Liliana Heer

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Liliana Heer

Reseñas de Ángeles de Vidrio

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Ángeles de vidrio
Por Susana Cella
Revista Ñ , Diario Clarín
25 de abril de 1999

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Liliana Heer. Norma. 131 páginas.

"El espejo agrietado de un sirviente", dijo Stephen Dedalus hablando con Buck Mulligan en el Ulyses. No es la apreciación de Stephen acerca del arte irlandés lo que interesa destacar aquí sino la imagen joyceana que resulta evocada ante Ángeles de vidrio. El material concreto, cortante, se multiplica y con él las imágenes que proliferan a lo largo de los retazos de historias que van componiendo el relato. Si tu­viéramos que hablar en la novela de Liliana Heer de una figura dominante podríamos decir que es la esquirla, y que el texto es una conjunción de esquirlas producidas por el golpe que de­sencadena la trama. En ella subyace la pregunta -y esto también tiene que ver con la referencia a Joyce- de cómo narrar hoy la vida común y a la vez singular, cómo decir de la complejidad de los personajes medios, cotidianos, que se mueven entre sus deseos y aceptaciones en un mundo parcelado, a medias comprendido.

Respuestas tentativas, como la de la protagonista, Leonor, al tratar de afincarse en una situación que denomina "caos sin consecuencias nefastas", son tal vez una forma de resolución que implica arraigo, supervivencia y también procura de ciertos placeres como el de la sensación física de la presencia de su hijo, el niño que al iniciarse la historia no ha nacido todavía, cuyo padre es una especie de accidente y cuyo crecimiento es una sucesión de tan­teos y manifestaciones en medio de un es­cenario móvil: el de la obra de teatro y los continuos cambios que Iván, suerte de pa­drastro, introduce en la obra que esperaba algún tipo de representación.

La esquirla como figura y los fragmen­tos como emergencias en el interior de ca­da uno de los trece capítulos que compo­nen la novela, se mueven según una lógica de continuos desplazamientos que atra­viesan todos los niveles del texto, desde lo anecdótico: traslados de la protagonista, mudanzas, ensayos, hasta los tramos de la historia donde se pasa levemente de un lu­gar y un tiempo a otro: "Sólo si mira las nubes puede pensar que está lejos: ella y Kevin caminan por la arena...". También desplazadas son las relaciones entre los personajes: el pacto entre Leonor y su ami­ga Raquel mediando el fantasma de la vir­ginidad, la maternidad de Leonor y su unión con Iván, el grupo familiar como un nido de palomas en el que las obsesio­nes especiales de cada uno tienen como fondo común la tangible y carnal realidad del crecimiento pre y post natal de Kevin.

Además de referencias a filmes -Jules et Jim-, actores y el teatro, hay una zona de pasaje o relación, donde las imágenes muestran con mayor nitidez el cruce de alusiones ficticias y de recuerdos, cuando se trata de ver, en la TV, al envenenador que Leonor y Raquel conocieron en sus ra­ras sesiones de prostitución.

El acto del reconocimiento de ese hombre -O'Connor, antiguo cliente que exigía la lectura de la Biblia en los encuentros carnales carece de espectacularidad. En cambio pone en marcha una acción conti­nuada que se vincula con la transición en­tre lo observado y lo vivido, entre lo visto en televisión o cine y lo visto en cuerpo presente. Porque todos los deslizamientos corporales que se cifran en la herida no ce­rrada alcanzan un grado de exasperación en el discurso de 0'Connor, asceta, reli­gioso y asesino, en una profesión de fe en el pecado transmitida por TV. El olvido que amenaza la historia de 0'Connor ten­drá como contrapartida el despliegue de los que de un modo u otro se han involu­crado en la escena. Un estremecimiento aumentado recorre los tramos finales de la búsqueda: las citas religiosas, los interro­gantes éticos junto con las formas de la re­presentación, en el espacio carcelario o el de la obra. Nuevamente, como ese caleidoscopio que en un momento deja ver las caras de todos los personajes, éstos y los lugares son susceptibles de intercambios: la obra en la cárcel, la cárcel en la casa, la casa en la obra o "Vientre celda y morada, lugar donde transcurrimos, habitación ja­ponesa con tabiques móviles: todo al al­cance de la mano".

Revista Ñ , Diario Clarín


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