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Presentaciones de Pretexto Mozart --------------------------------------------------------------- Escuela de la Orientación Lacaniana --- Por Horacio González Estuvimos ayer hablando con Liliana, aún no había terminado de leer la novela. Hice una lectura completa y rápida en medio de llamados telefónicos. En primer lugar, me parece que el título tiene una fuerte carga sugestiva, y después no es fácil encontrarlo en la novela, y aún más, es difícil encontrar la forma clásica de la novela. Hay distintos atributos con los cuales la autora va dislocando la forma clásica cada vez que aparece o amenaza con aparecer. La idea del pretexto me parece adecuada en este caso, una expresión de enorme sutileza, una figura esencial del conocimiento. En el pretexto se quiere agradar mintiendo o decir la verdad de una forma parcial o interesada. En cualquier caso, es una evasión del sentido, es lo que siente el lector cuando el pretexto comienza a aparecer de manera intensa, plena. Pero se puede imaginar cuál sería una trama, un episodio. Porque detrás de la novela que se presenta como pretexto aparece una novela que es posible imaginar. No es fácil leer una novela así. El lector de novela está acostumbrado a distintos procedimientos, calidad de tiempo, de articulación de espacios, montajes. Pero, evidentemente, el pretexto que aquí se alude es algo que produce también efectos con el tiempo y con la capacidad de que aparezcan significados sueltos en cada hendidura, cada vez que se empujan, como si pudiéramos decir, varios elementos a la vez con una fuerte apuesta respecto al lector, porque la novelista es absolutamente tacaña para hacer emanar de si los elementos conectivos de aquello de lo que está tratando. Hay un sentido absolutamente ahorrativo para lo que el lector acostumbrado a los procedimientos de montaje, articulación de distintos tiempos, podría reclamar. Entonces, esa tacañería, digamos, va abriendo pequeños focos por vez y después los retoma suministrando mayores advertencias o iluminaciones, va dejando que cada episodio se elabore a través de mecanismos bastante desafiantes para el lector, que son un conjunto de substracciones, de agregados que tampoco se puede decir que al final tengan la garantía absoluta de generar aquello que la novela clásica prometía, que es un sentido para las conexiones y la totalidad expresiva que de alguna manera queda garantizada aun en experiencias muy atrevidas de quiebre de la temporalidad. En este caso, en la novela a la que se alude es el pretexto de la novela cuya ejecución está transcurriendo, como un procedimiento extraño de proponer, con mascotas pero substraerlas al mismo tiempo, pequeñas viñetas, a la manera de un puzzle quizá. Pensé en la imagen de un rompecabezas, pero desmerecería un poco el procedimiento que es muy delicado. La expresión rompecabezas es menos; pero puzzle alude a un enredo, y en verdad aquí no hay ningún enredo; la expresión es depurada, hay una profunda depuración de todo lo que se anuncia. Son enunciados muy precisos, de una precisión enorme pero después se disipan, la misma frase tiene el mismo procedimiento de la novela, el fraseo está hecho con el mismo procedimiento de la novela, parece anunciar una frase completa que va a dar todo lo que promete su curso, pero después se va diluyendo en golpecitos pequeños. También siempre con substracción de conectivas, substracción de lo que a una frase el lector habitualmente le reclama. Y en este caso la lectura no resulta entorpecida por este procedimiento; es el procedimiento del pretexto, y eso permite proponer que hay algo que se está contando, que es evidentemente una novela cuyos temas, hay sin duda muchos temas, son ostensibles casi desde el comienzo, pero ostensibles como una sospecha. Está la locura, un tema, la traición, la traición familiar es otro tema, el viaje, la ciudad. Por momentos, aparecen demasiados elementos, una ciudad donde hay voces políticas, pero que también se van diluyendo. Da la impresión que cuando se ofrece demasiado se diluye rápido. Evidentemente hay precisiones pero el clima de incerteza no
cesa. Las precisiones son campo y ciudad, pero apenas dicho esto se
desmerece un poco como están sugeridos los elementos. Lo que se
sugiere aquí es muy evidente, como si la novelista hubiera
escuchado sobre algunos aspectos de algunos fragmentos y pudiera decir
muy poca cosa de aquello que de todas maneras se puede inferir. Los
personajes van apareciendo de una manera extraña también,
por el mismo procedimiento. Primero aparecen entre paréntesis,
como si se bocetaran rápidamente. Belén Gautier da
impresión de que va a aparecer, también la primera
persona, pero después desaparece. Es una primera persona que
