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Liliana Heer
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Presentaciones de Neón
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Biblioteca Nacional. Auditorio "Jorge Luis Borges"
Buenos Aires, martes 25 de marzo 2008
Presentación de Neón
Por María Pía López
Para hablar de Neón, primero quería
comentar una impresión que me causa la novela: la
impresión de un abismo. Un abismo entre una historia y una
escritura.
Hay una historia, una niña que nace en una cárcel, la
niña es abusada por el Alcaide de la cárcel y luego
entabla una relación amorosa con un preso que va a ser indultado.
Dicho esto, uno podría decir que es un tema para una denuncia
políticamente correcta sobre las formas de victimización
de la niñez y del mundo de lo femenino, o que es la trama de un
melodrama, un triángulo amoroso forzado. Narración de las
vidas arrojadas ahí.
Bueno, Neón, que tiene en su centro esta historia, no
es nada de eso, y no sólo no es nada de eso sino que entre esta
historia que acabo de mencionar y lo que es Neón, hay
un abismo. Por eso decía, el hiato, el abismo es lo que me
interesa pensar, qué es esa diferencia entre lo que es esta
novela y la historia que contiene en sí, porque en esta
diferencia, me parece que está el valor más profundo y
más subversivo y más insumiso de la escritura de Liliana
Heer. Es decir, lograr hacer con esta historia otra cosa que no cabe en
los moldes en los que se narran estas historias, hacer con esta
historia la piedra de toque de una experiencia que es del orden
más radical de la literatura. En ese sentido, la lectura que
había planteado ahora es para pensar o tratar de pensar de
qué modo está construido este hiato o de qué modo
está construido ese abismo entre lo que es la historia, lo que
la historia encierra y lo que es la escritura.
En principio, los personajes aparecen como figuras. Es una novela de
figuras, es una novela de figuraciones, es una novela fundamentalmente
de transformaciones. Hay un Alcaide que también es Tutor, hay
una Niña que también es Celadora y también es
Costurera. Estos son los nombres, son las figuras que aparecen y
aparecen sustituyendo, desplazando y evitando los nombres propios de
una identidad en continuidad. Son figuras que aparecen nombrando una y
otra vez algo que va configurando, que va mutando y no un nombre que
garantiza una continuidad de esa historia. Hay un Viajante que
también es el Indultado y que también es el Falsario,
cada una de estas figuras aparecen con una inicial en mayúscula.
Estas figuras construyen o son puestas en escena. La novela se
constituye como serie de puestas en escena con una singularidad, porque
me parece que la escena fundante de Neón
es una escena de inversión que se repite. La escena que se
repite es la escena de una inversión, ¿en qué
sentido?, en el sentido de que hay una fuerza, una fuerza en un sentido
nietzscheano, diría, que toma a otra y la reinterpreta. Las
escenas que va desplegando Liliana, son escenas de una inversión
muy profunda que es que la víctima (si lo pensamos en los
términos de esa historia que podría poner como historia
narrativa y que se convierte en otra cosa o es otra cosa directamente),
la “víctima” entonces es la que construye la escena,
la que construye desde su debilidad y se apodera de toda la escena,
define las figuras, es la que enceguece, es la que susurra, es la que
ordena y es la que festeja. Esa inversión es la singularidad
profunda de las escenas de Neón.
