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Liliana Heer

Reseñas de Ex crituras Profanas

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Conexiones literarias
Por Silvia Hopenhayn
Diario La Nación, Edición impresa
29 de agosto de 2007 

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Juan Libro estaba abrumado por todas las conjeturas, teorías y divagaciones acerca de la cultura del presente y la explosión comunicativa. Con tantas conexiones, hipervínculos, links, chats y webcams, había perdido la noción de empatía. Nunca antes la gente se había comunicado con tantas personas en un mismo día. ¿Acaso esas disruptivas entregas emocionales en la red estarían gestando una nube espesa de amistades fluctuantes?

Juan Libro había notado que al encontrarse las personas en cuerpo presente, era muy común que gran parte de lo versado y conversado se disipara, como si lo expresado en el intercambio virtual no hubiese ocurrido. Se fijó, entonces, en el diccionario, el de varios tomos, y por orden alfabético. No le gustaba la inmediatez de la pantalla: prefería sentir la ventisca del papel cuando se van pasando las hojas, como si esa búsqueda anticipara un hallazgo.

“Empatía: participación afectiva, y por lo común emotiva, de un sujeto en una realidad ajena.” Siguió ventilando los significados y leyó la definición de “ajena” en su acepción figurativa: “Estar desprendido de sí mismo o de su amor propio”. ¿Existiría esa posibilidad en Second Life, el sitio en la web donde la gente promueve su identidad? ¿Cómo pensar en el otro cuando el mayor empeño está puesto en construirse –o enmendarse– a sí mismo? Juan Libro necesitaba presencias más tangibles. Unas voces femeninas lo distrajeron de sus volátiles elucubraciones. Eran cuatro escritoras que parecían estar conectadas, pero no en la red, sino realmente. Intercambiaban ideas, frases leídas, momentos vividos, como si estuviesen tejiendo un abrigo que las cobijara del ruido. Juan Libro reconoció a una de ellas: Luisa Valenzuela. Llevaba bajo el brazo la flamante reedición de su novela Cola de lagartija (Norma), feroz reconstrucción, con excelsitud literaria, de López Rega. La belleza cruda de esas páginas le recordaron la frase de Carlos Fuentes: “Luisa Valenzuela es la heredera de la literatura latinoamericana. Usa una corona opulenta y barroca, pero tiene los pies desnudos”. A su lado, Liliana Heer, siempre dispuesta a escuchar lo nuevo sin afán de perpetuar el presente, tenía un librito fucsia, que establecía un recorrido de su obra, tan ácida como distinguida. Se trataba de Ex crituras profanas, de la colección Semillas de Eva. No muy lejos se hallaba María Negroni, cuya afición al género gótico enriquece sus tramas, sobre todo cuando se trata de abordar la oscuridad de los años setenta en la Argentina, como lo hace en su última novela recién publicada, La Anunciación (Seix Barral).

Con su afable picardía, se arrimó a ellas Tununa Mercado, autora de una novela estremecedora, Yo nunca te prometí la eternidad (Planeta). Las cuatro irradiaban algo que Juan Libro no lograba discriminar, una afinidad creativa, el deseo de comprenderse unas a otras, de ofrecer un espacio libre de saqueos. No había allí la necesidad de ningún marketing editorial para determinar la presencia de un espíritu literario, ni de un blog para propagar sus guiños. La empatía se establecía en el encuentro, en esa forma de involucrarse en la realidad ajena, presenciándola. Juan Libro deseó participar del único y mejor modo en que todo lector puede allegarse a los mundos ajenos: se llevó los cuatro libros.


Diario La Nación

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