Liliana Heer

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©2003
Liliana Heer

 

 

 


Prólogos

RETRATO DE LA ETERNA
Por Tununa Mercado

El lápiz es blando pero agudo para delinear el ojo. Empiezo por
él teniendo in mente dónde irá su par, en un óvalo apenas insinuado.
Comienzo a cavarlo a partir del punto inaugural de todo ojo, desde
donde salen las dos líneas que abrazan la avellana, previendo el círculo.
Sombra oscura que sube, gris que estabiliza, un sube y baja, un
ida y vuelta, obstinados, luego insisto en el haz que abre la forma del
párpado con rayado que cubre y da espesor, persisto, desde el oscuro
hacia el gris. Es ojo cuando trazo la línea inferior y la punta se
aventura a hacer el círculo entre las dos líneas mansamente dispuestas
a ser, una el techo, la otra el lecho. El círculo estará en el centro
de esas rimas, será ventana en esa casa y le dará expresión, recibirá
la luz por la rajadura blanca que he dejado después de propinarle
empecinado negro a la pupila, redonda como una uva sobre el blanco.
El otro ojo viene gemelo, acompasado, como si ya estuviera todo
dicho sobre su desdoblarse hacia el otro lado, como una página.
Dos ojos esperan el trazo que los corone, las cejas, primero una, luego
la otra, si quieren dibujo tienen que poblarse, el lápiz cambia de
densidad, siempre blando, repite su trazo con redoble, corto, fuerte,
ostinato. Rigor de la marca en el espacio. Los ojos necesitan ceño, el
ceño nariz, la nariz fosas. Rellenar en lo oscuro, liberar línea en la
superficie clara, ensombrecer, dar sombra, difuminar. Y, sobre todo,
borrar. Cuando la boca se imponga, cuando ya quiera ser por raigambre
de totalidad y completamiento, quizás sea el momento del
óvalo. La mano se empecina, su vaivén es como un cedazo que arroja
la materia del grafito buscando la densidad justa de la tersura y al
mismo tiempo de la definición de la línea. La boca fue esbozada, una
línea la entreabre, otras dos suben, se separan y ya son labio hasta la
comisura. Despectiva o aquiescente, hay que decidirlo. El papel ha
recibido las marcas de un avance que tendrá su culminación en la
cabeza, ha sido poroso y permisivo. La punta del lápiz se acompasa
al ritmo de las volutas que la mano le imprime. La raya del pelo separa, el bucle reúne, los rizos dispersan en haces. El retrato habla.