Liliana Heer

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Premio Boris Vian 1984
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Liliana Heer

Premio Boris Vian 1984
Mejor Novela del Año: Bloyd de Liliana Heer
Librería Premier, Buenos Aires, 1984


Discurso dado por Nicolás Rosa

Es un poco difícil hablar desde la perspectiva de lo que daríamos en llamar un jurado. Creo que la palabra jurado no debe ser la palabra que conviene a la experiencia de lectura que, en última instancia, propone el Boris Vian. Yo soy muy nuevo en esto de otorgar premios y con respecto a la historia que ya suele ser bastante larga del Boris Vian... Pero entendí que la propuesta que me hicieron acuerda perfectamente con mi posición actual y me pareció muy interesante. Por lo tanto, no puedo emitir aquí un juicio de valor porque entiendo que el Boris Vian no emite juicios de valor. Pero sí reproduce o trata de traducir experiencias de lectura. Una experiencia o tal vez una vivencia de lectura, que es lo que yo les puedo contar con respecto al texto de Liliana Heer. Me gustó, en principio porque me instaló en el burdel. Yo conozco muchos burdeles, todos los que están acá conocen porque también es un espacio mítico del sujeto, sobre todo cuando uno viaja por Europa o por algunos países árabes, pero lo que me apasionó es que este burdel es prácticamente el espacio mítico de la literatura y tal vez en el caso de Liliana y el de otros textos, el espacio mítico literario que llamamos burdel, sólo puede ser evaluado en función del fantasma mayor que preside la literatura occidental, y digo, otro espacio imaginario como es el de la biblioteca, ese que tan magníficamente nos ha ofrecido Borges e incluso acá lo acabamos de ver: “El nombre de la rosa” de Umberto Ecco, que seguramente ustedes han leído.

¿Por qué me pareció que estábamos en este espacio de la biblioteca cuando en realidad estábamos en el espacio del burdel? Las equivalencias que se podrían establecer son muchas: espacios ambos de ocio, espacios de la maquinaria fantasmática ambos dos, espacios de cierta gestualidad, estoy pensando ahora en una gestualidad sadeana. Gestos, la postura de la maquinaria escenográfica para la puesta en escena del fantasma, también espacio de placer, espacio de la letra Uno, espacio del cuerpo, letra y cuerpo. Creo que es la intención, y no me molesta la palabra, la intención de este texto es meternos en esa disyunción entre la letra y el cuerpo. Ustedes recordarán perfectamente este espacio mítico desde Petronio pasando por los falansterios sadeanos; por supuesto que el texto de Liliana tal vez tenga como visión apres coup, como visión hacia atrás y permite recuperar burdeles más cercanos. Pensé inmediatamente en Joyce, que Liliana no dejaría de admitir en este linaje que es el burdel joyceano. Pero también pensé en La Maison des rendez-vous de Robbe-Grillet. En realidad el texto se escribe alrededor de una casa de citas, es una casa de citas. Sobre este texto se inscribe la violencia posible sobre el cuerpo en la casa de citas, y si se me permite la traducción es La casa de las citaciones,  la casa de los disturbios. Robbe-Grillet cuenta, relata, escribe, porque escribe un fragmento que allí no aparece, que es un relato de iniciación, sobre todo olvido, olvido. Porque toda escritura es un sistema de borramiento, toda escritura se funda sobre el mecanismo del olvido, a medida que se escribe se va borrando, eso que en alguna instancia es el asesinato de la escritura. Que lo que se asesina forma parte de la estructura de cada sujeto de la escritura. Pensé en este linaje de burdeles, siempre pensándolo también en relación a la imagen de bibliotecas, en esta relación posible de espacios-imágenes, y se me ocurrió también pensar en los burdeles de Severo Sarduy, burdeles en los cuales el Oriente y el Occidente urbanos alcanzan esa sofisticación tan alta y en donde la pura tramoya disuelve cualquier elemento de historia. Y ustedes recordarán si han leído Bloyd, y si no léanlo, que precisamente en esa disyunción y es tal vez la lógica que preside al relato, en esa disyunción entre la historia y el relato es donde prácticamente se articula este sistema de escritura. Esto que yo llamaba antes olvido, borramiento. Una disyunción que escribe la diferencia y por lo tanto la falta, una disyunción que escribe la utopía y, si es la utopía, que está tanto en el pasado como en el futuro, es utopía del deseo. Tal vez todo el texto no lo alcance porque no hay un texto que tenga una totalidad, un texto que pueda decirlo todo, pero hay fragmentos, hay trozos, hay pedacitos que precisamente van dando cuenta de esto. También se lee, y es la Madame, la Madama, la Madonna, que también intenta leer, y también se escenifica y es curioso, el teatro que se juega en el texto es puro ensayo de los gestos y nunca llega a la acción, nunca llega al acto, son ensayos, son tentativas. Y este texto es eso, es una tentativa una manera de aproximarse a un objeto que evidentemente es el goce.  ¿Texto de goce, texto de placer? No sabría decirlo. Por momentos trata de escribir un cierto placer, cuando accede a convocar, diría yo, algo de lo mortífero, algo de lo siniestro en esa reversión de los códigos, en esa multiplicidad de los estilos, en un cierto neomedievalismo. Por momentos, me pareció estar leyendo una novela de filibusteros, por momentos me pareció estar leyendo las novelas del amante y del amado o una parodia de las novelas galantes del siglo XVIII, naturalmente comprimido, muy presurizado para decir un término tecnocrático. Decía que tal vez se aproxima a esa inexistencia del goce cuando aparece algo mortífero y tal vez, lo más interesante, al menos lo es para mí, que acá se da cuenta de algo, o por lo menos de la derogación de la apuesta proustiana. Aquella apuesta de la escritura: escribir para salvarse de la muerte, escribir para salvarse del olvido, una ilusión de inmortalidad.

Acá las pulsiones de muerte no se convocan para salvarse del olvido, la escritura no es escritura en contra de la muerte sino que es escritura a favor de esas pulsiones, a favor de la muerte. Tal vez no solamente Bloyd sino aquellos textos que recorren la experiencia literaria, si retomamos el texto de Alfonso Reyes en la escritura contemporánea. Y tal vez, este texto pase más por el lado de la escritura y no tanto por el lado de los sistemas literarios, no tanto por los juicios de valoración. Texto para tocar, no quema o quema por momentos, texto para mirar, se puede mirar, no enceguece, por momentos sí, si es que detrás de esta figura de la muerte está supuestamente la castración. Nada más.


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