En la contratapa del libro, ustedes verán que Leónidas
Lamborghini dice: Tiene comicidad… ¿Por qué un
libro así, que tiene en su interior esa historia, esos trazos,
puede tener comicidad? Bueno, porque supone que toda escena siempre es
una escena que puede inventarse, que puede reinterpretarse y puede
darle otro sentido. Y que en el fondo del horror, las cosas pueden
darse vuelta y se pueden dar vuelta, diría, como un guante. El
guante es una imagen precisa y fundamental que recorre esta novela. El
guante, de dos modos: el guante es la escena para que el Viajante
salga, es la escena comercial para que el Viajante salga, pero
también es costura de fachada, es aquello que se pone sobre lo
más exterior del cuerpo, pero que está puesto
allí, o su costura está puesta allí, precisamente
para ocultar la otra costura, la costura que hace de la ex Niña
la figura de la Costurera, que es coser el himen de la novia de los
presos. Restaurar. ¿Qué es coser un himen? Restaurar
cuerpos que han sido transitados al modo del peaje o al modo de un
intercambio o un pago. Bueno, el cuerpo, para seguir pensando esta
escena de inversión que constituye a Neón,
el cuerpo en esta novela es un cuerpo todo el tiempo rehecho, es un
cuerpo que se convierte en superficie de conversión y sus
transformaciones se dan a partir de inquietantes formas de relacionarse
con los objetos. Es decir, hay algo que atraviesa el mundo de los
objetos y algo que atraviesa la relación de los cuerpos, de su
fragmentación y su rehechura, y su vínculo con los
objetos. Dos objetos: el hilo con el que se vuelve a fabricar un himen,
el hilo que vuelve a restaurar la virginidad perdida o que vuelve a
restaurar la cerrazón entregada y, con una imagen cruenta, la
hoja de afeitar que no termina de oxidarse entre un aborto y otro. El
objeto ahí, la lisura del objeto dura más que el estado
del cuerpo. El objeto persiste más que la lisura del cuerpo que
una y otra vez vuelve a ser atravesado por un proceso que lo obliga a
una nueva reconstrucción de sí mismo, de sus condiciones
anteriores. El cuerpo, objeto central de esta narración, es un
cuerpo que es todo el tiempo un cuerpo de herida, por eso me interesan
estas imágenes del himen que hay que volver a coser o de la hoja
de afeitar que no termina de oxidarse. Pero también es un cuerpo
de deseo, de sumisión y de voluntad.
Es un cuerpo femenino. Necesariamente, a lo largo de la novela hay que
pensarlo como deseo y herida, como sumisión y voluntad. Pero ese
cuerpo también es atravesado por transfiguraciones, no es
sólo un cuerpo que en su ser biológico y deseante de
superficie material es atravesado, también es un cuerpo que es
otra cosa, además de esa superficie. Quiero mencionarlo
especialmente: el cuerpo es la narración misma. En esas
transfiguraciones que atraviesa un cuerpo está la de ser
superficie misma de narración. Porque esta novela, quizá
me equivoque de interpretación pero creo que finalmente trata
sobre qué es escribir. La historia que dije al principio,
encubre lo que es la novela, la encubre o la desplaza, nos obliga a
leerla de otro modo porque la novela es una escritura sobre qué
es escribir. Se la puede leer como un ejercicio, como una puesta de
qué significa escribir, qué significa narrar.
En Neón la narración que genera escucha y que
genera lectura es generación de deseo. Es decir, cuando hablamos
de deseo, cuando hablamos de cuerpos, estamos hablando todo el tiempo,
en este libro, de narración. Quería leerles apenas unos
fragmentitos para decir esto. Escribe Liliana: “Cómo
disponer de la trama propensa a lo concreto en una superficie sin
límite. El ámbito del relato es una membrana bilabiada,
su orificio vertical atraviesa el cuadrante como el iris de un felino o
el himen más barroco”, y luego: “Una caja de metal
refleja dedos dóciles al temblor. Ni prietos ni distantes. Un
agujero por vez, siempre hay una página siguiente. Ya
habrá tiempo de recomponer la última
agonía”. Si luego de un himen hay otro himen, si luego de
una costura hay otra costura, siempre tras una página a escribir
hay otra página a escribir. Pero también en Neón
la narración se hace diálogo, la narración es un
diálogo, es un diálogo entre el Viajante y la Costurera,
es un diálogo que es insensato, se dice, un diálogo que
entretiene, es un diálogo que resulta seducción y por ese
diálogo se establece la pugna de los hombres por una mujer. La
narración es así movilización profunda del deseo,
y, a la vez, es falsedad. La narración es la ficción que
construye el Falsario a lo largo de la novela, la narración es
aquel que ha sido encarcelado por falsificar, constituye todo el tiempo
sobre la base de ficciones, retazos de conversaciones escuchadas,
historias recordadas. El Viajante vuelve con relatos y recién
derrota a su rival cuando concita atención pese a su presencia.
