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Presentaciones de Pretexto Mozart --------------------------------------------------------------- Centro Cultural Bernardino Rivadavia --- Por Graciela Ballestero Pretexto Mozart, la nueva obra de Liliana Heer, se me presenta bajo la apariencia de una novela. Dejándome llevar por su apariencia, me dispongo a entrar en la historia sin saber que me espera una tarea imprevista: la de acompañarla en la escritura. Cómo es esto posible, si el libro ha sido escrito, si ya existe en las 129 páginas protegidas por una tapa blanquísima. En la tapa, una ventana me muestra una mujer de largo vestido rojo con una estola y una toca en la cabeza similar al sombrero de Napoleón, un molino de viento sobre una banqueta, una carta pegada en el cielo, un árbol solo en la distancia con un tronco alto y delgado, como único testigo de la luz en el horizonte que es amanecer y es atardecer. Me muestra una foto, una escalera y dos autos que no pueden conducir a ninguna parte, y un animal globo parado en sus patas delanteras, y un tablero de 16 escaques en donde apenas podrán moverse las piezas –los personajes- de la novela. Al llegar al punto final, me diré: Edwin Rojas ha pintado este cuadro especialmente para Pretexto Mozart, porque tiene su misma atmósfera, su dejo de irrealidad, del absurdo que es la materia de los sueños. Comienzo a leer el primer capítulo, El Huésped: El pueblo entero resonando. Belén Gautier, la protagonista de 17 años, personaje central, es portadora de una mancha en el pulmón. La enfermedad la obliga a internarse en una clínica para su tratamiento y a partir del aislamiento Belén se refugia en el recuerdo como quien necesita recobrar imágenes del pasado para recuperar la propia imagen, para saber quién es. En esa clínica, Ezequiel, el médico albino que supervisa su tratamiento, se presenta como el negativo de una foto del padre de Belén. El presente de la historia se va entrelazando con las historias del pasado en un intento de la protagonista por esbozar una imagen del mañana que por el momento le resulta indescifrable. Como todo recuerdo, que es fragmentario, es decir incompleto, las historias se me van presentando fragmentadas. Y es allí donde yo, lectora, me encuentro completando los blancos, las interlíneas, imaginando lo que no está del todo dicho. Pronto descubro que la actitud con la que debo seguir la lectura de Pretexto Mozart, es muy similar a la actitud con que me predispongo a leer un poema. Es el recuerdo la materia de la narración. Las
historias de los personajes de un pueblo que podría ser Colonia
Esperanza u otro de la provincia de Santa Fe, -nidal de inmigrantes,
alvéolo pulmonar del progreso, resuello, respiración,
jadeo, demencia-, de los alrededores de los años cincuenta. Cuando veo pasar la acción por la interioridad de los personajes, descubro que no puede ser de otro modo, la escritura de Liliana Heer no puede desligarse de su profesión de psicoanalista, porque la palabra es tanto el objeto de la escritura como la herramienta fundamental del psicoanálisis, porque el discurso constituye tanto al texto como a la persona, porque nombrar la cosa es, en ambos casos, apoderarse de la cosa, porque somos lenguaje y el inconsciente se manifiesta a través de la palabra. La enunciación va abriendo caminos. Y así como digo que no puedo separar a la escritura de Liliana Heer de su profesión, digo que no puedo separar Pretexto Mozart de su condición de poeta, eminentemente metafórica. A medida que avanzo en la lectura, encuentro algunas correspondencias, diría que a modo de homenaje, con esa obra monumental que marca un antes y un después en la historia de la Literatura del mundo entero, que es el Ulises de Joyce: Teje, tejedor del viento. Atrapa el viento de la memoria en fragmentos de realidad. Eso hace Belén Gautier. Eso hace Liliana Heer. Es que
uno es también lo que lee. Y se es, al escribir, una naturaleza
forjada tanto con la memoria de lo vivido, como con la memoria de los
libros. Una especie de cadena infinita que une al primer manuscrito de
la Historia con la última edición que aún huele a
tinta. No es posible desligarse de nuestras lecturas del mismo modo que
no es posible negar a los ancestros en la constitución de
nuestro ADN. Los libros que leemos van formado parte de nosotros. Esta
relación con el Ulises surge cuando me encuentro con frases como: Este tipo de frases, intercaladas mayormente en el pensamiento de Belén, me remiten a aquellas que Joyce interpone en el pensamiento de Stephen Dedalus, dando al discurso un tono de superioridad intelectual del personaje, de visión desde la altura, respecto de los seres comunes. Ineluctable modalidad de lo visible. Ineludible modo de ser de las cosas por fuera de uno. Entonces me digo, ¿no es acaso Belén Gautier la versión femenina de Stephen Dedalus, el personaje de Joyce que buscaba a su padre? Porque Belén busca también a su padre, no porque lo haya perdido, sino porque su padre está mentalmente distraído de ella, está inmerso en su labor de crítico musical y en el armónico mundo de su casa en el campo. Le escribe cartas a su hija, pero siempre está ausente. Al quedar viudo no pareció haber pensado en la dimensión que para Belén tenía la muerte de su madre, sino en su vacío de pareja. Se mantuvo más interesado en la reconstrucción de su vida amorosa -con una pintora, Carolina- que en su rol de sostén afectivo de la familia. Y contra todo lugar común, hay mucho cariño, hay sensualidad en el recuerdo de Belén para con su madrastra. Hay entendimiento, bienestar. Sin embargo, nadie parece quedarse nunca en un solo sitio, nadie parece haber encontrado su lugar. La realidad, una caricatura, dice la narradora. Crisis de sentido. El para qué de este estar en el
mundo. Como dice Inmaculada Murcia Serrano en su análisis del
Ulises, el sentido se constituye en la conciencia humana cuando dirige
su atención hacia algo para ser. Capta las relaciones de sus
propias experiencias vivenciales con las de otros, establece semejanzas
y diferencias y de este modo constituye el nivel elemental de sentido.
