Liliana Heer

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Prólogo
Libro
Reseñas

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©2003
Liliana Heer

El libro Ocho de O`Connor,
comúnmente llamado
Pidgeon house

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Capítulo 1

Escuchar los catorce apartados de Oseas precipitó el orgasmo de O’Connor. A partir de ese momento, su contraseña del éxtasis pasó a ser un recitado palabra por palabra hasta llegar al clímax. ¿Habrá una relación directa entre memoria y catarsis?
Perjurar y mentir y matar y hurtar y adulterar prevaleció, sangres tocaron sangres.
Las bestias del campo y las aves y los peces del mar serán extinguidos. Ellos comen del pecado de mi pueblo y en su maldad yerguen su alma... Yo curaré su rebelión, seré para los hombres alivio y sueño. Los caminos de Jehová son laberintos donde justos e injustos se pierden, mas los rebeldes en ellos sobrevivirán.


Capítulo 2

Autodidacta, filólogo, amante de lenguas clásicas, adicto a los antiguos profetas, O´Connor, retoño bastardo abandonado en las escalinatas de un internado jesuita, pasó los catorce primeros años calcando en la memoria lo que sus ojos veían. Los monjes, asombrados del prodigio, no escatimaron estímulos para multiplicar su saber; tampoco omitieron enseñanzas: figuras paradigmáticas de laceraciones, tormentos y pestilencias en la constante pugna contra el Bien y el Mal.


Capítulo 3

Imágenes atroces solían despertar al pequeño O´Connor en los sitios más extraños. Nada se pudo contra esa fuerza nocturna. Sogas, cordeles, alambres, zunchos y cadenas producían estertores convulsivos porque el soñante necesitaba de su motricidad para huir del infierno. Habiendo probado sin éxito diferentes técnicas para contener al durmiente, los superiores llegaron a creer que estaban ante la presencia de un futuro santo.


Capítulo 4

Inenarrables fueron las lamentaciones cuando una mañana el primer tañido no convocó al penitente. Una cuadrilla de monjes recorrió pulgada por pulgada cada una de las salas del convento. Bibliotecas, dormitorios, naves, confesionarios, hornacinas, grutas, nichos, despensas, armarios, desvanes, todo fue objeto de examen. No estaban preparados para enfrentar la desaparición.


Capítulo 5

El día anterior a su inexplicable ausencia se había perpetrado una barbarie en el palomar. Dos primos a la hora de la siesta dieron muerte a escopetazos a las palomas mensajeras del convento. O´Connor asistió tanto a los azotes y al encierro en un calabozo anexo al campanario plagado de murciélagos, como al operativo llevado a cabo en la cocina. Hervía el agua en inmensas cacerolas humeantes donde las curtidas manos de los monjes cocineros metían las aún movedizas aves para ser desplumadas y luego puestas en frascos con vinagre blanco, rodajas de verduras, laurel y granos de pimienta.


Capítulo 6

Varios años después, los titulares de los diarios anunciaban: El inofensivo O’ Connor es un asesino en serie. Tenían su confesión: aseguró ser el autor de innumerables muertes. Su libreta en la portada decía: “Sólo los buenos estómagos digieren veneno”.