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Reseñas de Repetir la cacería --------------------------------------------------------------- Flecha de doble punta --- En ’El spleen de París” Baudelaire apuntaba: “¿Quién de nosotros no ha soñado, en sus momentos de ambición, el milagro de una prosa poética musical, sin ritmo y sin rima, bastante dócil para adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones del ensueño, a los sobresaltos de la conciencia?” Esa prosa es la que propone Lliliana Heer para repetir su cacería, una reiteración del acto de cazar que -flecha de doble punta- remite no solo a otros animales literarios concebidos en libros anteriores, sino también a cacerías múltiples que, promete, van a sucederse en el interior de esta nueva novela. Como muchos poetas, Heer escribe para saber qué escribe, y así sea con flechas, redes de mariposa o jabalinas, la suya es acechanza de fibras de sentido en una selva oscura. La autora yuxtapone, en un montaje de tipo cinematográfico, cuatro historias que se iluminan una a la otra. Si el cine es la apropiación selectiva de los elementos de las otras artes, aquí, Heer se ocupa de las otras artes, desde la experiencia de la literatura, pero asumiendo el gesto apropiador del cine. El relato principal, centrado en la relación madre-hija, sucede el día iniciático del cumpleaños de catorce de la hija. Comienza con una invitación a suicidarse juntas, dictada por la pura cercanía. Culmina con el regalo elegido por la hija: un chaleco de piel confeccionado en lo de un peletero que, a su vez, intenta violarla, reiterando la así la apropiación de la piel humana. Esta historia dialoga en contrapunto con la de Mersalult y su madre, personajes de la novela “El Extranjero” de Albert Camus”, a través de una frase que funciona como “leit motiv”: ‘’Mi madre y yo no teníamos nada que decirnos”, un argumento que utiliza Mersault para internar a su madre en Algeria. Si un pecado une las dos narraciones tal vez sea la ‘poca codicia de vida’que demuestran los protagonistas a través de la levedad -y el absurdo- que determina sus decisiones más trascendentes. Para paliar la idea del suicidio se compone una canción en inglés “Maybe the sun”,
un blues que parece apuntar a un libro anterior de Heer, donde
una actriz rubia y gorda repite ese tema en las noches de insomnio para
entretener a Wilson, un artista que en verdad quisiera matarla. La
distancia entre un libro y otro permite resignificar la letra de la
canción. En ese sentido, esta línea confluye con el
cuarto registro que es metaliterario, casi a la manera de un
“diario de escritor”. Allí se reflexiona sobre la
escritura en si misma y sobre el acto de escribir, como si se tratara
de un laboratorio donde se ponen en observación los materiales
de las obras y se enuncia un proyecto literario: “fusionar,
hace converger lo propio con lo ajeno, introducir personajes
prestados, prolongar el giro del carrousel”. --- |