Liliana Heer

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©2003
Liliana Heer

 

 

 


Prólogos

PRÓLOGO ANTES DE APLAUDIR
Por Laura Klein

Macedonio Fernández levantó su párpado de no-pez y escribió un prólogo de Dicha y Dolor a un mundo inventado y vuelto a inventar.
“No hay muerte donde hubo un presente, un solo instante de él es seguido por la eternidad”: éste es el epígrafe que elige Liliana Heer. Invitación, homenaje, ¿puntapié inicial? Desde tal obertura, dónde quedara el comienzo, si lo hubiera habido, dejó de ser un asunto. Del otro lado del charco, Henri Bergson veía el tiempo embalsamado en el espacio y vio la prisionera medida del instante, luego la insípida somera voracidad de lo contable y escribió. Desde entonces y ahora, la duración está más cerca de la eternidad que de la muerte. Por lo tanto, si esta obra alguna vez encuentra un lector cuya vida se suspenda del hilo único de esta lectura, Para empezar aplaudiendo no podrá terminar. Aunque –ojalá– nadie aplauda, o nadie crea que empieza cuando entramos por el medio del telón al escenario donde el espectador, recordando la escena posterior, libera al
actor en la página 69 del mismo modo que el primer acto se apresura
por detener al segundo. ¿O es que ya empezó? ¿O siempre estuvo
empezada?
Hay una memoria que recuerda y una memoria que olvida: la estrategia
de Heer para distinguirlas consiste en acomodar la oreja a los pliegues del cortinado. De este modo la parte superior del cuerpo está perdida y la moral resiste a letra abierta. Otras armas no hay, la muchedumbre no va a levantarse ante el cristal deforme de un actor cuya función consiste en fisgonear al público lector ante todo en los intervalos.
El actor ¿dice lo que ve o lo que debiéramos ver? El llamado actor busca
y conspira contra los hilos del desierto. Heer busca unamúsica sin ritmo.
Un bozal, una loma abierta en la pradera.