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Liliana Heer

Reseñas de Ángeles de Vidrio

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Personajes y relaciones del siglo que vendrá
Por Juan Jacobo Bajarlía
Diairo El Litoral
Santa Fe, 15 de enero de 2000

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Dentro de la inexplicable trama que modela el fu­turo de las relaciones humanas es posible encontrar en ciertos textos de ficción algunas claves que prefi­guran el porvenir. Esto es lo que Liliana Heer nos brinda en Ángeles de Vidrio, una novela shockeante con grandes hallazgos visuales, dominio literario y de género.

Ángeles de Vidrio está escrita a través del ojo de una cámara. Hay referencias a filmes y uso de recur­sos cinematográficos que proliferan dándole a la na­rración la consistencia tridimensional típica del cine moderno y neobarroco.

Se trata de una novela de estilo preciso y directo con giros inesperados y no obstante verosímiles. La autora posee agudeza para captar estados de ánimo y conductas, sensibilidad para narrar la luz, el color y los desplazamientos espaciales.

Lo más sorprendente es la combinatoria mediante la cual Heer crea un mundo afectivo, artístico, labo­ral, político y cotidiano pleno de escepticismo vital a través de un marcado humor negro y pinceladas satíricas. Hay una extraña alquimia: la ligereza del mun­do actual y la fuerza de las pequeñas pasiones adquieren el vértigo de lo visionario. Todo parece con­verger en la frase leitmotiv de la protagonista: "Situa­ciones excluyentes coexisten".

Los personajes muestran una opción de vida dife­rente. Reaccionan de manera inesperada ante hechos de distintos niveles de importancia. Es gente espon­tánea, capaz de establecer vínculos sólidos y apasio­nados fuera de los patrones tradicionales.

El movimiento de la novela se da en el ritmo cam­biante de los trece capítulos que la conforman. Cada uno de ellos abre y cierra una secuencia como en el cine. En todos está Leonor, de manera que casi natu­ralmente ella se apropia de la novela transmitiendo la cercanía de una primera persona aunque esté narra­da en tercera.

La trama se plantea en la primera página. Leonor es camarera, está embarazada, un cliente rompe el espejo del bar tirando una botella de whisky y ella no puede parar de reír a carcajadas. Esto produce tal descontrol entre los hombres del bar que el patrón termina echándola. Iván, "el loco" que partió el espe­jo, junta las cosas del piso, promete pagarle todas las semanas y la invita a vivir con él y su madre. La casa donde viven es un escenario muy especial -de va­rios pisos, con un invernadero, galería de cuadros, teatro, etc.- frecuentado por un mundillo heterogé­neo y ocurrente de artistas e intelectuales.

Todo está planteado, pero como el relato que Leo­nor narra, sucede también en el presente, el lector es­tá en suspenso, sabe tanto como los personajes. Este tratamiento seduce e intriga.

El mundo de Ángeles de Vidrio, en el cual es posi­ble encontrarle una vuelta no traumática a la vida, contiene también a un personaje que adquiere im­portancia a medida que avanzamos en la lectura. O'Connor, "el falso cura envenenador", es un asesino en serie y, a diferencia del resto de los personajes, se rige por un Dios implacable y vengativo.

O'Connor sólo aparece a través de los medios ­-radio, diarios, juicio oral televisado, comics- y en los recuerdos. Fue cliente de Leonor en la época en que ella se ganaba la vida leyendo textos diversos mien­tras Raquel copulaba -extraño modelo de prostitu­ción complementaria.

Entre Leonor y O'Connor se instala una fuerte re­lación casi muda. Cuando Leonor toma conciencia del riesgo que corrió, se obsesiona con el fantasma de haber podido ser su víctima y ese temor abre un nue­vo cauce en su vida.


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