Liliana Heer

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©2003
Liliana Heer

 

 

 

Presentaciones de MACEDONIO Para empezar aplaudiendo

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Escuela de la Orientación Lacaniana
Buenos Aires, 20 de Octubre de 2014

Coordinación: Artura Frydman

Macedonio, para empezar aplaudiendo
Por Luis Darío Salamone

Quisiera pedir un aplauso... Para ser coherentes con el libro.
Como el libro tiene veinticinco prólogos había pensado en escribir un epílogo. Pero hacia el final de la obra el mismo Macedonio nos dice: "recuerden que pocos tienen expectativas de epílogo". Y además queda claro que se trata de algo que aspira a permanecer abierto.
En el momento de encontrarme, por la gentileza de Liliana Heer, con este libro, estaba poniendo a punto los textos de un seminario sobre topología que dicté en el ICdeBA y elegí como epígrafe general algo que fue escrito por Jacques Lacan durante una Navidad, feliz coincidencia, justamente lo extraje de un prólogo y le va muy bien a este libro que tantos prólogos tiene. Lacan nos dice, y lo arranco de su contexto para sumarlo como prólogo de esta obra: "Partamos del asombro".
Hace muchos años, como muchos de nosotros, en una tarde de abril, lo se porque mi obsesión hacia que feche los libros que pasaban a formar parte de mi biblioteca, descubrí a Macedonio de la mano de Jorge Luis Borges. Él había heredado su amistad de su padre. Desde que escuché el título de su libro: "No toda es vigilia la de los ojos abiertos", me pareció que el mismo era insuperable. Si bien lo primero que nos evoca inevitablemente el libro de Liliana Heer es a otro libro de Macedonio, al "Museo de la novela eterna", con su exposición de prólogos. Digo exposición porque es a lo que nos invita un museo.
Macedonio es un escritor ineludible de nuestra literatura, que ha influenciado a muchos escritores argentinos. Como suele ocurrir, no se sí muchos argentinos han leído su obra. Solemos frecuentar eso de que nadie es profeta en su tierra.
En una presentación de un libro me gusta decir algo sobre mi relación con el autor o la autora. Conozco hace años a Liliana Heer por su obra, pero ha sido en el último que he tenido la posibilidad de compartir espacios con ella. Fue en tres movimientos.
Primero me invitó a unas jornadas que inventaron con Arturo Frydman, al cual quiero mucho y con el cual sí hemos trabajado hace muchos años, que se llaman "La autopista de la palabra", este año se hicieron en la Biblioteca Nacional y allí se entrecruzan la literatura y el psicoanálisis. Liliana me encomendó trabajar tres libros de tres autores que no conocía y que no se conseguían en ningún lado: Martini Real, Bruzzone y Copi. Después de consultar unas treinta librerías y buscarlos inútilmente en Mercadolibre me sentí un poco molesto, pero después de conseguir los libros, dos en formato digital, fue el hecho del año, propiciado por alguien, al que más tengo que agradecer. Los libros me dejaron en el medio del desconcierto. El libro de Copi, "La internacional argentina", ha sido uno de los mejores que he leído, allí un poeta mediocre es promovido para que se presente como candidato a presidente de la República Argentina. Quizás poco sepan que por 1927 Macedonio Fernández se postuló como candidato a la presidencia de la Nación, pero más que con una intención de ganar un espacio político, lo que le interesaba era una excusa para lanzar una campaña electoral surrealista. Su decisión se basó en algo muy simple. Muchas personas están decididas a abrir un kiosco, muy pocas a ser presidente de la república. La conclusión en muy simple: resulta más fácil que tener un kiosco, ser presidente de la república. Lo venció en las elecciones un tal Hipólito Yrigoyen.
Después tuve el gusto de asistir a la presentación de este libro en El museo del libro y de la lengua. Creo que no podría existir una presentación mejor. Además de dos presentadores formales, había música de fondo y a veces en primer plano, fragmentos, música que no llegaban a hacer una canción, cinco personas leyendo fragmentos de lo prólogos, y Liliana, con mas música, interpretando fragmentos de la obra.
El tercer movimiento de mi encuentro con la autora es este, la presentación en la Escuela de su libro. Ser elegido para escribir un prólogo o presentar un libro me parece un gesto de máxima confianza, el cual agradezco enormemente. Además hasta ahora ha habido menos presentadores que prologuistas.
Es esa estructura fragmentaria lo que precisamente caracteriza el ejercicio que hace la autora con la lengua, pero no es al estilo de un rompecabezas que se va armando con sus partes bien delimitadas y que encajan perfectamente. Son fragmentos que no empalman, podemos tomar el título de un libro de Miller, "Piezas sueltas" para caracterizar incluso lo que aparecen como diálogos. Y de fondo, siempre perturbando, pulsando algún instrumento musical, como en la presentación anterior del libro, en los límites del sonido, la figura de Macedonio.