Esta es la escena Neón:
Un Falsario que narra ficciones para una Costurera que cose
página a página y cose página a página
ocultando una transacción indeclarada, es decir, construyendo
una ficción sobre la base de aquello que se resiste a entrar en
el mundo de la ficción o que no debería entrar en el
mundo de la ficción y que esa Costurera es además una
Niña que ha construido las escenas necesarias para hacer del
terror voluntad y de la servidumbre el relato de la inversión.
Bueno, esa escena me parece que es una escena fundamental que
sitúa a la literatura. Si pensamos esta novela a partir de la
idea de escenas de inversión, la literatura se nos coloca en un
lugar más profundo que el lugar mismo de la narración. En
ese sentido que decía que hay que pensar el abismo entre lo que
es una historia y lo que es la escritura. Entre lo que es esa historia
que podría haber dado o que da habitualmente en la vida
cotidiana, en el mundo mediático y en otros tipos y
géneros narrativos. Entre lo que da esa historia y lo que es Neón, porque Neón hace una experiencia de constituir sobre la base de esa historia algo que podríamos llamar pura literatura.
Es un ejercicio permanente de afilar la lengua, de hacerle a la lengua
algo tajante, algo que corta y algo que afila para emancipar (con esa
lengua que es tajeada, que es cortante, que es una lengua acerada) la
literatura de la narración. Por eso decía, para cavar ese
abismo que va a separar finalmente la novela de ese origen que es
contar una historia. Pero para hacerlo, para constituir esa lengua,
para emanciparla de la historia, debe transitar todo el tiempo las
figuras de su adversaria. Por eso están esas figuras, por eso
están esos esquemas, por eso está el Tutor, está
la Niña, está el Falsario, por eso se describen acciones
y se construyen escenas, pero me parece que es posible leer todas esas
escenas y todas esas figuras como actos buscados de emancipación
de la literatura.
Pero es necesario el juego, es necesaria la apariencia, es necesario
que todo esto sea producido por un Falsario para que la lengua pueda
aparecer una y otra vez nombrando la insumisión y el poder de la
Niña. Cavar ese abismo que emancipa una lengua y una
literatura es necesario para nombrar aquello que está más
recóndito, que es más imposible de decir y que roza lo
inefable, que es el momento de insumisión, de rebelión y
de asunción efectiva del poder de una Niña sometida.
---
Neón, de Liliana Heer
Por Laura Klein
Neón.
Un elemento gaseoso, incoloro, inodoro, constituye una diminuta fracción de la atmósfera terrestre.
Fue separado por vez primera de otros gases inertes en 1898.
La criatura es hija de una muerte y un malentendido.
El relato está enmarcado: una línea negra y otra
línea de luz expuesta. Blanca, fría. Una luz que no
está velada, aplana los contornos, los revela demasiado.
Rebuscamiento para que surjan o para ocultarlos?
Los personajes esperan encapuchados.
Hay un cuadrado de cemento con bordes de tierra y pasto donde
está el osario que nunca vacían, cubren con piedras,
arena y cal; lo tapan los mismos colonos no por decisión propia,
nos obligan a tapar todos los agujeros para impedir fugas aunque de
esta penitenciaría nunca ha huido nadie.
Fuga de aire, oxígeno impedido en la red. Liliana Heer, en toda
su complicada voluntad de narrar, nos pone frente a una trama donde
huir es tan inepto como quedarse así. Entonces, la
desesperación del dominio: impedir toda fuga. Si alguien lograra
escapar, no significaría nada más que eso. Hay una
muralla única, que no está en la cárcel.
Si bien permanezco todo el día en la casa, no estoy encerrada
las salidas no son clandestinas, tienen carácter obligatorio.
las ventanas son opacas
¿has visto fusilar a un hombre alguna vez?
Quizás todos sean dos y no uno, o más de dos.
Esta es la clave para entender algo -afirma Heer-: adquirido un montículo ruedan los soportes arenosos.
Neón empieza así: al tiempo que presenta los
personajes, los desarma. Escribir, en este texto, no es fijar en
personajes lo que una novela necesita narrar. “El era Viajante.
Ella, Costurera, pero podría haber sido al revés, que
ella viajara mientras él cosía. (Dejémoslo
así) Ella cose, él viaja.”
