Liliana Heer

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©2003
Liliana Heer

Presentaciones de Pretexto Mozart

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Fundación Internacional Jorge Luis Borges
Bueno Aires, 6 de agosto de 2004

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Fogonazos instantáneos
Por Ivonne Bordelois

Un pañuelo rojo colgado en el alambre de tender la ropa como contraseña para  un encuentro de adúlteros; una mujer atada a un molino que por la noche brama su ninfomanía cerca de un barranco; una mancha en el pulmón detectada por un médico intrusivo. La mirada del médico es una lámina negra y brillante. Hay dos hermanos que luchan por la misma mujer. Aquél que descubre la traición tiene un solo deseo, que de hecho se cumple: el no haber sido visto cuando se acercaba a la escena del amoroso delito. Y hay una mujer, Belén, que se siente huérfana no sólo de su madre sino de sí misma.

Olor a desgracia, amanecer de infierno. Personajes y escenas flotan en un mundo onírico, donde la fatalidad parece haber desalojado a la causalidad, la pasividad al impulso. “Mandan los que mandan”, dice la prisionera del molino. “Mansa te quiero”, dice Florindo arrastrando a Teresa a su primera noche de amor. Las mujeres son tratadas como estampillas. Y a veces aún  peor: la violencia estalla en una beba muerta, de rostro tajeado como un cristal roto; en una mujer cuya cabeza es podada por el marido a hachazos. Las mismas mujeres parecen despreciarse entre ellas: la prostituta es vista por Belén “con aspecto de enfermera”. (¿Qué otra cosa son las prostitutas, en realidad?) La renguita lo dice claramente: Si el hombre está solo es guacho; y si domina,  se pudre.

La iglesia, el manicomio, el quilombo, el sindicato y el frigorífico, instituciones paródicas y represivas,  encuadran esta saga en la que a lo lejos impera un Coronel que protege a los cabecitas negras. Pero aquí no hay protección que valga: la desconfianza va erosionando el amor de Roberto, penetrado de celos, que son en realidad proyecciones de la culpa por haber traicionado a su hermano; la desconfianza no permite el beso en la boca entre Guido y Belén, enferma de los pulmones.  No hay esperanza ni sosiego ni felicidad: del infierno pueblerino, que se prolonga en la estancia y también en la ciudad,  sólo escapa Carolina, munida de poderes diplomáticos,  sin dejar  huellas.  Las pocas gracias otorgadas desaparecen misteriosamente: en su interrogatorio ficticio, Belén se aleja de la música que le ha sido dada misteriosamente, como un don torrencial, “como quien pierde a un niño en una ciudad”. Y aun cuando se recupera enigmáticamente de su enfermedad pulmonar, sigue extraviándose en los laberintos que comparte con Guido y con Lulú, la prostituta: su estrabismo parece acentuarse con el tiempo, como señal de desconcierto y pérdida irremediable.

El transcurso de Pretexto Mozart no es lineal: una linterna sorda mueve las escenas entre el pasado y el futuro, y la arquitectura del relato se sostiene sólo mediante  motivos que reaparecen como en un concierto barroco: el pañuelo rojo, las explicaciones físico-químicas intercaladas en la narración, los conejos inútilmente fusilados. Algunas reduplicaciones son más sórdidas y sus variaciones más complejas y metafóricas: si Florindo no se deja ver sorprendiendo los amores de Teresa y Roberto, la mujer de Ezequiel captura, también sin ser vista, una foto de Ezequiel con Lucrecia, su puta sabática, con una inscripción al dorso. “Ellos son felices todos los sábados.” La foto aparece una vez muerta la esposa, entre su ropa interior. En los dos casos hay un voyeur que goza de no ser visto. Florindo vive con terror de ser enterrado vivo, y lo que ocurre, precisamente, es que se encierra en el sótano para  ocultarse al encontrar a los adúlteros. Su temor se ha convertido en profecía.

Otros motivos aparecen como fogonazos instantáneos que no se repiten, como la giganta de extraña fórmula genética que orina de pie y se hamaca tejiendo, o bien el andrógino Fabiano, atacado por su padre luego de presentarse bailando Giselle con una réplica del traje utilizado por Carlota Grissi en La Scala de Milán. En algún momento de rara felicidad se ilumina un espacio de intenso erotismo: Belén se imagina cuando Guido la ama mientra duerme; “ella lo amó besada, boca en la boca de besos lamidos por lenguas silenciosas rapaces. Ojos besados, frente besada, cuello chupado, cráneo  mordido. Los pezones, el sexo amado como si amamantara. De miel los huesos, las axilas, el rubor. Superficie brillante, membranosa, laberíntica.”