He leído un texto de Noé Jitrik, que me ha facilitado Blanca Sánchez quien está cursando en la UBA un doctorado en letras, titulado "Notas sobre la vanguardia latinoamericana". Allí cita a Hector Libertella que se refiere al "ataque realizado a las formas literarias naturalizadas por un hábito social", quizá no sea un requisito tan definitorio la actitud de ruptura, pero en este caso está presente. Como lo plantea en uno de los prólogos María Pia López: "Heer emprende esta disolución del teatro bajo el nombre de teatro", por mas que los personajes estén para darle vida a la obra, en verdad están al servicio de las vueltas de tuercas del lenguaje, que permiten mostrarnos sus aristas, explorar sus texturas, no buscando un sentido, sino ese límite, ese litoral que nos deja a la orilla de lo real. Y, contrariamente a lo que plantea el actor, uno de los personajes, termina paseándonos por las espesuras de la nada.
Leer este libro es como viajar a una playa lejana, para recibir una brisa de lo real, cuando golpea el oleaje del lenguaje contra su propio muro. Y recibir los rayos quemantes de un sol, ese del cual Lacan nos recuerda que, al igual que la muerte, no podemos mirar de frente.
Tampoco se trata de una búsqueda de lo original. Desandar, una de las voces, lo dice: "Lo original no existe o mejor aún, nunca hubo lo nunca habido. Todo se parece a media luz, aunque haya dichos que despierten simpatía". Así avanzamos en la obra, en esa media luz que evoca el medio decir de la verdad que Lacan le debe a Baltasar Gracián, explorando las textura del lenguaje.
Sin dudas el libro de Liliana Heer merecería figurar entre los "Atípicos en la literatura latinoamericana" que ha descripto Noé, capaz de conmover un poco ese edificio de la historia de la literatura, pasando a formar parte de su fundamento, dando origen a algo nuevo, siendo un laboratorio de significación, presentando el funcionamiento del inconsciente a cielo abierto. Sabemos que Lacan decía en su Homenaje a Marguerite Duras que el artista en su materia siempre le lleva la delantera al analista, y que no hay que hacer de psicólogo donde el artista nos abre el camino. En este libro no parece tratarse de tal o cual media verdad descifrada, estamos ante el funcionamiento mismo del inconsciente que, por esa extraña topología que le es propia, irrumpe, y es atrapado en unas páginas por una red de mariposas para soltarlas frente a nosotros y que aleteen ante nuestra mirada. Ahí están las letras flotando en el vacío.
Si la práctica de la letra, como nos decía Lacan, converge con el uso del inconsciente, esa conjunción se presenta como pocas veces ha sido posible, por la doble pertenencia de la autora a los campos de la literatura y el psicoanálisis.
Resulta interesante  como se presentan a lo personajes. El actor está "dispuesto a turbar, disponer, repetir, callar, desaparecer. Macedonio "dice frases en el instante justo no se sabe cuando" y agradece el silencio... Se parecen demasiado en esto a un psicoanalista.   Y busca una música sin ritmo. "Los discípulos medio existen, no parecen vivir fuera de lo que han leído". El bobo es parecido a la función del yo, que siempre es boba, captura la armonía, procura transmitir "melosos infantes recuerdos ajenos"; y si bien gusta del chiste, también de clasificaciones y generalizaciones y de completar argumentos. Desandar es más vecino de los significantes que de los significados. Tantalia sabe del amor y el desencanto y con frecuencia interpreta; dice por ejemplo: "Al Maestro hay que regarlo, no ahogarlo". A Layda le ronda la muerte y por eso la muerte puede hacerse comprender. El aspirante a genio supone saberlo todo, asevera, crítica y juzga y se parece en esto un poco al superyó. Pero también se pregunta por la imposibilidad del amor: "Somos personajes. ¿Cómo dar lo que no tenemos?". Revela la técnica de Maceconio, la del pica piedras de certezas, evocando al cuchillo sin hoja al que le falta el mango, dejándonos con nada entre las manos. También advierte "un chiste explicado es mortadela".
Me gustó mucho la idea de Arturo de pensarlos como encargados en los puesto de una kermés, parados en la puerta de su sala, vociferando su atracción.
Un prólogo aparte merecen los dibujos de Vanina Murano que irradian un gracia muy especial, llenan el libro de personajes jocosos y, si bien dan la sensación de una línea continua, no dejan de ser seres fragmentados, seres solitarios y haciéndole frente a la vida con cierto humor. Germán Gárgano escribe sobre los dibujos de Vanina: "El deambular de la línea se acerca más a la fluidez de la palabra que a la solidez de la mancha".

