Liliana Heer

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©2003
Liliana Heer

 

 

 

Presentaciones de MACEDONIO Para empezar aplaudiendo

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Museo del Libro y de la Lengua
Buenos Aires, 30 de Octubre de 2014

Actividad en tres movimientos:

1º Proyección de dibujos de Vanina Muraro, guitarra de Cecilia Campos y lectura de fragmentos escogidos de los 25 prólogos por Martín Alomo, Ana Arzoumanian, Germán Gárgano, Silvia Hopenhaym y Guillermo Saavedra.

2ª Hablarán sobre la obra Macedonio Para empezar aplaudiendo: María Pia López y Jorge Consiglio

3º Claudio Sánchez, teclado, y Alfredo Slavutzky, percusión traerán a escena compases macedonianos.
Liliana Heer leerá frases del libro
La comarca libros, Tocar palabras, escribir sonidos

Coordinación artística: Macarena Cordiviola

 

María Pia López
Tres verbos para situar lo que hace Liliana Heer en este libro: invocar, traducir y crear. Hay aquí un acto de invocación, una situación mediúmnica: solicitar a un espíritu para que venga a estar entre nosotros. Esta idea en Macedonio está y es una idea que tiene que ver con el epígrafe con que abre la obra de Liliana, que dice “…no hay muerte donde hubo presente, un solo instante de él es seguido por la eternidad.” Esta relación entre instante y eternidad, no podemos rozarla si nuestros pensamientos son capturados enteramente por el historicismo. Recordemos cómo Marx desconfiaba de todo tipo de eternidad o las páginas en las que condenaba el dejar que los muertos opriman como una pesadilla el cerebro de los vivos, o la idea de que recurrir a la historia muchas veces nos condenaba  a tratarla como ropajes que no nos pertenecían frente a un cierto espíritu que había  que reclamar sólo bajo la forma del estricto presente. Invocar desde esos pensamientos historicistas es sólo poner el pasado al servicio de otra cosa que lo vuelve absolutamente contemporáneo. En el caso de la invocación macedoniana estamos en otro terreno.  Macedonio es un pensamiento que nos obliga a pensar otro roce con la historia, atravesado por umbrales e intersticios, instantes en los que se habita la eternidad.
Esta idea de invocación quizá pertenece a una época también. En este momento, cuando se estaba presentando el libro de Liliana, acaba de salir un libro excepcional de Christian Ferrer sobre Martínez Estrada que también es un acto de invocación y se da una obra de teatro que se llama Meyerhold en un ciclo que precisamente se titula Invocaciones y donde Meyerhold es solicitado como portador de una renovada potencia política. Ferrer podríamos decir que lo que está haciendo es reponer la actualidad de un pensamiento pero al tiempo que sostiene la fuerza de lo inactual. En el caso del libro de Liliana, la invocación consiste en el acto mediúmnico de traer a Macedonio como una respiración, un aire tramado de palabras. Yo lo sentía todo el tiempo como la proposición de una atmósfera, si tuviera que decir qué hace ese movimiento teatral y esa atmósfera habría que caracterizarla como una atmósfera discursiva, pero fundamentalmente reflexiva. Es estado de pensamiento lo que nos aparece en esta obra. Por eso este Macedonio que se nos aparece no es fantasma, no es pesadilla, no es ropaje, está invocado de un modo no historicista.
En Para empezar aplaudiendo se invoca a Macedonio para traducirlo. Convertir en personaje a Macedonio es operar frente a Macedonio mismo un acto de traducción y eso lo señala muy bien Jorge Dubatti en uno de los muchos prólogos cuando dice que Liliana hace de la lengua macedoniana un procedimiento teatral. Para que eso resulte en teatro se necesita un ejercicio de traducción. Por eso el segundo verbo que quería mencionar es traducir. De los muchos modos de tratar la lengua que tenemos y diría incluso más que el modo habitual en que tratamos la lengua los escritores, la traducción es un acto de eso que Piglia suele llamar una lectura miope: Un modo de apegarnos a la letra. La traducción exige una cercanía, apegarse al papel a cada palabra a cada sentido para poder interrogarlo y saber qué hacemos con eso. Cuando lo hacemos en el plano de la escritura literaria, en general quedamos arrojados de la palabra, alojados en la razón poética que tiene la palabra, pero en el caso de la traducción implica una autoconsciencia, una reflexión y un ejercicio permanente de sospecha. Eso le da una tonalidad peculiar a esta obra de Liliana que no es sólo como muchos libros suyos, una experiencia de lenguaje. Aquí hace otra cosa, toma una palabra ajena y hace con  esa palabra el ejercicio más miope, poner esa palabra en otra escena.
Invocar es hacer carne, decíamos hoy, pedir que algo se encarne, pero traducir es bien distinto: ponerse en el lugar del otro, para llevarlo a otro lado, para desplazarlo, simular. Cuando traducimos nos investimos de lo otro para desplazarlo a otra lengua, a otro género distinto, discursivo. El lugar común que asocia la traducción a la traición señala que se juega la mimesis para desplazar, para hacer otra obra desde ese punto de partida. En ese sentido podríamos decir que traducir es lo mismo que crear, por eso el tercer verbo que nos permite pensar esta obra de teatro. Hoy se leyeron varios párrafos de los prólogos, yo quería leer un par de párrafos de la obra para que se perciba la sonoridad con que está hecha y la idea de lengua en la que se está tomando. Porque si decimos traducir es crear y crear para referirnos a un trato con la lengua, me parece que también eso implica una disposición que es la disposición poética y política, que es una disposición fuertemente antinormativa, así como no sería la traducción el ejercicio del respeto, la escritura no sería el ejercicio de respeto a un modo habitual, normativo o puro de pensar la lengua. Entonces, quería leerles apenas un párrafo que me gusta mucho: “Un momento espectadores de fines. Todo lo que termina es breve, suena demasiado claro y lo demasiado claro es altamente sospechoso y seguiría encadenando frases con la letra Y, tan dúctil para narrar y tan censurada por los doctos de la lengua siempre dispuestos a superar a Procusto imponiendo falsas reglas, acartonadas poses, falsetes desprovistos del ímpetu espontáneo y la alegría saltarina de encadenar lo que sigue al anterior pujante y apresurado gusto por decir y no decir buscando continuar. Si ustedes me permiten, seré tan cuidadoso como tenaz en incitarlos una y otra y otra vez al siempre más: usen y abusen de añadidos, sigan el eco de mi carácter favorecido por elogios inflamados y esfumados en circulares elecciones sorprendentes muchas veces de lozanos y muchas veces de torpes intentos análogos”
Quería leerles para percibir ese el ritmo y al mismo tiempo ese ritmo es un texto que funciona como manifiesto contra los doctos, es un texto que tiene una función política. De allí el tipo de operación vanguardista peculiar que supone: el de rasgar la actualidad, los consensos que la cierran sobre la experiencia de puro presente, presentando un modo potente del pasado. Insisto, no el pasado que heredamos como conjunto de normas o regulaciones, costumbres establecidas o coacciones –frente a ese pasado hay invención creadora-, sino como fuerza de eternidad, hendidura, suspensión. Macedonio: nombre de esas fuerzas. Heer: sacerdotisa de los ritos de la conjura.


