El libro Nueve de la Púber y el Extranjero,
comúnmente llamado
Repetir la cacería
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Capítulo 1
Cuando cumplí catorce años, mi madre propuso que nos
suicidáramos. En realidad, ella no utilizó esta palabra,
fue una simple sugerencia exenta de patetismo. Lo dijo y no lo dijo,
habló del agua y del escollo entre alcanzar la dicha y hacerla
perdurable. Bastaría caer juntas, abrazadas, radiantes.
Capítulo 2
Estábamos en el puerto, hacía calor, íbamos del
brazo como se camina en las pequeñas poblaciones; la sombra de
los cuerpos marcaba la proximidad del mediodía, su lentitud
vegetal.
Capítulo 3
Entre esa mujer y la hija que yo era entonces, todo parecía
estar demasiado cerca. Fluía una corriente de excitación,
una ligera inquietud llena de júbilo. Lo opuesto al “No
teníamos nada que decirnos” que llevó a Meursault a
internar a su progenitora en un asilo a ochenta kilómetros de
Argel.
Capítulo 4
La madre de Meursault estaba en un pequeño depósito. El
resplandor en las paredes blanqueadas a la cal hería los ojos
del extranjero. Preguntó si se podía apagar alguna
lámpara.
-No, la instalación está hecha así -dijo el conserje-, o todo o nada.
Capítulo 5
En un rincón del depósito, de espaldas al féretro,
con naturalidad de araña, una enfermera tejía.
Había asistido a la anciana y presenciado el desenlace.
Prudente, silenciosa, absolutamente lúcida de su función
de testigo, la enfermera atesoraba confesiones, frases dichas en el
duermevela letal de los que no tardan en partir. “Nunca se pierde
lo que verdaderamente se ha tenido” habían sido las
últimas palabras de la madre de Meursault.
¿Estarían dirigidas al hijo?
Capítulo 6
Con mi madre era distinto. Sin embargo, un día emigré a
una ciudad, después a otra y fueron pasando los años pero
no mi apego hacia esa mujer. No sé si el atractivo
residía en las historias o en su voz. El tono de alguien que
accede a innumerables mundos sin necesidad de visitarlos. Ella
conocía el beneficio de la parodia y a la vez era experta en
captar la inmediatez. Gracias a un definido estilo naif,
cultivaba la ciencia de lo no domesticable. Como si hubiese mirado
hasta el estremecimiento logrando ver que era una estafa el matrimonio,
una desolación la soltería, un desvarío practicar
la prostitución, obsceno depender de horarios, una bomba de
tiempo ser mujer.
Capítulo 7
La copia de esa modalidad fugitiva ante los estereotipos me
sirvió de instrumento para actuar con sosiego ante lo
inesperado. Paisaje de jacinto y azufre. Ausente el matiz de
culebrón en que termina cayendo hasta el ideal más sacro.
Capítulo 8
La noche del velorio, Meursault se fue adormeciendo acunado por el
aroma de las flores. Lo despertó un roce. Los objetos
parecían aún más blancos, el depósito
más deslumbrante después de haber dormitado. Algunos
amigos de la madre estaban en silencio alrededor del féretro. El
extranjero sólo podía ver el brillo de los ojos en medio
de nidos de arrugas. Por un instante, tuvo la absurda impresión
de que ese grupo de ancianos estaba frente a él para juzgarlo.
Capítulo 9
-Sólo por humanidad se impide a los ancianos asistir al entierro
-le explicó el director del asilo-. He tenido que hacer una
excepción… ¿Quiere ver a su madre por
última vez?
-No.
Capítulo 10
Pasado aquel verano y otro y otro más, mis rasgos fueron
apartando la infancia hasta cristalizar en una figura de matiz
expresionista. Con tres o cuatro frases de algunos poetas, Nietzsche
por guía espiritual y un chaleco de piel, fui a estudiar a una
ciudad tan grande que apenas podía recorrer sus márgenes.
Criatura de carne, plumas y saciedades, agitada como una serpiente.
Prisa ante lo incontenible, más prisa, prisa de juventud.
Capítulo 11
El extranjero observó al tímido hombrecito: llevaba un
lazo negro en el cuello y le temblaban los labios. Lo observó
caminar rengueando a campo traviesa para alcanzar al cortejo. Poco a
poco el coche tomaba velocidad y el anciano perdía terreno.
Capítulo 12
Bendecida por una libertad apócrifa, oscilando entre el universo
ideológico de la revolución y la magia
mezcalínica, mi lectura de los hechos era surreal. Inútil
sumar anécdotas: lo que otros creían exótico, me
parecía inevitable. Al hablar, mi lengua recortaba sucesos,
introducía minucias en el árbol bronquial; de modo que lo
dicho era también descontado, trufado o mordido, dejando en
suspenso la historia. Interminable como Las Mil y una Noches, con la
salvedad de que sólo pretendía contar una noche, fiel al
ritmo, a la confusión, a la sospecha. Un modo de convertir lo
paradojal en inteligible.
Capítulo 13
Los informes sobre la vida privada no favorecían a Meursault.
Según el juez de instrucción, se había mostrado
insensible durante el velorio de la madre.
-Usted comprenderá, me molesta tener que interrogarlo sobre algo
tan íntimo, pero es importante. Puede llegar a constituir un
sólido argumento para la acusación. ¿Sintió
pena?
Capítulo 14
Cuando el extranjero aprendió a recordar dejó de
aburrirse. Pensaba en el viejo cuarto donde había vivido, se
paseaba por la habitación sin olvidar ningún detalle: las
paredes, los objetos, las superficies, los colores, las imperfecciones.
Había logrado hacer un extenso inventario y ese devenir lo
entretenía. Al mismo tiempo ensayaba recuperarlo todo, ir poco a
poco apoderándose del pasado. A pesar de ser un prisionero,
tenía a su alcance el mecanismo perfecto: un solo día le
habría bastado para vivir cien años.
Capítulo 15
Como quien posee dos discursos, uno crudo y otro cocido, el crudo a
fuego lento se convirtió en carne de mi ficción. Magra
carne desprovista de alas. Salmuera en la sintaxis. Blake decía:
El que desea y no obra engendra peste. Adagio que vuelto al muelle
condena la evitación. Como si hubiera tormentos no
retrospectivos. Como si los anhelos dormidos tuviesen la densidad de
una rémora, una barnacle,
impidiendo avanzar a través de la noche, a través de la
peste para nutrir sus escaras y hacer vibrar en los arcones el
revoltijo de pesar y bagatelas.
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