Me gustan las contingencias que generan cierta extrañeza. Y me preguntaba cual habrá sido la razón de este encuentro al cual he sido llevado por la generosidad y confianza de Liliana que apenas me conoce, a mi, justo a mi, que me encanta la literatura clásica, los cuentos redondos con comienzo, desarrollo y final, las moralejas y alegorías, los mitos y leyendas, la música melódica, las canciones que cuentan historias y la pintura figurativa. Porqué, justo a mi, me metió en esas Autopistas de las palabras con esos autores extraños, que le escapan al sentido, y ahora me pide que presente un libro de características tan atípicas. Son encuentros que para mí han tenido la sorpresa que tienen los mejores chistes. Porque sin duda nuestro estilo es otro y quizás eso permita una alquimia particular entre nuestros discursos.
Macedonio, que decía que la muerte era sacarse el sobretodo, era un hombre sumamente friolento. Consideraba que la verdadera tragedia no era la muerte, era la falta de amor.  Sabemos que el amor vela y puede develar la inexistencia de la relación sexual, el desencuentro.
Para mí, la verdadera tragedia, cuando falla el amor, es la falta de humor.
Por eso, cuando Liliana me dedicó este libro, escribió: "Para que Luis Darío se sonría..."
Y en esto coincidimos con Macedonio, con Liliana, y con todos aquellos pasajeros, que quieran abordar ese barco que nos aleja de la tempestad a la que empuja el superyó. Utilizando, arrebatándole como podamos, su energía que empleamos para otros fines, sublimación si quieren llamarlo así.
Para poder reírnos de la muerte, para poder reírnos de la vida.
Para vivir a contramano, para comenzar aplaudiendo.
Cuando Liliana me invitó a la presentación de este libro la memoria me llevó al primer poema de Macedonio Fernández que leí y que me dejó atrapado para siempre en su obra, su título puede parecer un susurro del superyó: "Hay un morir". Pero si lo escuchamos atentamente, por el contrario, es un intento de arrancarle otro día a la muerte gracias a la poesía:

"No me lleves a sombras de la muerte
Adonde se hará sombra mi vida,
Donde sólo se vive el haber sido.
No quiero el vivir del recuerdo.
Dame otros días como éstos de la vida.
Oh no tan pronto hagas
De mí un ausente
Y el ausente de mí.
¡Que no te lleves mi Hoy!
Quisiera estarme todavía en mí.

Hay un morir si de unos ojos
Se voltea la mirada de amor
Y queda sólo el mirar del vivir.
Es el mirar de sombras de la Muerte.
No es Muerte la libadora de mejillas,
Esto es Muerte. Olvido en ojos mirantes."

 