La escritora escribe, los lectores leen. En una entrevista del 10 de
febrero del 2008, Heer vuelve a decir dejémoslo así:
cuando le preguntan por su oficio de escritora, responde con su
pasión de lectora.
Indicaciones para la lectura, página 69: “Ir
detrás de cada columna, envolver el vacío, rastrear el
hueco entre los hierros y la escalera, llegar al rincón de los
tachos, los grandes toneles cargados de estopa… Abrir sin otro
propósito que palpar… Dar impresión de haber sido
parte de los escombros.”
Leer es raro. Cuando el Narrador pretende tranquilizar a la tropa, los escombros se vuelven un camino adonde volver.
La expresión luz de neón se aplica
incorrectamente a los tubos luminosos rellenos con otros gases
distintos al neón y que producen un brillo coloreado.
Una sustancia plástica, de cabaret, polleras gastadas, basura
gastada. Esa línea de luz absorbe los insectos desgraciados por
amar la luz, por buscar la luz, por buscar, buscar, eso no es luz.
Neón.
Inerte. Poco. Irrespirable.
Nació de una muerta. No, no nació. La arrancaron de una muerta.
¿Cómo hizo para que el lazo no enlazara?
¿Cómo hace Liliana Heer para hacernos saber que la
Niña es la Celadora que es la Costurera que desvitaliza la
muerte?
Acá necesito estos versos de Seferis: “ligado a esta roca que se hizo mía por el dolor”.
Hecho el vacío en un tubo de descarga, el neón produce un brillo carmesí.
En su estado líquido tiene una capacidad refrigerante por unidad
de volumen 40 veces mayor que el helio líquido.
“Lo oscuro se movía por empuje, por derrumbe; ella
sentía las pisadas arriba de su cabeza, los ojos
dependían de la palabra combustible, de la palabra
fósforo. Que hubiera o no luz transformaba la aventura en
hielo.”
Casi siempre en este libro los tres canales que surcan el relato
respetan la línea negra que lo limita. Una
“objetividad” alienígena persigue el curso del
horror para entregarlo limpio, vaciado de afectividad y si no lozano,
al menos casto en su perversidad.
Pero el rostro, cuando aparece, tiene el ímpetu de una piedra
arrojada en el ojo. El puño sigue ahí, por eso la
criatura no llora, ni va a llorar.
Cárcel, muralla rectangular sensible como una brújula.
Cuál puede ser la sensibilidad de una muralla?
La muralla es una orientación.
El eje se invierte, succiona márgenes de tolerancia.
Sin entender la trama, la tortura y el recinto y el corral están
circulando todo el tiempo. Desafectivización total. Eso lo
vuelve más opresivo.
Línea negra cada vez más ancha. Para que el castigo siga siendo castigo.
“Se dejó llevar por el aspecto inocente de una
habitación debajo de otra, el misterio de una oscuridad
más oscura que la noche y creyendo en lo que veía, un
espacio limitado por gruesas columnas, paredes de ladrillos sin revoque
y decenas de elásticos vencidos; confiado en el rápido
descenso (…) hizo un ademán pueril, levantó los
hombros y ordenando cerrar la tapa, dijo: ¿A quién se le
ocurriría pasar de una celda a otra?”
¿A quién se le ocurriría pasar de una
celda a otra? A Liliana Heer. Hasta que la sordidez deje de ser
sórdida.
---
Anatomía del desparpajo
Por Adrián Cangi
1. Series
Neón es la historia visual de unos
procedimientos. En la primera parte, cap. IX, se abre el funcionamiento
del dispositivo narrativo:
“El Narrador enmarca tres personajes.
Ni asombro ni hábito: obstinación.
Deriva la historia del malentendido (origen de la criatura) hacia el Alcaide.
La invención del mozo, el reportaje de la cantante y las
anécdotas del colono enumerador se las atribuye al Viajante.
¿Y a la mujer?
Por momentos, condensa en ella el motor de la acción (laberinto de dobles originales).
¿Cómo?
Secreto.”