Sólo la brevedad conquista, se lee en el epígrafe de Buxton que Liliana Heer ha elegido para Pretexto Mozart. Ateniéndome a esa sabia injunción, he querido solamente señalar cuáles han sido aquellos dardos que me han ido alcanzando, aquellos fragmentos que se me dieron como señales de alarma y  asombro, a través de la lectura de su libro, que es a la vez poema y narración, sueño angustioso y pintura  enigmática, música nocturna y tejido sensual. Más que un argumento, he visto en él desplegarse un ritmo sabio y taciturno, una atmósfera que planea sobre nosotros luego de haber cerrado sus páginas, como una nube oscura, obsesiva e intrigante.

La narrativa no es mi zona nativa ni mi hábito cotidiano: por eso creo que puedo decir, humilde y  sinceramente, al terminar  estas reflexiones, que no estoy segura de haber develado el intento más profundo de este libro. Pero esa resistencia misma del texto acaso sea uno de sus méritos más escondidos y preciosos. La facilidad no es una virtud estrictamente literaria; Liliana Heer ha sabido obedecer a sus demonios interiores y nos deja este riguroso ejercicio de sombras para adiestrarnos una vez más en el secreto mundo de la creación poética.

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Por Américo Cristófalo

Hay en Pretexto Mozart una clave que, aun en un rango abierto y heterogéneo de lectura, parece central a la novela: es el peso dramático que en Pretexto Mozart implica la interrogación del pasado. Marthe Robert,  en un libro clásico acerca de la novela del S.XIX, Novela de los orígenes y orígenes de la novela, expone la hipótesis de que la novela moderna se funda en la idea de que hay un origen sucio, la muerte del padre, una culpa, un crimen que la novela toma para sí como motor narrativo. Para Marthe Robert, la idea de ese origen espurio está en el crimen del padre. Hay que forzar esta forma decimonónica para leer Pretexto Mozart, no porque no esté tematizada esa relación con el origen, el origen también está marcado en el crimen, en una  ambigüedad de vacilaciones mistificadas, aunque más que una interrogación acerca del origen, el relato insiste en la imposibilidad de representar el pasado. La forma de Pretexto Mozart no tiene mucho que ver con la construcción formal clásica de la novela, con la novela familiar de los orígenes. Porque es una construcción deliberadamente quebrada, deliberadamente fragmentaria, deliberadamente cortada y vuelta a reformular en una serie de líneas. La forma es correlativa con esta imposibilidad de representar el pasado, el pasado tiene sólo una forma fantasmal, borrosa, una forma intencionalmente oscurecida. El conjunto de escenas y de situaciones que va construyendo ese pasado está siempre sometido a una lógica ambigua, un sistema de saltos, de hiperfragmentación. A pesar de lo cual, en esta  forma dominante del texto, el pasado toma una forma, se ordena con todas las fallas con que se ordena el pasado;  en esta insistencia de Pretexto Mozart: señalar la falla con la que se ordena el pasado, está su gran acierto narrativo.

Esto que acabo de decir, se puede verificar bastante bien en un cambio muy enigmático de la voz del narrador.  Hay una escena, una serie de escenas que hablan de un personaje, una muchacha que se llama Belén, y que están narradas en primera persona. Esa primera persona del comienzo, muy claramente, se sitúa en la representación del presente, un presente que después se va a estabilizar como el presente de la novela. Sin embargo, esa voz, a medida que el personaje necesita traer su propia historia, su pasado, se vuelve, como el resto de las líneas del relato siempre unidas a los personajes, narración en tercera persona. Digo como el resto de las historias porque hay varias historias cruzadas que finalmente van confluyendo, entrelazándose, de entrelazamiento, acercándose mediante un mecanismo de encuentros y desencuentros. Esas historias están contadas en tercera persona. La de Belén, es la que comienza en primera persona y luego pasa, como las otras, a tercera. El presente admite la voz de un sujeto de la experiencia, el pasado no, el pasado necesita la exterioridad de otra voz. Cuando Belén recurre a la tutela del pasado, habla un narrador que es el pasado mismo. No digo una memoria del pasado, digo la narración de Pretexto Mozart tiene una voz que no es la voz de una memoria del pasado, no es la voz que voluntaria o intermitentemente va a reconstruir el pasado, sino la voz del pasado, el pasado que va imponiéndose en su potencia ambigua, siniestra.