Liliana Heer, macedoniana
Por Walter Romero

El mundo (o la Contingencia), como diría Macedonio, nos pone en este sitio para presentar este libro de Liliana Heer que es, en definitiva, una soberbia experiencia de vampirización literaria. La forma teatral elegida es el witz o el gag, una suerte de comedia física de las palabras y de los actantes, que en su teatralidad invoca la preferencia macedoniana por la oralidad y la resistencia  a lo escrito, lo inmóvil, o como diría Derrida lo testamentario, el grafema. Toda la literatura de Macedonio es una expresión charlista de eso que llamamos literatura, es un puro fenómeno (formalista) de la voz, y la literatura es –puramente- del orden de la voz o de sus formas alucinadas, muy presentes en esta pieza: la voz como lo irreconocible, lo más inquietante de uno mismo y de los otros,  acaso de esos otros que que a uno lo hablan.
Hay vampirismo, entonces, pero también ventriloquía en esta experiencia de Heer. El libro retoma la parodia, o la parodia de la parodia que es la versión última de las cosas y es la manera de crear género. El efecto es de pura irrealidad porque Macedonio (como lo hizo antes Flaubert con la irrealidad incrustada del gorro de Charles en su Madame Bovary) fue uno de los primeros entre los nuestros en sabotear al realismo, en declararle la guerra; en esa tensión, la obra de Heer se vuelve un puro teatro metafísico, de trama fracturada, con prólogos interrumptus, y haciéndose cargo de una lengua, a su vez, muy craquelada, o a instancias de una inminente y franca disolución.
La literatura de Macedonio es la literatura hecha con el puro procedimiento; Heer se hace cargo y lleva –en la mímesis de ese gestus- el procedimiento en su estado paroxístico al lugar central de la fábula, en Macedonio siempre atomizada o minúscula. Aquí hay más prólogo que texto en sí; la exégesis vale más que el texto mismo. Heer coloca a Macedonio no ya dentro del dominio del teatro, sino en el campo de la “instalación textual” contemporánea, sostenida por el tembladeral discursivo, pero montada en un tinglado donde todos los verosímiles se han disuelto. Este es un libro artefacto, hecho para el juego de un género nuevo: la literatura artifictial: Dominio de una fictio y evidencia de la máquina teatral.
Sabemos que Macedonio escribía en papelitos, en bordes de servilletas, en restos de formularios o actas notariales en desuso, en el reverso de las demandas judiciales, en tiras sobrantes de papel. (Pienso en las peculiares maneras de escribir de Kavafis y sus hojas cosidas, de Sade con sangre y en sábanas y paredes, de Proust y sus paperolles, y, en nuestro ámbito, Pizarnik). Son papeles de un “siempre llegado” para crearle una alternativa  a todos los ismos conocidos y por venir. La escritura debe mostrar su materia y el lector advertirla. Heer duplica la operación: en este teatro que se lee el lector es espectador y partícipe de ese juego de referencias, mil veces potenciado.
En la pura contemporaneidad, la obra debe contener la maqueta de la propia obra. Macedonio ha sido y es, aún, el más grande de los escritores autotélicos: la obra remite a la obra. Y en Heer, en la saliente, en el borde, se escribe una obra que se espirala hacia ese Macedonio que no está afuera sino dentro, como ectoplasma agrandado. Y es, a su vez, una literatura del inicio de esa operación siempre nueva, siempre en la dimensión proto y proteica: libros engordados (Pienso en Katchadjian y su “Aleph engordado” o en su “Martin Fierro en orden alfabético”) por los prólogos, o como decía Borges “libro hecho de prólogos”. En la hipertrofia de los procedimientos, ahí es donde vive el Macedonio que Heer quiso representar. En el gusto por el reborde, por lo perigráfico, en el placer obsceno  por el prolegómeno.
Para empezar aplaudiendo es, a su vez, el revés de Para terminar aplaudiendo, y en esa instancia es un libro que entabla con el mundo (o con la contingencia macedoniana) un efecto de reversibilidad. Dos textos que se acoplan en Macedonio insisten con este juego cóncavo y convexo. “El zapallo que se hizo Cosmos” y el Sr Ga: “Un paciente en disminución”. O lo que se engorda o lo que languidece y se desintegra. De esas fases, en pos de un asalto a la Belleza, la obra de arte de Heer intenta una suplantación, como el Zapallo que quiere ser Cosmos. Fenómenos de suplantación, de ponerse en lugar de, para actuar la hipérbole o sentir la litote y la elipsis continua. Esta obra es un fruto ficcional que se agrande en el borde los prólogos para dejar al señor gag en estado de latencia y efecto teatral. La obra en sí es el deus ex machina. Es una obra arrancada o con destino de satélite disparatado de la summa macedoniana,  acaso en el gesto también reconocible de Macedonio que solía arrancar páginas de las novelas que leía en su placer por “adelgazar” al objeto. La realidad se craquela; el yo autoral se disuelve. Los personajes son entelequias.
Es conocido el polionomato de Macedonio, las formas en que dio en llamarse: El Bobo de Buenos Aires, el sr López, el Desconocido, pero hay dos que nos reclaman en esta pieza de Heer: El mártir de la reposición (teatral, diría yo, reposición teatral de su obra toda) y el artista del rehacer, el que siempre emprende la tarea siempre recursiva, siempre recidiva y radial. “Los paréntesis hablarán por mí”. La didascalia se come al parlamento. La sombra del sentido -bien zurcido- fagocita al poema. Hay maniquíes y backligths; y el lenguaje, como en Jarry o Ionesco, se ha vuelto mueca: “Pongamos las pretensiones bajo la lengua”. No hay otra faena más literaria que la autocita, o la cita de citas,  que vuelven espeso el texto hasta que explote o se atomizan hasta que un pie sea sinécdoque de la Nada y la continúe. “Trato y retrato”. Ya lo decía Macedonio: “Lo demasiado claro es sospechoso”.
 Por eso, entre el gag y el teatro metafísico, también hay algo de cachada entendida como dispositivo. Es a este público impagante, a este público que está por acontecer, a quien le tocará salir de esta siesta conferencial, en el sentido macedoniano para arremeter con la obra y transformarse en la poco disimulada raza de los “lectores de comienzos”, o de los lectores salteadores. No se lee jamás el núcleo, sino el bies del texto, nos enseñó Macedonio. Todo lector así es leído por la obra. De nada sirve la “boqui-abriencia” audiente, la Risa debe darse toda entera. Lo sabemos y nos lo recuerda este metafísico escritor filósofo: ninguna especie anterior a nosotros se dejó conferencias.
Debajo de esta presentación, quiera Dios que haya cachada. Si alguno de ustedes ha intentado el dormir atento,  no quiero ser el perorador. Este libro de Heer pertenece a un género supino: lo inenmandable, porque está en contra de los gramáticos o de los profesores como yo  -que enseño Macedonio en el mismo Colegio Nacional donde él estudio- y porque de lo único que se trata es de reconocer la amistad de las palabras por las frases en boca de uno, Deunamor, de Todoamor, de Layda o Adelayda, de Ella sin Sombra, de Elena BellaMuerte. Siluetas todas o filigranas, o, como dice Horacio González, “pura fantasmagoría textual”, que Heer supo acometer poniendo el efecto antes que la causa.
 Si hay que hacer un brindis, género que Macedonio amaba, que sea para el autor de No toda es vigilia la de los ojos abiertos (el título más bello de la literatura argentina) y para Liliana Heer.-