Aquel, aquella o aquello que enuncia describe tres series
heterogéneas entre sí, que sin embargo, forman bajo el
azar del acontecimiento, una atmósfera común. La serie
del Viajante es la del síntoma, la del registro uno por uno de
los signos del impulso. Y en su doblez, cuando éste
actúa, está condenado a soportar la divergencia. La serie
de la Costurera es la del simulacro, el motor de todas las acciones. Y
en su doblez, cuando ésta percibe, permanece inmóvil,
curiosa, atenta. La serie del Alcaide o Tutor –origen de la
criatura o señor de la ley del encierro- es la del dominio, la
de la mueca intimidatoria. Tal vez, no se le conozca doblez, ya
que por amor u odio, vive en guerra con la verga o el bastón y
su única obsesión, de principio a fin, es espiar.
También, ritmar las relaciones entre la Costurera y el Viajante
en el mapa de su antojo. En los momentos de máxima intensidad el
Viajante contrae lo que la materia disipa, aparece como un contemplador
cuya tarea es la enumeración por descripción. Y por ley
del doblez disipa lo que contrae y se entrega a la pulsión
lenguaraz. La Costurera colorea, traza, distingue ráfagas sobre
el fondo. Parece disipar en la acción una contemplación,
al mismo tiempo que es una beatitud atenta a las resonancias del fondo.
El Alcaide o Tutor, a fuerza de
punición-extorsión-purgación, experimenta un
éxtasis represivo en la paternidad bastarda de la criatura que
revive su dominio. Confunde la ley con la trampa, y en ese margen:
espía… El plan revela una estructura precisa y abierta,
por ello triádica, donde las funciones Viajante, Costurera,
Alcaide -los tres astros sin atmósfera-, son puntos singulares
de la estructura que no se separan de los acontecimientos que los
activan, es decir, de una historia que como efecto le es interior a las
funciones. Cuando las tres series se cruzan en un punto, como por
ejemplo en la tercera parte, cap. III, el encuentro consuma un gag:
“El Viajante no se detiene cuando entra el Tutor; mil
letras habitan su tubo, la incontinencia es total. Morado, impetuoso,
parpadeante.
La Costurera no le quita los ojos de encima.
El Tutor prende un cigarrillo tras otro. Incómodo golpea el
bastón contra la máquina de coser, gesto que lejos de
intimidar al Viajante lo urge a continuar contando lo que le oyó
decir al hombre del hotel.
(…)
El Viajante aclara que algunas frases se le perdían.
En realidad lo que ha perdido es la vergüenza, piensa la Costurera y le quita el bastón al Tutor.”
El fruto de este gag es un fino hilo de hiel que
actualiza a la Niña, que ha dejado de ser la Niña para
ser la Celadora, que ha dejado de ser la Celadora para ser la
Costurera. Al mismo tiempo que actualiza su nueva función
conserva la potencia de una nebulosa de criaturas que coexisten al
unísono.
En el plan ideal cada función o personaje converge hacia un
excedente, hacia un lugar paradójico. Cada función falta
a su propia identidad, a su propia semejanza a su propio equilibrio.
Las funciones o personajes segregan, por defecto o exceso, una
narración. El fruto de estas series es la criatura: exceso para
el Viajante o Indultado, defecto para la Costurera o Celadora, fijeza a
la ley de la perversión para el Tutor o Alcaide.
Aquí comienza el show: la criatura hace que todo funcione por
exceso, defecto o fijeza. Aparece expuesta como efecto de la
disciplina, el rigor, el aislamiento y el suplicio, y se desvanece como
carmesí. La criatura es el casillero vacío que, entre el
exceso de su exposición y el secreto de su desvanecimiento, hace
funcionar a las series.
Siempre habrá ironía cuando se acredite, aunque solo sea
como ilusión de funcionamiento, en un plan ideal. La
ironía es una ascensión representadora del cerebro, que
engaña para ser soportado, coextensiva con el individuo o con el
yo que expresa.