aparece muy fuerte y después como si se va diluyendo, queda un
eco y después vuelve a aparecer, o sea, primero aparece entre
paréntesis, además, como si no importara demasiado o si
importara tanto que se la mete en el cofre de los paréntesis,
después se despliega más y después la vamos
adquiriendo como una conquista real de la novela, pero eso demora, esa
demora es la materia de la novela. Es una novela con demoras
deliberadas, intercambio de voces, hay una voz de una radio que aparece
mucho al principio y el eco va reapareciendo al final. Una radio de los
cuarenta evidentemente, donde se trata un tema de locura con un doctor:
Bucherol. Se me ocurrió la idea de epigrama, por momentos es muy
epigramática la forma en que aparece la frase, pero las personas
se dan hachazos; la verdad, es una novela de lo terrible del existir,
sobre el amor, evidentemente, y también, aunque mucho menos,
sobre las acciones colectivas también y no poco. Y uno, si
quisiera dar los nombres donde esto transcurre, se podrían dar
perfectamente porque la novelista no evita que eso pueda hacerse. Sin
embargo, ese rasgo de absoluta prevención y distancia que toma
el lenguaje, se acerca a estos personajes del pueblo que es un pueblo
de los años cuarenta, indudablemente, con esa radio, con ese
hospicio, aunque no se llame así, con el tren, con el Club
Social, con el señor Gautier, con las búsquedas de cruces
amorosos permanentes, de ahí la alusión respecto de
Mozart. Pero es una novela que, aunque no sea fácil de
identificarla con otras tradiciones de la literatura argentina, y eso
no es en desmérito sino al contrario, yo le decía ayer a
Liliana que había algo parecido con una novela que había
leído hace poco. Pero, evidentemente, esta novela tiene muchas
veladuras, los cortinados van y vienen, se corren, se abren casi de
manera desesperante para el lector, pero lo que el lector está
leyendo no son pruebas de la desesperación de la escritura, es
la desesperación de los personajes y, sin embargo, no puede
dejar de inquietarse por la decisión de una escritura que cuando
no es de la primera persona de la protagonista, parece no inquietarse
demasiado. Pero sabemos que es así cuando se dedica a contar de
qué modo las formas familiares son imposibles y eso me parece
que es otro tema de la novela. Entonces, en ese contraste entre si hay
epigramas, esas escrituras que quedan muy grabadas, muy pensadas,
realizadas con un estilete muy fino y el tema que desborda por todos
lados y la inaprensible desmesura de las cosas que se cuentan
aquí, hacen de esa novela una especie de contraste casi heroico
del tema y el estilo, y en ese sentido es una acción
novelística de profunda importancia para todos nosotros. Por lo
que si lo puedo decir mejor, para terminar, porque no se trata de
exhibir, de producir ningún exhibicionismo de la destreza con la
que se manejan formas, se está queriendo explorar aquello que no
aflora fácilmente y que con utensilios muy calmos, una escritura
por momentos diáfana y de una extraordinaria pureza, se
está queriendo ahondar en los temas más íntimos
del horror, de la locura, de la extrañeza, de la ausencia. Esta
novela ocupa un lugar, en el sentido cuya importancia me parece que
surge de lo que estoy diciendo, y al mismo tiempo, poco localizable en
otras novelas que se escriben en Argentina. Es una novela que
desafía con los más diversos tonos y con ese fuerte
contraste entre su elección de escritura y el pavor y el miedo
que se desprende a cada paso de lo que se quiere decir, y lo que se
quiere decir es algo así como la vida que puede independizarse
de las escrituras del horror y las escrituras que también pueden
independizarse de la obligación de contar el horror con formas
literales de lo establecido. En esa distancia, en ese vacío, en
esa posible disparidad entre lo que aparece como destrozo de la
realidad y lo que suministra educadamente la novelista, aparece la
evidencia de las piezas más o menos escandalosas que hace esta
novela; de que se trata del existir y cómo la letra se encarna
en existir con su distancia, su lejanía, su ausencia y casi su
eco. --- Pretexto: Mujer Pretexto: Motivo o causa simulada o aparente que se alega para hacer algo o para excusarse de no haberlo ejecutado. Entonces me dije, estamos en el buen lugar. Vamos a presentar
el nuevo libro de Liliana Heer, en una Escuela de psicoanálisis,
la EOL, y corresponde intentar algún análisis, es decir
separar y distinguir algunas partes para llegar a conocer sus
principios y elementos. Analizar pero sin los recursos de la ciencia ni
