Contratapa ©2003 |
Ángeles de Vidrio
Ella no va a contar la historia de un loco. Vivió
tantos años con él que poco le agregaría. No va a
contar la historia pero empieza a hacerlo. Empieza por el final.
Recuerda cómo lo conoció. El niño estaba en su
cuerpo aún sin nacer, trabajaba de camarera en un bar y
había sido echada por no impedir que un cliente partiese el
espejo con una botella. Ella no habría podido impedir nada pero actuar así fue la ocasión del dueño para echarla. Nombre que al unísono vocearon los clientes pidiendo
más bebida; algunos parados sobre el mostrador para arrancar
pedazos de espejo, otros pateando las esquirlas. El bar convertido en
un motín. Golpes, estruendo, agujas de plata, simetría
deforme. Sólo la parte superior del cristal permaneció
adherida al inmenso marco de madera negra con figuras talladas. Aun después de haber sido echada a empujones a la calle, Leonor pretendió seriedad pero reía. Júbilo nocturno. Risa en medio de la risa. Verdes y azules los reflejos del cartel sobre sus dientes. El hombre que había tirado la botella, muy resuelto
empezó a juntar cosas del piso: cosméticos y un tapado
azul que sostiene mientras Leonor guarda en un bolso el delantal de
camarera que no volverá a usar. Tampoco vestirá otra
clase de uniforme. Bajo la consigna: Esto es una partida, escucha la
promesa de Iván. Le pagará todos los martes como si
trabajara, ofrece también alojarla en su casa: Leonor mira su vientre y recuerda una imagen. Varias veces vio
aquella película en la que una joven criada mira su vientre
después de espantar hormigas con un diario; el chorro de agua
sobre los insectos. La criada en el ritual cotidiano mata, enciende el
fuego, busca el molinillo de café, se sienta al lado de la mesa,
entorna la puerta de la cocina con los dedos del pie para recién
entonces mirar hacia abajo. Lentamente van caminando hasta el hotel donde Leonor vivía. Ella pide su llave y sube por la escalera; Iván no la acompaña, otra vez de pie ante un mostrador, paga y se dedica a contar los casilleros desprovistos de cartas. La sencillez del cuarto donde Leonor entra es notoria
comparada con la sala de estar en la que Iván espera. En la
pared cuelga un almanaque con la estampa de un puente, no hay otro
adorno. Leonor hace una cruz en uno de los días pero no quita el
almanaque. Luego, sin vacilar, saca del armario una valija a cuadros
donde mete su ropa y un instrumento de percusión. En pocas palabras le dice a Iván que Tommy es el autor del niño y hermano de su mejor amiga: Raquel. Faltaban unos meses para el parto cuando Iván y Leonor
se conocieron. Mientras caminan hacia la casa de Ruth, ella con el
tapado azul y los cosméticos partidos y él con la valija
a medio llenar porque escasa ropa tenía Leonor para ponerse,
Iván planea cómo será en adelante la vida de
ambos: sin otro quehacer fuera de dormir o estar despiertos.
También propone encontrar una canción porque la
niñez tiene algo de implacable y ávido: A Leonor le produce asombro la idea del llanto, un asombro que
nada tiene que ver con la realidad sino con una historia que le
contaron de pequeña. Le habían dicho que durante su
infancia nunca lloró, ni siquiera en el momento de nacer, por
eso cada vez que ve llorar a un niño lo toma en brazos para
contagiarse de ese rumor desconocido, de ese efecto propio del cine
sonoro. Amanecía. Con la valija a cuadros, el bolso y el tapado azul, llegaron a la casa de la madre. Como si los hubiese estado esperando, Ruth besó a Leonor y de algo banal habrán conversado mientras él se encargaba de limpiar la habitación que le cedería sacando telas y caballetes al enorme espacio que rodea la parte posterior del edificio. Un mundo de ventanas abiertas a innumerables plantas y fuentes. Un mundo esférico con cúpulas octogonales será en adelante el nuevo estudio de Iván. Los planes de convivencia se cumplen, Iván está
despierto y Leonor duerme. El pinta y ella visita a Raquel; juntas
suelen ver films clásicos o escuchar grupos de rock. Es posible que a Ruth le asombre la conducta de su hijo. Nunca
antes lo ha visto interesarse por la consecuencia de sus actos. No se
refiere al niño que va a nacer, sabe que no es el padre, sino al
incidente del bar donde Leonor fue echada. La madre decía y desdecía, como si hablar del
tema fuera demasiado difícil y cualquier imprudencia pudiese
contribuir a empeorarlo. |