Jorge Consiglio
En Para empezar aplaudiendo  la palabra en estado de fuerza interviene el pensamiento de Macedonio Fernández. En esta obra teatral, Liliana Heer, en persecución del puro devenir macedoniano, escapa a la clausura que implica nombrar y se abre al tanteo como herramienta expresiva. En verdad, las voces en el texto avanzan en capas múltiples de sonoridad que se mueven gráciles en los márgenes de su propia inconsistencia. Son siluetas, láminas delgadísimas de enunciado que proclaman la sustancia de su artificio. Desde ese lugar, soportadas por el humor, el absurdo y la metafísica, se plantean como una desplazada gnoseología. En este punto, las ilustraciones de Vanina Muraro, con sus líneas idénticas a silbidos, rescatan la impronta de cada voz. Los personajes son El actor, Macedonio y cinco discípulos: El bobo, Desandar, Layda, Tantalia y Aspirante a Genio. Liliana Heer organiza con sabiduría la tensión del texto a partir de la “lengua infiel” de Macedonio —en sí misma un imaginario— que pervive como un hálito determinante para cargar de entidad a los personajes y para puntualizar las características del horizonte ficcional. 
En esta obra de Liliana Heer, el hilo que tensa lo dramático es un flujo discursivo de apariencia infinita capaz de conjugar en un mismo movimiento la inmovilidad absoluta y el dinamismo constante. Es una lengua corrida, una encrucijada de voces, un punto de confluencia que sostiene un sentido tan complejo como inevitable. La responsabilidad elocutiva recae sobre todos los personajes y sobre ninguno. En la resonancia de esta ironía, de este desacomodamiento en virtud del secreto, de este balbuceo que tiene tanto de sonido como de silencio, pervive la locuacidad macedoniana —toda una acústica—, pero no como remembranza u homenaje, sino como impronta de un gesto extremo —rayón, cicatriz de la estética— que desbarata lo real entendido como práctica tautológica. Para empezar aplaudiendo hace foco en este punto. Se plantea a partir de una retórica del zigzag que remite al abismo: está constantemente al borde de sí misma; una retórica del eco, de la glosa, del hiato; una poética que esquiva el rigor del decir institucionalizado y persigue “la alegría saltarina de encadenar lo que sigue al anterior pujante y apresurado gusto por decir y no decir buscando continuar”. El efecto es el estallido, la profusión de sentido, el desmadre feliz de la connotación. De eso se trata. La idea germinal, el auténtico anhelo del texto es lograr que “los nuevos espectadores conozcan el CAROZO del estirar sin contar, el realismo sin realismo, ni siquiera por desaliento”.
Para empezar aplaudiendo es la zona de la pura singularidad. Sus nodos de sentido, en fuga constante de lo inmediato, maduran entre lazos suspensivos. En el texto, la condición de pensamiento cuenta con un principio rector: problematizar a partir de lo borroso. Justamente, la operación consiste, como dice Desandar, en multiplicar perspectivas, abrir el símbolo como si fuera una fruta madura. La estrategia que se emplea supone abordar los temas desde lo casual, con un ritmo de charla despreocupada. Se avanza sobre el vacío —presupone el Macedonio de Heer— argumentando desde el vacío: el lenguaje nace —y brilla— entre los pliegues de su oquedad. Los otros ecos que atraviesan la obra, siempre radicalmente macedonianos, son el tiempo y la música, quizás como memoria del tiempo. En ellos también se articula lo inaudito, persiste la resonancia y el misterio del sondeo metafísico. En todas estas cuestiones radica la pericia con que Liliana Heer ha escrito su obra. Cada enunciado de su Para empezar aplaudiendo sostiene en su filigrana la fragilidad de su devenir palabra y la materialidad del pensamiento. Festejemos el hallazgo. Disfrutemos con cada reflejo.