los de la crítica, sino con los nuestros. Acudo a Lacan que en ocasión de referirse a un texto de Marguerite Duras, la homenajea... ¿Por qué? Porque parte del principio de reconocer que es el artista el que evidencia saber, por lo que lleva la delantera y el psicoanalista apoya su critica en la virtud de los recursos del escritor. Repito: es el artista el que lleva la delantera y el psicoanalista apoya su crítica en la virtud de los recursos del escritor. Y así aspira a dar fe diciendo que la práctica de la letra converge con el uso del inconsciente. Entonces el texto de Lacan pasa de ser un homenaje a ser testimonio de una concordancia. Pero para eso es necesario un método y una cuestión de principio. El método precisa de seguir al pie de la letra el texto de la autora, y el trabajo del analista es de puntuación, no es hermenéutico. Y el principio es de oposición: oponerse decididamente al llamado psicoanálisis aplicado, saber mítico, histórico o ficcional que se sobreimprime a la letra. Pero más grave aun atribuir la técnica del autor a la neurosis y para demostrarlo asumir el texto como la explicitación de los mecanismos que constituyen el inconsciente del escritor. Mozart es el pretexto para Don Giovanni. Una fantasía femenina. Ellas: voraces, gorjeantes, delicadas. No es posible amar a una sin amar a todas. Pretexto Mozart incluye una galería de mujeres, una ocasión para exponer su radical extrañeidad. Pero ¿cómo se declina en el libro, esa materialidad femenina? Los recursos que le son necesarios a la autora son variados: La descripción forense con matices lombrosianos: Belén 17 años, estatura mediana, peso por debajo de lo normal, dolicocéfala. Leve estrabismo ante los haces de luz. O bien las características románticas: Sugestionable. Melómana. Chica de buena familia: Boina, cabellos trenzados. Habitada por la memoria de su pueblo. También hace uso de un realismo, donde no faltan las marcas del padecimiento: ideas pletóricas, inconsistencia. Naturaleza imberbe, expectante, crepuscular. Una joven que vive en el espejo de su contradicción; para caer precipitadamente en un resto que aglutina todo ese ser: Sucio ojo de carne en tránsito. Si todo relato implica camino, recorrido y errancia, esta es una novela de tránsitos, migraciones y desarraigos. Saltos y franqueamientos. Entramos en esa galería de la mano de Belén, la púber desflorada por el médico que termina enamorándose de ella. Desde su faro se divisan los otros personajes ¿A quién rodearían sino rodearan a Belén? Algunos que extraigo de la trama: el amante, y las otras mujeres: la esposa del amante, la ex mujer del padre, la prostituta, la madre, la mujer infiel y la giganta. El amante, un hombre mayor que mi padre, es una metáfora del hombre: un animal feo. Su afán es repetir historias, su pasión es regalar en lugar de desvestir, y su sórdido logro, su única conquista ha sido la ruptura de una membrana cuasi inmaterial, denominada himen. Las otras: La madre, en la galería de las mujeres es infaltable. En pocas novelas se desnuda su imagen y su función como en ésta: loca, lujuriosa, paridora. Pero aun posesa y brutal, sigue siendo virtuosa. Siempre se la ve ahogada por hijos dando vueltas en torno a su cuerpo como abejorros, e implora: Quíteme de encima estos críos. Se burlan con la sed. Quieren que los amamante, ¿con qué? Si ni carne tengo. ¿De donde sale tanta criatura Lucrecia, la esposa del amante, ocupa una
posición que palidece con respecto de la mujer que escapa
de los brazos del padre de Belén. Seductora: treinta años menor que el padre.
Descendiente de una familia de embajadores. Pelirroja impulsiva.
Aventurera. Amante de la pintura. ¿Dónde reside la atracción por Carolina, mas allá de esa figura dúctil, de huesos transparentes, siempre prodiga en pinceladas y caricias? La respuesta parece estar en tres puntos: 1º) Una evocación, Belén escuchaba innumerables relatos de viajes en los que alguien sufriente la veía partir.
Identificada a ese sufriente que mira partir, Belén deseó
que Carolina la hubiese engendrado. 2º) De inmediato, el
texto la describe a Carolina como mucho más firme y resuelta que su padre, tan directa que a veces desconcertaba. Ese mucho más que el padre se hace condición de deseo. Y 3º) La
alianza de las jóvenes era otra, ilusión, secretos,
maquillaje del devenir: Nunca se sabe lo que puede un cuerpo. La prostituta. Exquisito fantasma femenino que es delicadamente desbaratado: Ser puta no es un hobby es un oficio que sobrepasa la fantasía, nada responde a lo prefigurado. La prostitución, tiene sus reglas: también escuchar forma parte del servicio. Y se transforma en una pregunta ¿Querré estar frente a una mujer para comprobar si yo también lo soy? Teresa: ¿Qué nombre de goce ponerle a Teresa? Sin embargo es la que emigra del campo a la ciudad. Es la que
toma el tren a pesar de temer haberlo tomado en sentido inverso. Desde
que huyó del campo, cambió. Se ha vuelto distinta,
reservada, una mujer que atesora lo que siente y evita mostrar placer.
