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Entrevistas --------------------------------------------------------------- El violento Secreto --- Liliana Heer presenta Neón, novela en la que retoma la relación secreto y poder, lo que no se dijo y vuelve como síntoma, como describe su escena de Esperanza
Una vez pedí un teléfono para entrevistar a la escritora chilena Diamela Eltit. La encargada de prensa que me lo pasó me dijo: “Vas a ver que tiene una voz muy suave, que contrasta con las cosas terribles sobre las que escribe”. El trato de Heer a través del correo electrónico trae algo de esa anécdota: unos mensajes amables y luminosos, como la charla de Eltit, cuyas literaturas también se cruzan. Sin embargo, leer a Heer es menos sencillo y, afortunadamente, menos amable: desde sus intervenciones críticas a su poesía e, incluso, sus señas particulares (“No había palabras para lo subjetivo, y como no había palabras, proliferaban los síntomas”, como se lee), se percibe una trama. Neón es la historia de un secreto cultivado en una cárcel, en un engendramiento; cuyos protagonistas son por lo general trinidades bastardas: la Niña, es la Celadora y la Costurera; el Tutor es el Alcalde de la penitenciaría y la actual pareja de la mujer, el Viajante, fue también Falsario y Prisionero. La novela desarrolla aquella trama hacia varios lugares, incluso en la obra de Heer. Sobre eso quise preguntarle.
L.H. - Uno de los núcleos centrales de esta novela es
el secreto, significante que insiste y a la vez circula entre los
personajes, con un marcado acento en la protagonista. A ella, la
Niña, la Celadora de la cárcel, la Costurera, el Narrador
le atribuye el motor de la acción; destaca su habilidad de
llevar el secreto a un estado de crispación máxima y
constante. Neón es una historia de tres personajes.
Ella domina omitiendo, eso sabe, callar y callar, “de esa manera,
al no restar poder a ninguno de los hombres, pudo concebir un lazo que
los uniera bajo esa figura sentimental y cursi de la novia
robada” (guiño onettiano). P.M. - Cuando se refiere a las distintas modulaciones del lenguaje, ¿qué hay allí de la herencia de un lenguaje ligado a ciertas tradiciones: su infancia y juventud en Esperanza, el legado de Pedroni? L.H. - Romper el carozo, hacer del mapa de la tradición otro montaje. Trufar, desplazar, morder las fronteras como se muerde una fruta, una entraña (un hígado), sin apremio, sin anarquía, sin sometimiento, inventando el ritmo, dibujando el paisaje. Recuerdo a José Pedroni caminando por la plaza de Esperanza, recuerdo su voz, sus ideas, el espíritu solidario, la voluntad de justicia y aquel poema inolvidable: “Hijo mío: no digas «abominad», ni digas «obedeced». Siempre con dulzura del agua entre las hierbas”. P.M. - Neón también puede pensarse como un relato sobre el poder, el poder que se ejerce sobre los cuerpos, consolidado en silencios, palabras. ¿Qué es el poder en esta novela, sobre todo a partir de los personajes del Alcalde y la Costurera? L.H. - Mi intención, efectivamente, fue ejercer con el
lenguaje cierta tortura, procedimientos típicos del espacio
carcelario: escasas palabras, vigilancia, rigor, sustracción y
al mismo tiempo desmesura. Así, el territorio de la justicia es
tensado mediante la presentación del más antiguo de los
códigos, el código Hammurabi: “El largo
otoño del malestar en ciernes/ Sobre las piedras de la
acrópolis de Susa/ Hammurabi esculpe el orden de los cuerpos/ Lo
primero hace historia/ (legalidad a la intemperie)/ éxtasis
represivo”. P.M. - En la figura del Viajante, que roba palabras, relatos, para complacer, ¿puede entenderse también una suerte de contrapunto, de confrontación con cierta “política” de la lengua? L.H. - El Viajante es un iniciado en el oficio de la lengua,
simboliza la figura de la seducción a través del
discurso, seducción que anteriormente ejerció siendo
Falsario y luego Prisionero. Su deseo es capturar la escucha, hacer
creer, convertir un momento cualquiera en un acontecimiento.
“Maestro experimental. Primero retorcer, después estirar,
descubrir el tono que a ella la deje estupefacta. No es sencillo
conquistar el corazón de una mujer que ha sido testigo de
innumerables delitos”. P.M. - ¿Cómo fue su formación como analista, su partida de Esperanza, su asociación con Sánchez, Lamborghini? ¿Cómo es, cómo vive en la escritura esa “diferencia” entre psicoanálisis y literatura? L.H. - Mi formación como psicoanalista es interminable y este es el punto en común, a la vez fundamental que tiene con la escritura. Justamente, para avanzar en el abordaje de las diferencias de lectura que cada una de estas disciplinas, o cada uno de estos discursos genera, diseñé junto a Arturo Frydman, lo que llamamos Autopistas de la palabra. Ya dirigimos (porque el proyecto es continuar) tres Jornadas de Literatura y Psicoanálisis en la Biblioteca Nacional (2002-2005-2007), en las que intervinieron escritores y psicoanalistas leyendo los mismos textos, textos de autores paradigmáticos de la literatura argentina –Angélica Gorodischer, Juan José Saer, Néstor Sánchez, Osvaldo y Leónidas Lamborghini, Luisa Valenzuela, Ricardo Piglia, Sara Gallardo, Luis Gusmán, entre otros. P.M. - Lamborghini escribe el texto de presentación de su libro; usted, por su parte, trabajó con Néstor Sánchez, su literatura dialoga con Diamela Eltit, con Luisa Valenzuela, ¿si hay una raíz femenina en su escritura, cómo podría formularse? L.H. - Recuerdo un libro de Gérard Pommier -con quien acuerdo en grado superlativo-, se llama La excepción femenina.
El autor se refiere a lo Abierto, lo describe como un amor a la letra
en exceso, que estaría más allá de la
convención genérica, un querer atento al sonido, a su
plasticidad, un hacer que privilegia la artesanía del
vacío, el abismo. Concibo al libro como una prisión
libertaria, un no lugar que atrae, expulsa, invita a perderse; codicia
y a la vez tormento, “donde está el peligro/ Ahí
crece también lo que salva”, escribió
Hölderlin. |