Carlos Dante García       

Quiero en primer lugar, agradecer a Liliana la invitación que me ha hecho a presentar su libro porque me dio la posibilidad de leerlo de una manera que se la llama, “para una presentación”. No es lo mismo que leer un libro cuando no se ha de decir algo para otros.  Me he detenido en él con el fin de extraer algo para ofrecerles a ustedes y hacerlo lo que se llama social, presentarlo en lo social. Es de destacar algo que ya mencionaron los que me precedieron; una coincidencia. Walter Romero dijo que era un libro artefacto, esto es un libro que se presta a más de un uso. Luis Salamone dijo, citando y trayendo como referencia a Noé Jitrik que se podría incluir el libro de Liliana dentro de los libros atípicos, cuando mostró el grueso volumen “Atípicos en la literatura latinoamericana”. Las dos menciones son justas. Por mi parte, la primera impresión que tuve al leer el libro fue que es un libro raro. Es un libro extraño y poco frecuente. Está construido por los agradecimientos, por 25 prólogos y por una breve obra de teatro de tres actos. Los 25 prólogos están escritos por 25 autores que no son Liliana y de esos 25 autores no todos son escritores; hay dos psicoanalistas. El libro de Liliana tiene algunos rasgos de la escritura de Macedonio pero como ya aprecian, también cosas muy distintas.
De Macedonio se han dicho y se seguirán diciendo muchas cosas. Piglia en un bonito documental ha dicho que Macedonio es la literatura argentina. Germán García en su libro Macedonio Fernández: la escritura en objeto dijo que en su escritura su lenguaje es sorprendente ya que se fragmenta y se organiza según tensiones difíciles de comprender. Que ninguna señal indica la entrada o la salida de sus textos: se entra y se sale por ningún lugar. Coincide entonces con la imagen que nos acercó Luis Salamone cuando dijo que la escritura de Macedonio le evocaba figuras topológicas al igual que el escrito de Liliana. Habiendo argumentado sobre la condición subjetiva de Macedonio basada en la melancolía, su tesis es que el lenguaje de Macedonio es transformado en objeto. Nuestro actual presidente de la A.M.P, Miquel Bassols ha dicho en “Macedonio Fernández, la nostalgia de la página en blanco”: “Macedonio Fernández viene a ser así uno de los mejores antídotos contra el “todo lleno” al que nos empuja en la civilización la promesa del goce absoluto. Parece que casi nunca pensaba en publicar y que fue por la insistencia y el cuidado de sus más próximos que nos han llegado finalmente sus escritos. En el universo literario, si existe algo así, se nos aparece él mismo como el personaje de uno de sus chistes del aún no, esos chistes que no se ríen de inmediato porque requieren un tiempo de espera, cierto vacío, cierto tiempo de comprender. Por ejemplo: “había tan pocos que faltaba uno más y no cabía”. Es seguramente este el lugar que le cabe ocupar a Macedonio Fernández en la literatura universal, el de no llegar a caber si faltaba uno más... por si ese que faltaba fuera él. Ese lugar llegó a hacérselo, casi sin proponérselo, a través del vínculo especial que mantenía con la página en blanco, con su paciente escritura no exenta de ambivalencia ante objeto tan paradójico. De hecho, Macedonio buscaba y evitaba la página en blanco, como un fóbico y un nostálgico a la vez de su ser de objeto. Se identificaba así con su estructura antinómica al aparecer él mismo en ausencia, con ese rasgo de no estar nunca ahí donde se lo esperaba, recién venido siempre de Otro lugar. La escritura, decía Freud, es el lenguaje del ausente y es por la magia de la misma escritura que se hace existir también este lugar. Desde ahí viene y escribe Macedonio Fernández. Este lugar de la letra, lo sostiene y lo hace presente de manera especial en la página en blanco en la que llegó a encontrar el defecto más íntimo de la literatura”
¿Qué dice Liliana Heer con su Macedonio para empezar aplaudiendo? Cuando leí el libro por primera vez lo hice con curiosidad y quedé medio perplejo, no entendiendo. Ese momento de lectura me evocó la novela Museo de la Novela de la Eterna. Me evocó la presentación de la novela. Les recuerdo que es un texto que Macedonio mismo lo presenta como una novela de lectura de irritación. Mi efecto subjetivo al leer el texto de Liliana no fue de irritación en el sentido de una molestia sino que me evocó lo que dice Macedonio de su propia novela al presentarla: es una novela de lectura de irritación. Una novela de lectura de irritación es una novela que no busca entretener ni informar. Es una novela que produce confusión. Proponía la fragmentación y el quebrantamiento de la estructura de la obra que tenía como objetivo una estética que denominaba “Belarte Conciencial”, esto es, crear sensaciones. Decía citándolo: “Sería un fracaso que el lector leyera claramente cuando mi