La otra forma de pasado está organizada en la relación con lo fantasmal. Hay un pueblo, hay una historia de hermanos. El pueblo es un espacio coral, comunitario. Hay voces multiplicadas en el pueblo, hay voces que arman una línea de linaje, una línea familiar. El pueblo está tocado además por una serie de circunstancias dramáticas, hay un asesinato, un loquero, hay un cura que juzga. Está el ritmo de la traición marcando la marcha del pasado: Teresa, que huye convertida en la amante del hermano de su esposo.
La pregunta por el pasado en Pretexto Mozart tiene que ver centralmente con dos cuestiones más: la traición y la otra, evidentemente en relación con la primera, es la dialéctica de lo femenino, la dinámica de lo femenino. Las mujeres de Pretexto Mozart, se definen como gorgojeantes y voraces. Y efectivamente, los adjetivos de Liliana Heer son bien precisos alrededor de los personajes femeninos y de la trama femenina de la novela. Entonces: la historia de la traición, la historia de la tradición y la historia de una joven que está enferma o que aparentemente está enferma, tiene una mancha en el pulmón: otra de las metáforas que dan cuenta de este carácter fantasmal del pasado. La mancha desaparece. La mancha en el pulmón es a su vez un motivo de vacilación acerca de la posibilidad de Belén de volver a relacionarse con su padre.
Otra pregunta enigmática, se me presenta en el título: Pretexto Mozart. Tiene una motivación en el relato, tiene que ver con la iniciación de Belén en la música, y no sólo lo que a ella la ata a la música, sino también con el lazo del padre, que es crítico musical. Hay una escena de ópera, donde se va a la ópera, hay varias referencias a Mozart. De cualquier manera, Pretexto Mozart, cuando aparece en el texto, aparece sin explicación: pretexto Mozart. Frases de contundencia sustantiva, donde se pierden, se dejan los mecanismos de conexión lógica. Una frase tras otra que no revisten conexión gramatical, temporal, de acción u organización lógica que se presentan sólo en su fuerza sustantiva. Pasajes, movimientos de la voz que construyen un ritmo fuerte, un ritmo no explicativo un ritmo que fuerza la representación en el sentido de la presentación. Así, llegado el momento, se presenta el Pretexto Mozart.

De conjunto, Pretexto Mozart da curso a un gran sistema de disonancias rítmicas, de fragmentaciones, perfectamente tramado con la imposibilidad de la voz del pasado. En Pretexto Mozart el pasado es fundamentalmente disonante, disgregado, desarticulado, Es Adorno el que señala que si hubiera que adjudicar la invención de la disonancia, habría que adjudicársela a Mozart. Entonces ahí: Mozart, la disonancia, el pasado, este origen que no termina nunca de explicarse, esto me parece que es el Pretexto Mozart.
Dos cuestiones más que tienen que ver con el arte narrativo de Liliana Heer. Oscurecer, darle rigor fantasmal al pasado es efecto de un gran arte narrativo. Se está siempre dispuesto a leer una versión que busca del pasado una tensión hacia la transparencia, hacia la claridad, que aporta el relato, pero aquí el arte es otro.

Y la otra: los tonos de la novela. Como la disonancia no puede quedar estabilizada en monotonía, Pretexto Mozart se desplaza de la opacidad a la iluminación. Un ritmo que va hasta el fondo oscuro de las cosas, lo ilumina, pero no para dejarlo en esa otra oscuridad que es la explicación tranquilizadora de los hechos.


Texto Publicado en el Diario La Capital de Mar del Plata Suplemento Cultura, 31 de octubre de 2004

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Carta de Simón Zavala Guzmán
enviada desde Ecuador especialmente para la presentación

Señores
Fundación Internacional JORGE LUIS BORGES
ALCIÓN EDITORA
Buenos Aires

Estimados amigos:
El Centro de Artes y Letras de Ecuador “Esmeralda Guzmán Carrera”, que presido, tiene conocimiento de que el día 6 de los corrientes, se presenta ante la comunidad intelectual internacional el libro “PRETEXTO MOZART” de la gran escritora argentina LILIANA HEER. Al relevar esta actividad literaria, en nombre de esta institución cultural ecuatoriana y de todos los escritores de Ecuador que tenemos el honor y el gusto de conocer a LILIANA HEER, quiero expresarles nuestra alegría y emoción por este acontecimiento y, dejar constancia de que reconocemos en esta escritora su gran talento literario, su profesionalismo en la tarea de escribir y, su extraordinaria calidad humana, así como una trayectoria definida en las letras de América del Sur, reconocida también en otros continentes. Es indudable que la literatura de LILIANA HEER ha contribuido, contribuye y contribuirá al engrandecimiento de la literatura de Argentina y a la de nuestros países. Con un fuerte abrazo para todos ustedes. SIMÓN ZAVALA GUZMÁN.- Presidente del Centro de Artes y Letras de Ecuador “Esmeralda Guzmán Carrera”.

 


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