 

Frases del libro leídas por Liliana Heer en la presentación, acompañadas por el piano de Claudio Sánchez y la percusión de Alfredo Slavutzky.
Museo del Libro y de la Lengua

1  Hoy habrá ausencia de Dolor y de Verdugos, perdamos la calma esperando que lleguen. Sólo por no haber Muerte en esta Sala, podemos ser dichosos.

2  La cuestión es dar vuelta todos los inventos, ir de la luz eléctrica a las  fogatas.

3  ¿Qué podemos decir que aún no haya sido dicho?    
  
4  Atravesando el horizonte, los tubérculos, el humor, las pedrerías o las cortesías, ningún plagio es sencillo, depende del seso y del exceso.    

5  Si hubiera alguna cosa por dudar, no habría que desecharla.

6  Al Maestro hay que regarlo, no ahogarlo.

7  Violetas… Violetas… Y una Eterna.

8  Pensemos en dichos que conserven los agujeros, los piolines de papeles desenvueltos, las migas, las hormigas.

9  Un misterio reír cuando una mano palpa, la propia mano sólo produce  efectos neutros.

10  Sería ventajoso no derrochar pólvora en tragedia

11  Anarquía, convengamos, nunca hay suficiente

12  Cuidado con la propia dicha, a veces es conveniente ni mirarla ni tocarla.

13  La felicidad debilita, nos torna frágiles, vulnerables, subyugados. Nos atrevemos a confesar secretos asombrosos en cataratas apasionadas de vivacidad y sortilegio. Cuántas veces dijimos: soy tan feliz que preferiría no amanecer mañana.       

14  Seguir así es igual a continuar una escena diferente.

15  Recuerden que pocos tienen expectativas de epílogo, despídanse de esa promiscuidad. Nadie ignora que todo final es un simulacro.

 

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