2. Diagrama.
Al describir Neón estamos condenados a entrar en
el juego. Cada gesto está calculado, incluso aquellos que
escapan a todo cálculo, aunque el funcionamiento conserve un
margen de indefinición. No parece haber distancia justa para
decir, porque de un modo u otro, también están previstas
las alternativas de una palabra crítica por el movimiento propio
de los dobleces. Organismo trinitario: en tres partes, con tres
personajes y tres movimientos de enunciación. En términos
eróticos la trinidad promete una intensidad perentoria, en
términos lógicos, un movimiento paradójico. El
organismo/ dispositivo está hecho de dobleces y de
devoración. Por más violencia que destile la
representación, el problema se encuentra en el mecanismo, que
absorbe por igual las abstracciones, las contradicciones y la
“baba de la linealidad”. Decimos organismo porque se
conservan los ronquidos del cuerpo. Decimos dispositivo porque emana de
éste la pasión por lo concreto. El organismo/ dispositivo
funciona con un mínimo de sujeto: el ritmo, y con un
máximo de subjetivación: el funcionamiento objetivante.
El mínimo de sujeto se cree con todos los derechos y estrangula
el texto. El máximo de subjetivación funciona sustrayendo
cualquier representación excesiva como la documentación
espacial del encierro y los indicios sintácticos que
harían al despliegue narrativo. El organismo/ dispositivo
destila un ritmo objetivante más cercano a una pasión
colorista. En la tercera parte, cap. I, el funcionamiento exhibe su
límite:
“Los vicios del Narrador superan la buena voluntad de
los personajes. Muerde fragmentos minúsculos, merodea dolencias,
fermenta, punza abscesos, revisa, explora sin piedad las
etcéteras. Es un siniestro destripador que asoma en cualquier
esquina aunque no sea de noche. Divaga, se obsesiona, delinea, pinta en
lugar de escribir.”
Una declaración de derechos, aunque en el cap. IX irrumpe la pregunta:
“¿Acaso el Narrador no tiene todos los derechos, es decir, ninguno?”
Nos preguntamos, quién toma la palabra, quién
traza el diagrama, quién pinta en lugar de escribir. No lo
sabemos. Aquel, aquella o aquello que toma la palabra por derecho se
distingue del vicioso narrador y de la máquina autor.
Aquél, aquella o aquello son un efecto del dispositivo, un ritmo
objetivante, una pasión colorista.
3. Figuras
En la primera parte, cap. I, el funcionamiento expone su reversibilidad:
“Él era Viajante; ella Costurera, pero
podría haber sido al revés, que ella viajara mientras
él cosía.
(Dejémoslo así).
Ella cose,
él viaja, …”
Él, ella, o bien: ¿élella o
ellaél? En el funcionamiento hay reversibilidad de las figuras
aunque no indistinción. Él, ella son un concentrado de
muecas al servicio de la función que desempeñen. Las
funciones Viajante, Costurera, Alcaide, son identidades estables presas
del doblez, aunque cada función falte, como hemos dicho, a su
identidad, semejanza o equilibrio. La identidad relativa de las figuras
no pone en crisis la determinación sino, al contrario, expone
diferentes grados del funcionamiento. A poco andar una pregunta
incomoda y desajusta:
“¿Nuevos plasmas o el retorno al folletín?”
Los encadenamientos de la fábula parecen no sostenerse.
El ritmo objetivante se distancia de los amantes de la narración
de la historia, justo de aquellos que despotrican ¡basta de Joyce
o de Beckett! ¡Hay que narrar! La superstición de nuestro
tiempo reclama y requiere de encadenamiento fuertes: claras figuras,
acciones determinadas, funciones establecidas, variaciones
lógicas de las pasiones. ¿Qué lugar resta al
maestro experimental dueño del desgarrón, del islote y de
la vibración? Fuga y deriva son palabras que hay sostenerlas y
ejecutarlas. ¿Dónde? Antes que en otro espacio: en el
cuerpo. Cuando el folletín resulta destrozado y no obstante,
como un guiño, sostenido, es porque algo escapa: agudo, viscoso
y por ráfagas. Escapa el cuerpo. Coser siempre será una
ocurrencia posterior. Si la fábula es una ilusión
necesaria, la narración no está en peligro, solo
será de un orden escurridizo. El problema ya no es la secuencia
porque el movimiento de la mancha y la línea son atribuidos al
ritmo, al vibratum de la voz. En la primera parte, cap. V, el
funcionamiento revela la ley de las figuras:
“Quizá todos sean dos y no uno,
o más de dos.
Los personajes comienzan a expandirse, a vivir en doble vida, a esperar
encapuchados la aparición de algo desconocido.
