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 ©2003Liliana Heer
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 Reynaldo Sietecase (Link a la página) Empiezo  con las disculpas. Compromisos laborales me impiden estar allí con uds. Me  pierdo una hermosa presentación. Me quedo con ganas de abrazarlos. Sin embargo,  celebro poder asomarme a la fiesta de esta manera.
 Ante  uds, están la condesa Liliana Heer - no se asombren por el título nobiliario  que le asigno porque ha nacido de la admiración que le profesamos algunos de  sus lectores y amigos queridos- y Jorge Dubatti, notable intelectual y  referente de las letras y el teatro argentino, cuyo prólogo a este libro  ilumina de manera extraordinaria el texto de Liliana Heer.
 ¿Cómo  decir algo que no sobre? Esa es la cuestión.
 Incurriré  en la tentativa por pura tentación. Imposible no pedirle a Hamlet su bufanda.  Leeré un texto sobre el magnífico texto de Liliana. Un post texto. Será una  brisa que apenas acariciará los restos provocados por el huracán sembrado por la autora.
 Primera consideración. Heer es una maestra en el arte de  economizar palabras. Sabe que la mejor poesía se abre paso en lo no dicho.  Buscaré imitarla.
 Sus  silencios susurran e interpelan, sólo hay que saber escuchar. Liliana escribe  desde ese vértice delicado donde poesía y teatro se acometen como guerreros y  amantes, con violencia y ternura, alternativamente. En toda su obra cada  palabra es una minúscula pieza de relojería, cada omisión es indispensable para  que el todo funcione.
 Con  esa simetría entre ritmo y armonía logra construir un poema teatral tan  alucinado como alucinante.
 Segunda consideración. Para Liliana, Shakespeare es un  viejo conocido. No necesita permisos para desbaratarlo. No es la primera vez  que lo toma del cuello, le mete la lengua hasta la garganta, le bebe la  esencia, le pide explicaciones, lo obliga a reír.
 El  bardo mataría por unas copas con ella. Lo imagino pagando la cuenta en  agradecimiento.
 Mientras  ella, exquisita, hace una aclaración pertinente: “conozco esta pieza de  memoria/ con moño corbata y escafandra”. La conoce tanto que la transforma, la  subvierte, la expande. La pone en clave popular: “mientras el rey conquista el  planeta/ el hermano le riega la maceta”, escribe.
 Tercera y última consideración. Dubatti logró arrancarle a Heer,  de manera epistolar, una confesión reveladora: “ansié convertir la tragedia de  venganza en una comedia de reconciliación”.
 Cuando  dejen en sus bibliotecas Hamlet, prestame  la bufanda, comprenderán que Liliana completó con éxito una operación tan  lúcida como riesgosa.
 Lo  traduzco a la manera de Mario Trejo:
 “Un  hombre se acerca a un árbol, ata una soga en una de sus ramas, se cuelga por el  cuello, está decidido a morir. Tragedia.
 La  rama de la que pende el hombre se rompe al instante y el hombre cae de culo.  Comedia”.
 No  hay piedad para Hamlet.
 Tienen  ante uds un libro que habla del tiempo también. Se anuncia de entrada en la  cita de Malraux: “el instante no se regatea”.
 Y  lo deja más claro en el comienzo: “ahora mismo/ o tal vez más tarde/ tarde y  noche/ but siempre hoy / el telón  circular sube”.
 El but que aparecerá repetidas veces en  el texto junto a otros nexos en inglés.
 “Fui  víctima de conjeturas insomnes”, explica la autora.
 Así,  da paso al primer decorado: “se ven pinturas de cielos/ La forma de las nubes  dibuja un palacio/ Un columpio/ un cementerio”.
 La  vida, la muerte y el amor: las tres heridas de las que habla Miguel Hernández. Uno  es en el movimiento de la hamaca y en el reposo de la tumba; el resto es  silencio.
 El  libro, publicado por Halley Ediciones     lleva en la portada el retrato del Príncipe realizado por Miguel  Rep, y comienza por el principio: el día del Gran Estreno.
 Estamos  todos allí, espectadores expectantes.
 ¿También  tendremos que actuar?
 Algunos  piden a gritos que no se rompa la cuarta pared. Es el miedo y la ansiedad de la  platea que prefiere el anonimato y la oscuridad de la sala.
 Otros,  recién llegados, desconocen que en la obra de Liliana Heer las paredes no  existen, el techo no existe, el suelo no existe.
 Sólo  las palabras sostienen lo poco que se puede sostener. Es arte para huérfanos de  preconceptos.
 Desde  el primer acto, Yorick se presenta como el líder de escenario but no sabe a quienes tendrá que  dirigir. Es el prólogo perfecto para el pandemónium.
 Es  que fueron abolidas las reglas del teatro, aquí manda la poesía.
 Hay  principio, but no fin. Tal vez,  infinitos finales posibles.
 La  obra será breve, but interminable.
 Detrás  de Yorick ingresan los camaleones, especialistas en cambiar de roles.
 Luego  los técnicos burladores de tramoyistas.
 “Dan  ganas de omitir respirar”, suelta Liliana por allí y el lector contiene el  aliento.
 ¡¡¡Tiren  el tiempo a la basura!!!!
 Desde  un palco, Sir William trata de justificar los injustificables desmanes del rey.  Así estamos aquí y allá, lejos o cerca, siempre justificando desmanes en lugar  de cortarlos de raíz.
 Las  actrices se desplazan por el escenario.
 Aspiran  a inventar ilusión.
 Hacer  la magia, oficio de Liliana.
 Marineros  meten relojes en el refrigerador: surrealismo posible. Detener el tiempo.
 Con  la irrupción de las voces de la calle, el humor va permeando la tragedia.
 Yorick  simula dudar. Hamlet, en cambio, cuestiona bien, sin mirar a quien.
 Es  elproductor y se permite interpelar  a todos. Hace que manda.
 Los  guardias cantan “Déjalo ser” en un coro destemplado.
 Estamos  en el horno.
 Ofelia  se desnuda.
 De  sabios es ver lo que no se ve. Todo eso pasa y pasa más.
 Liliana  Heer se toma un respiro y pide un vaso de sed porque se está muriendo de agua.
 Ofelia  traga, y se ahoga. “Mi belleza sobrevive”, dice. Igual que la de  Liliana.
 Suena  la música en vivo.
 Yorick  y Hamlet conversan. El Príncipe es también baterista del pub.
 Rats es el nombre de la banda.
 Por  lo menos cuando ejecuta, no abusa del monólogo y se anima a un acto de contrición.
 Ofelia  es la cantante calva, la voz que ruge en el abismo. Es Marilyn y su pubis. El  erotismo también se agita en estas páginas.
 Sexo  con sentido y sin sentido.
 La  poesía es de todos y de nadie, como una ramera que impone condiciones.
 A  esta altura, como lectores adictos, decimos: qué viaje es estar detenidos aquí  en esta comedia fervorosa alguna vez tremenda tragedia.
 Cae  el telón, la última página gira.
 Bienvenido  el azar.
 Fin.
 William  sube al escenario y cae de rodillas ante Liliana Heer que lo mira altiva e  impiadosa, como siempre.
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