intento artístico va a que el lector se contagie de un estado de confusión… Es más, al lector hay que enfrentarlo a una lectura de ver hacer… leerás más como un lento vivir viniendo que como una llegada… por medio de ésta técnica, el lector empírico tiene que re-construir la obra en su mente, y por ello va a transformarse en un lector- artista, porque constantemente está consciente que está leyendo una novela cuya anécdota se construye y destruye en el proceso de lectura. Y al verse una y otra vez burlado en su intento, se somete a un proceso que dura cuánto dura la lectura”. Por eso será, digo yo, que Macedonio afirma que “la del lector es la carrera literaria más difícil”. Esto es lo que para mí presenta de macedoniano el libro de Liliana Heer. Estamos de lleno en y ante su ironía, contagiados.
Voy a empezar por el final, esto es, por el final del libro de Liliana, su segunda parte, la obra de teatro titulada Macedonio para empezar aplaudiendo que le da el título a todo el libro incluyendo los prólogos. Dejo de lado los prólogos.
Se trata de una obra de teatro que incluye en la obra de teatro a los personajes de la novela de Macedonio: Museo de la novela de la eterna, agregando un personaje que no está en la novela de Macedonio; a Macedonio mismo como personaje. ¿Qué hace Liliana con los personajes? Los hace actuar y decir en otra escena. De la escena de la novela a la escena de la obra de teatro.
¿Qué dice y hace Liliana con los personajes? Les recuerdo que J. Lacan en su Seminario Las relaciones de objeto y las estructuras freudianas comenta, admira e interpreta la fobia de un niño famoso en el psicoanálisis: Juanito. Afirma que la fobia de Juanito muestra que la fobia es una invención de seres de significantes, de personajes pero vivientes. Tienen vida porque tienen una vida pulsional. En cambio los personajes literarios también son seres de significantes, creados por el significante pero son solo seres de significantes no vivientes, sin lo pulsional. En este sentido, leo que Liliana ha creado a partir de los personajes de Macedonio sus propios seres de significantes. Notemos que su creación de significantes se aprecia en cómo ella los presenta entre las páginas 64 a 70 al diferenciarlos entre personajes y discípulos. No los presenta a partir de sus características físicas, ni por sus caracteres psíquicos ni por sus comportamientos. Esto es lo que habitualmente se hace en las novelas, las obras de teatro y los guiones. Los personajes son seres de significantes muy cercanos a lo que la lengua ofrece en sus diversos matices diferenciales lo que ha de constituir y dar forma a un lenguaje. Una aproximación de esto ha enunciado Salamone, aunque yo destaco que los rasgos de los personajes están construidos mediante la función que tiene de la palabra en el lenguaje: el actor anuncia, dispuesto a turbar, disponer, repetir, callar, desaparecer. Macedonio dice frases en el instante justo no se sabe cuándo. Agradece en silencio. Los discípulos dice Liliana en la página 69 “medio existen, no parece vivir fuera de lo que han leído…”. Tendremos entonces que agregar a lo que enunció Lacan: los seres de la literatura son seres de significante agregando: son también seres de lo que han leído (no se sabe quién). Los personajes (llamados en la obra los discípulos) tienen ocurrencias, recuerdos lejanos; hacen chistes, clasifican, completan argumentos, son vecinos de los significantes. Otros educan, dirigen, saben todo, aseveran, critican, juzgan. Se aprecia la prevalencia de su relación a la función de la palabra y a lo que hacen (que he dejado un poco de lado) lo que caracteriza a éstos personajes. Son seres con y a partir de la lengua. Se distinguen por supuesto de lo que ocurre en las alucinaciones y en las formaciones del inconsciente que se llaman recuerdos encubridores y novelas familiares en la que los personajes dicen y hacen a partir de lo que dicen. Los críticos y expertos en literatura dicen que Macedonio realizaba experimentos literarios superponiendo niveles diegéticos, esto es, niveles de diálogo. En mi lectura, lo que Liliana hace es ofrecernos algo cercano a la técnica estética de Macedonio pero no con el objetivo de producir un contagio en la confusión sino con el contagio del disfrute de lo que nos ofrece la lengua. Siguiendo éste hilo voy a presentarles lo que extraigo de la lectura de cada acto de la obra teatral y las frases que para mí nos ofrece una satisfacción a compartir en la lengua.
El primer acto:
Destaquemos que Macedonio no habla pero que sí comprendemos todos que lo que hace Liliana al invitar a escribir a escritores y psicoanalistas sobre los prólogos y al hacer su libro obra de teatro, ¿qué está haciendo con Macedonio?. Un homenaje. En la página 85 queda enunciado algo que me parece que distingue a lo que habitualmente se dice de los homenajes: “El homenaje no tiene género”; género literario.
