Liliana Heer

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Premio Boris Vian 1984
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Liliana Heer

Reseñas de Bloyd

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Revista El Porteño
Por Jorge Warley
Buenos Aires, agosto de 1984

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Bloyd es una novela difícil de leer, un texto trabajoso que se organiza desde la problematización de reconocimiento de los elementos de la novela tradicional. Un primer movimiento en este sentido es el del desplazamiento de la palabra, el tacto, el cuerpo, los grabados "cuentan" tanto como el lenguaje.

Se yuxtaponen así diferentes formas (rituales) de contar una historia. ¿Una o varias historias? Una y varias. Existe una historia que se cuenta obsesivamente. Hay voces privilegiadas que relatan, la de Bloyd, la de Madame, que se  "apropian" de la historia, pero existen otras que no son tan claramente identificables. La(s) historia(s) que se cuenta formula además en la escritura la posibilidad de su inexistencia o, al menos, la de ser otra: una escritura atravesada por las disyunciones, los condicionales, los potenciales, los "quizás".

Algo similar ocurre con los personajes. Hay dos que se recortan en un primer plano: Bloyd y Madame. De Bloyd se narra incluso una borrosa genealogía que enuncia la dificultad de expresión en una lengua única. Sin embargo, los dos juegan a intercambiar sus roles, se desdoblan, suplantan a las figuras de las historias que se cuentan. Alternancias que se multiplican sobre el fondo de los cambios de primera y tercera persona en la narración, y el entrecruzamiento de otras voces que se escuchan sin que pueda determinarse su procedencia, adivinar el cuerpo que las produce. Diferentes voces y personajes que se sitúan en un espacio en particular: el burdel; un espacio que acentúa la transitoriedad, el "estar de paso" de los que hablan, y que complica aun más el descubrimiento de la pertenencia de las voces que cuentan. Hay otros espacios, "teatrales", escénicos, donde se representa esa conducta migratoria y el desprecio por las historias contadas: no interesan sus desenlaces, se insinúa siempre otra posibilidad de formulación, otra predicación, otro sujeto del que predicar.

Las historias tematizan dos núcleos centrales: la sexualidad y el crimen. Una y otra vez vuelven sobre las liturgias (levemente retocadas, cambiadas) que asedian a uno y otro. Diseñan un espacio de yuxtaposición donde sexo y crimen aparecen formulados como términos intercambiables, que se nutren y necesitan mutuamente.
Heer logra sostener a lo largo del relato una "superficie" narrativa coherente y lograda, que, paradojalmente, pareciera impugnar la necesidad de una lectura lineal canónica; y en la cual ciertas "menciones" literarias (Shakespeare, Felisberto Hernández) aparecen como estrictas acotaciones que reafirman las elecciones temáticas de la novela.


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