El sentido es el resultado de unas experiencias y de unos actos que se
materializan en la sociedad. El apellido Gautier, remite inmediatamente a La Dama de las Camelias,
y no es casual, ambas padecen la misma dolencia, pero la ventaja para
Belén es que vive en una época en donde muchas de las
enfermedades mortales del pasado pueden ser curadas. Del mismo modo el
apellido Walczack del cura y su primo, el capataz de un
frigorífico, con su compleja caligrafía polaca, al
pronunciarlo en voz alta remite a Balzac. Pero las correspondencias no terminan aquí. Liliana
Heer refuerza la historia de los amantes, Teresa y Roberto, y la
ruptura de la relación de los hermanos, Roberto y Florindo, con
la mención de Atreo y Tieste, que aparecen en un poema de
Prosper Crebillón (1674-1762). Es justo allí En la página 49 me encuentro por primera vez con la
Giganta, que tendrá su capítulo en la página
55. Otra vez el paralelismo con Belén y su
reconstrucción, su un re-nacerse desde la conciencia de la
muerte, desde su palacio médico. “Ojos en fuga” le dice Fabiano a Belén por
su estrabismo. Y me encuentro entonces con el poema Diálogo de
Chile del poeta chileno Raúl Zurita: Al pie de la página 98, en el capítulo “Suaves como telarañas” que corresponde a los amantes, Teresa y Roberto, aparece un fragmento que pertenece a un ensayo de Rousseau, sobre el origen de las lenguas. [Comenta Elvira Arnoux:] Rousseau afirma que el lenguaje es lo que diferencia al hombre de los animales, pero despliega toda la dimensión afectiva y emotiva del lenguaje al decir que en realidad el lenguaje no se origina por necesidades biológicas sino por necesidad de expresar sus emociones. No es el hambre ni la sed, sino el amor, el odio, la piedad, la cólera que han arrancado las primeras voces. Los frutos no se resisten a nuestras manos, podemos alimentarnos sin hablar, perseguimos en silencio la presa que queremos alcanzar, pero para emocionar a un corazón, para rechazar una agresión injusta, la naturaleza dicta acentos, gritos, lamentos. Al llegar al punto final, me pregunto por qué Pretexto Mozart. Seguramente porque Don Giovanni de Mozart, es la obra que los une en un punto referencial. El Don Juan que ama a todas y a ninguna. La imposibilidad de la entrega verdadera, del compromiso afectivo, de la fidelidad. La música está siempre. La música que Belén se niega a seguir tocando en el piano. La música que buscará recuperar. Quiero agradecer a Pretexto Mozart que me haya sacado de la pasividad de una lectura en la que todo está hecho, anudado, cerrado.