Como si cada expresión la privara de éxtasis o el
éxtasis solo pudiera alimentarse en un espacio mudo. La giganta. ¿Que es una mujer? La autora responde desde varios lugares, hace pendular referencias, alterna decires, expone modelos de mujeres cuyo eje bascula alrededor del estilo. ¿Cual de todas estas es La mujer? Todas y ninguna. Un personaje mitológico las condensa: Quimera. Tiene la cabeza del rey de los felinos, el vientre de la cabra y la cola del dragón: un fenómeno hembra y macho. Liliana Heer ha escrito, nos lleva la delantera, nos toca ahora a nosotros seguir con el trabajo. Texto publicado en Suplemento de Cultura, Diario La Capital, Mar del Plata, 27 de febrero de 2005. --- Elogio al libro Allá por octubre del 2002, Liliana Heer y Arturo
Frydman pergeñaron unas Jornadas sobre Literatura y
Psicoanálisis, en la Biblioteca Nacional, las primeras de la
Sociedad de escritoras y escritores de la Argentina (S.E.A) dicho
espacio, por entonces contaba con un Director transicional, Silvio
Maresca. Una mala lectura Jorge Alemán en su conferencia “Arqueología de la formación del analista” (Virtualia Nº 5), propone una clínica de la lectura. La tendencia a lo Uno totalizante se ha impuesto y terminó siendo el seudo discurso capitalista, la técnica, nuestro destino mismo. Hasta tal punto ha sido nuestro destino, que cada vez surge con fuerza apremiante la pregunta acerca de cómo oponerse a aquello que se ha cumplido como un destino. ¿Qué relación guarda la lectura que se produce en la experiencia de un análisis, con la lectura de los textos? Se verifican peligros, obstáculos, pero en el obstáculo está la posibilidad (Freud dixit) La experiencia de lectura nos confronta con el sentido gozado, vale decir, con la amalgama de una articulación de significantes con su carga libidinal. Declinaciones clínicas de la lectura Lectura obsesiva: se lee, para protegerse, tal vez de otros
libros, muchos libros en biblioteca, mortificados. El obsesivo se
protege de los libros que los otros leen. El libro como chiste (para
contárselo a otro) Una lectura apropiada, la que mantenga la mayor distancia
posible en el sentido gozado, entre la articulación significante
y el goce libidinal Siendo que había decidido dedicar el fin de semana que pasó a preparar éste comentario, al ser invitada a un convite, me excusé diciendo que tenía que preparar la presentación del libro de Liliana Heer: “Proyecto” Mozart. El significante pretexto cayó bajo la barra, habiendo sido sustituido por el significante: Proyecto. Sabiendo que conviene descifrar el inconsciente, porque sino se venga, y luego de haber marcado el libro: Pretexto Mozart, de maneras más o menos discretas. Proseguí la cacería rastreando aquello que tanto Freud como Lacan hubieran pretextado Mozart. Elijo para ésta ocasión las siguientes presas: -Lacan y su énfasis en el fracaso de la pedagogía. Su consejo de que no se puede dejar de tener en cuenta a la pulsión de muerte y a la entropía, al organizar una fábrica, atómica o no, o un país. La función del deseo, su insistencia, el privilegio de las tareas inconclusas. Dice Lacan, en un capítulo titulado por J-A Miller: El circuito (Lacan, Sem.2) “Nos acordamos de Mozart: bebió la taza de chocolate y volvió para pulsar el último acorde. Un músico es siempre músico de su propia música. Y fuera de las personas que componen ellas mismas su música, es decir, que tienen su distancia respecto de esa música, hay pocas que vuelvan para pulsar su último acorde”. Lo que en la experiencia analítica denominamos intrusión del pasado en el presente, es siempre el aprendizaje de alguien que haría mejor la próxima vez. Que lo haría mejor, es, que tendría que hacer algo completamente distinto. Y Don Giovanni, no se confunde con un seductor en posesión de pequeños trucos ad-hoc.
Don Juan ama a las mujeres, incluso lo bastante como para saber,
llegado el caso, no decírselo. Y las ama lo bastante como para
que, cuando se lo dice, le crean. El Don Juan es sueño de mujer. Una de las historietas en las que Freud centra su análisis del chiste, la del salmón con mayonesa, es la más bonita para ilustrarlo: Se trata de un personaje que tras haberle dado a un pedigüeño algún dinero que éste necesita para hacer frente a no se sabe que deuda, se indigna cuando le ve darle otro destino al objeto de su generosidad. Después de su buena obra, ve al otro en un restaurante a punto de regalarse un salmón con mayonesa, lo cual considera signo de un gasto suntuario. Le dice ¿pero como es la cosa, para esto te he dado dinero? ¿Para que te permitas un salmón con mayonesa? El otro responde. Pero no lo entiendo, cuando no tengo dinero no puedo comer salmón, cuando lo tengo tampoco. ¿Así? ¿Cuándo voy a comer salmón con mayonesa? Lo que se escribe: las condiciones de goce. El magnetismo Pretexto Mozart, lo sensible y las épocas
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