El segundo rasgo que para mí prevalece en ese primer acto es algo que parece constituir una ironía pero que lo es y no lo es al mismo tiempo. El primer acto trata de algo de lo que se ocupó el mismísimo Borges: “De la dificultad del plagio”. La mayor dificultad no reside en la creación de algo sino en el plagio porque en algún sentido siempre se plagia porque siempre hay un texto primero. Hay ausencia de plagio cuando el texto está perdido. Borges enunciaba que después de Macedonio todos tendían al plagio.
El tercer rasgo de este primer acto es lo que es enunciado como el tono del placer de la lengua. El tono del placer de la lengua es único, de cada uno que lee. El texto no lleva en sí mismo ese tono de placer. Es lo que leo en el texto de Liliana.
Las frases que les propongo compartir de éste primer acto son:
“Los paréntesis hablarán por mí” de la página 76. Es una convención de estilo que los paréntesis son signos de puntuación. Por lo general tienen la función de un agregado que no implica que sea alguien que habla sino que agrega algo a lo que se habla.
“Perdamos la paciencia esperando que lleguen” de la página 77. Algo se pierde cuando se espera.
“Pongamos las pretensiones bajo la lengua” de la página 78. En efecto, muchas pretensiones se salen de la lengua.
“Pienso que la lengua comparte con la vida un automatismo longevístico cuya moral es resistir a la letra abierta” de la página 80. Esta frase nos muestra muy bien una cierta posición de Liliana respecto de la lengua y la vida. La tendencia a la longevidad, a lo que perdura se basa en una moral que implica cierta relación a la letra.
En el segundo acto nos encontramos con dos novedades exquisitas. El personaje Macedonio habla por primera vez. Sus primeras palabras son: “Violetas…violetas…Y una Eterna” de la página 93. Se opone a lo que fue la participación de Macedonio en el primer acto en el que no pronunció palabras sino que se dedicó a afinar el instrumento, su guitarra y tocar algo. Primer acto, Macedonio y su instrumento, la guitarra. Segundo acto, Macedonio, su palabra y sus frases. ¿No son su instrumento?
En éste segundo acto es de destacar también algo que nos va a llevar al psicoanálisis. De Macedonio al psicoanálisis a través de Liliana. El primer movimiento de éste segundo acto es el rasgo de lo que es tratado por los personajes como el conflicto de lo que se genera entre la repetición de lo que se ha leído y la cita, desplegado entre las páginas 91 y 92. Es casi la reproducción de la cuestión del plagio. ¿En qué medida cuando repito cito o repito creando algo nuevo? Cuestión que concierne a la literatura y al psicoanálisis.
El tercer rasgo se puede expresar en una fórmula: ¿Cómo disolver tensiones? Es el desarrollo de un diálogo entre Macedonio y Freud. Es el momento en que aparece en Liliana ciertas cuestiones del psicoanálisis con la literatura. Luego de que Layda dijera: “La ironía azucarada mantiene vivas a las hormigas” que retomaremos de la página 96, en la página 97 Desandar pregunta: “Freud da una definición de experiencia absolutamente macedoniana, ¿la conocen?” En ese contexto El actor va a contestar en un párrafo extenso con la repetición de una frase que da con el mensaje que Liliana nos ofrece en éste caso entre literatura y psicoanálisis, lo sepa ella o no. “El Actor: ¿Cómo entender lo que dicen? Enmarañan las letras, impiden a los espectadores escuchar la definición que todos parecen haber estudiado de memoria alguna vez con mediano éxito neuronal. Hablan uno sobre otro: Consiste en algo así como experimentar aquello que no desearíamos haber experimentado. Consiste en algo así como experimentar aquello que no desearíamos haber experimentado.” Les señalo que es el único párrafo que se repite dos veces de manera idéntica en un contexto en el que al ofrecer la definición de Freud de experiencia dicen lo mismo aparentemente hablando uno sobre el otro. “Experimentar aquello que no desearíamos haber experimentado” es el principio de la repetición en la experiencia del análisis: transformar el displacer en placer. Y es el principio de la ironía o del chiste en Macedonio, según a quién se tome. Para mí, es el principio de la ironía macedoniana que no es cualquier ironía. ¿Cómo disolver tensiones? Qué mayor ironía que responder con el dispositivo analítico y/o con el chiste y la ironía.
Las frases que extraigo del segundo acto son:
“Somos personajes. ¿Cómo dar lo que no tenemos?” De la página 94. Esta frase es un ejemplar de lo que enunciamos. Liliana acerca los seres del significante al psicoanálisis y producen éste fenómeno: la pregunta del y basada en el amor pero mutilada ya que le falta una parte para que sea la fórmula completa de Lacan.