--- Por Rubén Chababo La mejor forma de ingresar a Pretexto Mozart es pensarla no como una partitura musical, a pesar de que el título remita necesariamente a ese universo, sino como una obra pictórica compuesta de múltiples capas. Palimpsesto se dice en el lenguaje artístico a esas sucesivas superposiciones cromáticas que van ocultando, una tras otras, imágenes y trazos dejados por el artista de modo que la imagen de la superficie, aquella que vemos al mirar el cuadro, no es más que una, en la sucesiva serie de imágenes precedentes hasta alcanzar aquella que percibimos nos enfrentamos a la tela. Pretexto Mozart está compuesta como un
verdadero palimpsesto, una superposición de historias, deseos,
búsquedas, desencuentros, traiciones, amores que desvelan el
alma de algunos y que entregan a la desesperación a otros. Nadie está del todo quieto en esta historia, ni siquiera los muertos. Todos hablan, dicen, van detrás de algún cuerpo que los inquieta. A veces logran recalar sobre la piel deseada, otras fracasan porque no logran dar con aquello que los desespera terriblemente, con aquello que les lleva y arrastra el alma. Pretexto Mozart es una novela sostenida en aquello que la pasión produce en el alma de quien es poseído por ella. También es una novela en el que la traición le disputa territorio de manera permanente a cada uno de los personajes. Al menos así se abre el texto, con la historia de una mancha que se evapora de un pulmón y la historia de alguien que entra a hurtadillas a casa de alguien para encontrar la pasión. ¿Quién habla en estos textos, quién dice lo que dice de estos hombres y mujeres arrastrados por el deseo? Si no hay vida no hay captura posible, o en todo caso, si la víctima deseada no opone alguna resistencia, el esfuerzo desplegado para atraparla puede ser absurdo o no tener sentido. Pero al mismo tiempo, y como se lee en la cita, la captura requiere un diseño, una estrategia que necesita de la estética para construir ese acto de rapacería que va del cuerpo quieto al cuerpo sorprendido en la inmovilidad, para hacerlo propio. Creo encontrar en eso el motivo de algunas citas tomadas de la física que Liliana Heer incorpora a su novela, más precisamente aquellas que vienen del campo de la electromagnética en la que se habla de cuerpos que se oponen o que se atraen, en la que se dice de los efectos diversos que produce el uso de la corriente alterna o continua cuando es utilizada. Más adelante apelará a la astronomía, otro saber que se incorpora para dialogar con las historias de estos personajes, no para explicarlas de manera didáctica, no para añadir un dato que el lector desconoce, sino para sumarse a la serie de rasgos huidizos, a veces deshilachados, con que se van construyendo. Así como en el sistema solar los cuerpos opacos al recibir la luz se iluminan a medias, de la misma forma ocurre con los personajes. “Solo aquello que ilumina Don Juan se ilumina” leemos en el capítulo titulado Pampa. Ese puzzle cobra sentido en el avanzar de la lectura a medida que el cuerpo del texto le va dando un lugar a cada uno de los cuerpos carnales que, esquivos, evanescentes, dislocados conforman la gran trama de la historia. "Si alguien quiebra la rutina la realidad se transforma en abstracción." ¿De qué rutina habla el texto, qué indica esa voz que en mitad de la novela aparece como alertándome de que algo está a punto de extinguirse o evaporarse? Pienso, releo las historias aquí narradas. Entiendo que la serie de amores y traiciones con que se construye la trama necesita puntualmente de la repetición, que esa repetición le da un sentido, construye una sintaxis y que si ella no está, si ella se quiebra, algo de lo que viene siendo dicho se transforma en vacío. Por eso la novela de Liliana exige una mirada atenta, una mirada que vaya sabiendo encontrar los puntos exactos que van diseñando la trama del bordado que ella ejecuta, que sepa enhebrar un cuerpo con otro, filiar los nombres y los deseos que a cada uno de ellos impulsa. Quebrar esa rutina pone al lector en el lugar del desconcierto. La rutina no es ajena al erotismo o al menos a cierta literatura que insistió en abordar lo erótico como tema. Pienso en La condesa sangrienta de Pizarnik, en que ritualmente, repetidamente, cronométricamente se suceden cópulas y muerte, elementos centrales de aquello que el erotismo es en esencia. "Lo visto y oído más presente que el hoy", el lector lee duplicada esa sentencia y sabe que le está diciendo, eso que se repite, esa voz sin cuerpo, que el espacio de la historia de la que vienen esos personajes tiene una densidad más fuerte que el presente, porque ni Teresa ni Florindo ni Ezequiel ni la Giganta, ni el cura Walczack, por solo nombrar algunos de los personajes de la novela, son otra cosa que la historia densa, cargada, espesa de sus propias construcciones amorosas o pasionales. Historias y pasiones que los fueron arrastrando hasta ese presente en el que la voz los nombra y los ubica en un hoy siempre huidizo y en el que ellos parecen resistirse a permanecer. "No el hambre ni la sed sino el amor, el odio, la piedad, la cólera, son los sentimientos que arrancaron las primeras voces", dice esa voz transcripta en el texto, esa voz acaso sentenciosa que va puntuando la narración, esa voz que le da pretexto o texto a lo que la escritura va narrando. No es el hambre, no es la necesidad física extrema lo que arrebata a los seres humanos al punto de tocar los límites de la destrucción, es algo más sutil y acaso más inaprensible, y el devenir de los personajes de la novela así lo ejemplifican. Pretexto Mozart es, ya lo dije, un palimpsesto. En
ese palimpsesto están los cuerpos, están los deseos,
están las traiciones. Cruce de texturas sobre el corpus textual
que invita a que el lector, devele, con lectura atenta, la trama que
une y liga pasión con traición, amor con desmesura. Con Pretexto Mozart, Liliana Heer nos ha regalado un desafío literario, una pieza exquisita de orfebrería escrituraria, una novela que yo, cálidamente, invito a cada uno de ustedes a leer, a que ingresen y penetren, como se penetra un bosque o un cuerpo, a descubrir un territorio construido con la originalidad única de la que Liliana Heer es poseedora. Una originalidad que ya la ha ubicado con sus textos anteriores, entre las voces más destacadas de la narrativa argentina contemporánea, y que esta novela, sin lugar a dudas, viene a ratificar.
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