Liliana Heer

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Liliana Heer

Reseñas de Repetir la cacería

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Flecha de doble punta
Por Mónica Sifrim
Revista Ñ, Diario Clarín
Buenos Aires, 16 de agosto de 2003

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En ’El spleen de París” Baudelaire apuntaba: “¿Quién de nosotros no ha soñado, en sus momentos de ambición, el milagro de una prosa poética musical, sin ritmo y sin rima, bastante dócil para adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones del ensueño, a los sobresaltos de la conciencia?” Esa prosa es la que propone Lliliana Heer para repetir su cacería, una reiteración del acto de cazar que -flecha de doble punta- remite no solo a otros animales literarios concebidos en libros anteriores, sino también  a cacerías múltiples que, promete, van a sucederse en el interior de esta nueva novela. Como muchos poetas, Heer escribe para saber qué escribe,  y así sea con flechas, redes de mariposa o jabalinas, la suya es acechanza de fibras de sentido en una  selva oscura.

La autora yuxtapone, en un montaje  de tipo cinematográfico, cuatro historias que se iluminan una a la otra. Si el cine es la apropiación selectiva de los elementos de las otras artes, aquí, Heer se ocupa de  las otras artes, desde la experiencia de la literatura, pero asumiendo el gesto apropiador del cine. El relato principal, centrado en la relación madre-hija, sucede el día iniciático del cumpleaños de catorce de la hija. Comienza con una invitación a suicidarse juntas, dictada por la pura cercanía. Culmina con el regalo elegido por la hija: un chaleco de piel confeccionado en lo de un peletero que, a su vez, intenta  violarla, reiterando la así la apropiación de la piel humana. Esta historia dialoga en contrapunto  con la de Mersalult y su madre, personajes de la novela “El Extranjero” de Albert Camus”, a través de una frase que funciona como “leit motiv”: ‘’Mi madre y yo no teníamos nada que decirnos”, un argumento que utiliza Mersault para  internar a su madre en Algeria. Si un pecado une las dos narraciones tal vez sea la ‘poca codicia de vida’que demuestran los protagonistas a través de la levedad -y el absurdo- que determina sus decisiones más trascendentes.

Para paliar la idea del suicidio se compone una canción en inglés “Maybe the sun”, un blues que  parece apuntar a un libro anterior de Heer, donde una actriz rubia y gorda repite ese tema en las noches de insomnio para entretener a Wilson, un artista que en verdad quisiera matarla. La distancia entre un libro y otro permite resignificar la letra de la canción. En ese sentido, esta línea confluye con el cuarto registro que es metaliterario, casi a la manera de un “diario de escritor”. Allí se reflexiona sobre la escritura en si misma y sobre el acto de escribir, como si se tratara de un laboratorio donde se ponen en observación los materiales de las obras  y se enuncia un proyecto literario: “fusionar, hace  converger lo propio con lo ajeno, introducir personajes prestados, prolongar el giro del  carrousel”.
De ese, modo en este libro convergen, con distintos modos y matices de intertextualidad, Camus, el blues, los manequíes de Bruno Schultz y de Kantor, Kurt Weill, Hitchcock, la Gerty de Joyce  y una maravillosa película japonesa de Ozu, llamada “Los niños de Tokio”donde se exacerba la decepción de los niños con respecto al padre. Con un gran sentido de la teatralidad, todos los personajes de este libro saben que forman parte de un espectáculo y se predisponen a  poner en escena la  artificialidad del arte escrito, sin apuntar, ni por un instante, al verosímil del realismo. En un clima de ensueño se deslizan las criaturas de Heer, como bien dice Gusmán; “Aterradas, no por lo que hacen, sino por lo que saben que son capaces de hacer.


Revista Ñ, Diario Clarín

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