo haber sido, él murió joven, cuando yo era apenas un niño; sin embargo en el sueño era viejo y se encontraba en una sala de hospital mortalmente triste acariciando a la enfermera que suministraba el último calmante de la noche. Él acariciaba un fragmento, siempre el mismo, acariciaba la uña del dedo pulgar de la enfermera”.


Capítulo 2

Imaginé tantas veces la escena del hospital que luego soñé con algo semejante pero no me atreví a hablar; tus condolencias, la impresión generada por esa mentira me produjo un efecto raro. Debía dosificar mis relatos, no siempre sueños o historias de familia, también escenas con otras mujeres que te causasen dolor o versiones sobre ceremoniales: crear un punto neutro entre la curiosidad y el temor. Ritos, sacramentos, liturgias, artificios del canto de los salmos, lógica de la combustión interna, oscurantismo. Pretendía ejercer cierta clase de dominio, un eco donde como espectador reconociese la esclavitud que producían mis palabras.


Capítulo 3

"Dios ha de ser gozado" repetí en voz alta, aun sabiendo que mis mayores esfuerzos tendrían menor inventiva que la naturaleza en el acoplamiento de los crustáceos. Me apropié de una historia de amor, diciendo que años atrás había resuelto comprar una mansión en la bahía, sólo para ver apagar todas las noches las luces en la orilla vecina donde la mujer que amaba vivía con otro.


Capítulo 4

Hablé del dueño anterior, de quien había trascendido su talento para leer en las vísceras el destino. Él leía las vísceras de los peces y las aves en cuclillas sobre la arena, rodeado de mujeres impacientes ante la revelación de un secreto. Desde la flema tibia que separa plumas de escamas, cada una sabía cuándo esos temblores la convocaban anticipando el futuro. Los animales, dispuestos sobre una estera de juncos, atados vivos se arremolinaban y sacudían; los pájaros picaban a los peces y sus ojos quedaban lacerados por la vibración de las aletas.


Capítulo 5

En algún momento me propuse escucharte, quería volver al comienzo, obedecer al nexo sinuoso del júbilo, aceptar, como quien tiene una segunda obsesión que cura la primera y convierte la existencia en oscilante, que nuestra historia instigaba a morir. Con cierto carácter augural, compartías tu vida a la deriva de algunas explosiones. Calles, puentes, barandas, postes, cables negros, ruinas, fábricas, vidrios rotos, baldíos, casas marginando la vía férrea.


Capítulo 6

Yo atravesaba tus relatos deteniéndome en visiones que se adherían como las trenzas de las mujeres ahogadas se adhieren al vidrio hundido durante años en el fondo del mar.


Capítulo 7

Un instinto sutil e infalible me dice que no es lo mismo morir por una mano desconocida que por la propia. No pienso en la muerte, pienso en el dolor que desprende el injerto noble del árbol salvaje y extingue el milagro de la resurrección. Siento el sombrío misterio de una virilidad taciturna que no busca consuelo y prefiere comparar su soledad a la venganza de Dios.