“Creo que el verbo regular defrauda cualquier expectativa” de la página 94. Recordemos que el verbo regular es un verbo que posee conjugaciones uniformes sin modificar su raíz, según el tiempo o modo en que es conjugado; como por ejemplo amar. No es lo mismo que te amo que genera una expectativa. Es una exquisita ironía de la conjugación verbal que es regular, diría que es propio de la neurosis.
“El actor en lugar de un ataque de hipo tiene un ataque de eco” de la página 99. Los ataques de hipo son causados por diversas razones: comida muy condimentada; por comer de forma rápida; por tomar bebidas frías; por emociones intensas; por fumar. En definitiva se dice que es provocado por algo que no es inherente a la función del comer, del tomar, del respirar. El eco es un fenómeno acústico producido cuando una onda se refleja y regresa hacia su emisor. Es una bella metáfora de lo que es un actor: un eco en el lugar del hipo.
Finalmente en éste segundo acto Macedonio habla para decir: “¿Quién no sabe aún que todo lo que termina es breve?” Es una pregunta final para abrir el tercer y último acto en el que nos plantearemos una pregunta fundamental.
En el tercer acto se trata de responder a la relación que cada uno tiene con el tiempo y la duración, tanto en lo que escribe como en la práctica analítica.
En la página 105 el personaje Macedonio dice: “Un momento espectadores de fines. Todo lo que termina es breve suena demasiado claro y lo demasiado claro es altamente sospechoso y seguiría encadenando frases con la letra. Y tan dúctil para narrar y tan censurada por los doctos de la lengua siempre dispuestos a superar a Procusto imponiendo falsas reglas, acartonadas poses, falsetes desprovistos del ímpetu espontáneo y la alegría saltarina de encadenar lo que sigue al anterior pujante y apresurado gusto por decir y no decir buscando continuar. SI ustedes me permiten, seré tan cuidadoso como tenaz en incitarlos una y otra y otra vez al siempre más: usen y abusen de añadidos, sigan el eco de mi carácter favorecido por elogios inflamados y esfumados en circulares elecciones sorprendentes muchas veces de lozanos y muchas veces de torpes intentos análogos. Fiel a mis no desmentidas maneras, voy a participar lo menos posible sin pasar a reclusión completa, así ustedes subsistirán actuando y encendiendo adhesiones con estos bellos, tentadores y acertados arrebatos de perspectivas gratísimas in sabidas” Este discurso del personaje de Macedonio en la obra le hace decir sobre el “apresurado gusto por decir”. En éste sentido, Macedonio podemos preguntarnos: ¿es freudiano o es lacaniano? Cosa que Liliana no enuncia pero que está en su texto. Macedonio es freudiano en el “buscar continuar”, en el a “siempre más”, en el “usen y abusen del añadido”. Estas frases contagian hacia el continuar siempre agregando algo más. La orientación lacaniana se ha caracterizado y así lo manifiesta Lacan en varias ocasiones por la conclusión, por el desenlace, por lo finito. Por estos dos rasgos decimos que Liliana sabiéndolo o no incluye en la lectura de Macedonio éste debate. Mi propuesta es, Macedonio es freudiano por esa inclinación hacia el agregado de siempre más. En cambio es lacaniano por su creación irónica.
El otro rasgo que aparece en el tercer acto es el apartado de la Verónica del desenlace que en cierto sentido continúa lo enunciado más arriba.
Las frases más significativas para el deleite del lector y para contagiarse de su lectura:
“Solo hay tragedia por cesación del amor” de la página 110. Metáfora de la pérdida.
“Por diminuto que sea un acto, en alguna ocasión debe empezar comenzando” de la página 113. Centra la cuestión sobre el acto, cuestión tan importante para nosotros los analistas de la orientación lacaniana. En efecto, un acto implica un comienzo y una temporalidad.
“Nadie ignora que todo final es un simulacro” de la página 118. Creo que es la idea de Macedonio que consiste en sostener que no hay final. Quizás se base en su modo particular de tratar la pérdida.
Finalmente, esto no es un simulacro, llegamos a lo que Liliana dice sobre Macedonio y quizás nadie haya dicho: Macedonio tenía tres cosas en qué sostenerse. Un instrumento, su guitarra para crear una melodía musical. Un objeto que se dice siempre lo acompañó y que aparece significativamente en la obra de teatro. La sartén. Se dice, en las diversas biografías de Macedonio que vivía de una manera muy austera en pensiones en Once llevando con él un calentador “Primus”, una pava, una guitarra, una foto de Williams James y una sartén. El mismo objeto aparece en la obra de teatro llamando la atención a los integrantes de la obra porque “se mueve solo”, y la tercer cosa que dice sobre Macedonio es que su escritura como objeto, la de el mismo Macedonio, le permite escribir una obra de teatro haciendo de la escritura un objeto: Macedonio para empezar aplaudiendo. Los invito a leer el texto de Liliana.