Más allá de cualquier pretensión, la historia no tiene principio ni fin.
Ni cómo se llama ni quién es, a lo sumo qué dijo o qué hizo.
Una ilusión: seguir la secuencia, el vibratum de la voz.”
(…)
“El progreso se hace sentir en el decorado.”
Los personajes -figuras o funciones- segregan el decorado. La
figura es nexo de movimiento y creadora de espacio. Los agregados
artificiales que se acoplan a ésta, como los filtros y las
muecas, son los gags no humanos del cuerpo. Los filtros determinan lo
visible, las muecas condicionan el nexo. Lo desconocido domina
cualquier expansión o pretensión y la reduce a una
enunciación o acción actual. El gag es destino de las
figuras como el mostrarse de lo que no puede ser dicho, como el defecto
de la palabra. La expansión de las figuras se conduce hacia el
gag en un defecto del leguaje mismo. Cuando tal desgarrón se
produce en el lenguaje fermentan vibraciones.
Entre la mancha y la línea, entre el abismo y la forma,
está el ritmo. El ritmo despliega el salto que va de lo informe
a la forma. Si en el inicio era el ritmo, éste antecede a la
forma y la constituye, antecede al signo y lo determina, antecede a la
figura y la colorea. El ritmo no es cadencia o medida de tiempo, sino
despliegue y articulación del tiempo implicado en la forma. No
es una extensión temporal ni una duración continua sino
una tensión de duración. Una forma se explica a sí
misma implicándose a sí misma. El tiempo implicado y
generador de la forma coincide con su tiempo explicado. El tiempo del
ritmo es un tiempo de la presencia. Neón
abandona la secuencia o la sigue a saltos persiguiendo el ritmo de la
voz. Los conceptos son ellos mismos personajes rítmicos
portadores de dinamismos, pero la voz es la que traza ritmos,
movimientos del espíritu en el espacio y el tiempo. La voz
revela que los conceptos no son abstractos sino una percepción
del espacio, una manera de sentir el tiempo. Tal vez, Neón pueda ser experimentado como un inmenso ralenti capaz de mostrar todas las velocidades del pensamiento.
4. Cuerpos
En la primera parte, cap III, el funcionamiento expurga el cuerpo:
“Ahogo, sangre, silencio.
La llevaron al despacho del Tutor creyendo en su mudez.
Una diablura, dijo él
y la sentó sobre la falda.
Después le regaló un cuaderno:
se hace así
y le apretó la mano contra el lápiz.
La Niña, no iba a llorar aunque la golpeara.
La golpeó al verla rayar el escritorio.”
Si hay plan ideal o ascensión, también hay
caída hasta “el cuerpo extraño (que) puede ser
verga o bastón” hasta él “ahogo, sangre y
silencio”. El cuerpo aunque está siempre presente deja de
coincidir con la persona para exponer la profundidad de las mezclas.
Cuando esto acontece el absurdo de las significaciones entra en escena
como una carcajada corta y seca del tipo estilete, que desdobla
superficies artificiales entre sentido y sinsentido.
El Tutor, como señor de los lares y de la ley, conoce el cuerpo
de la Niña, luego el de la Celadora, más tarde el de la
Costurera y a todos al mismo tiempo en el secreto de un crimen
anterior. Sin embargo, sabe arreglar los desajustes. También
conoce al Indultado, luego el Viajante, y tras olfatear aquel
vínculo entre la Celadora y su rival, se transforma en el
señor de los favores. En el Tutor estriba el poder de la
falsación que revela su verdad: afianzar su ley y sus posesiones.
“Vos bajo mi techo y él afuera”, afirma el Tutor.
Sus movimientos pendulan sobre el cuerpo: controla y cede, viola y
encierra, indulta y ofrece, hasta que todos sus artificios se
naturalizan. Entre resistencia y obediencia se teje elasticidad y
control, como vibraciones propias del encierro donde todo se desdobla
hasta descubrir el cuerpo como un plegado de metástasis. Solo a
fuerza de prohibición la pureza se ha esfumado y los hechos y
los cuerpos han cambiado de forma, aunque persista el “vapor de
braguetas encendidas”. El secreto de la Niña creció
en la generosidad de la carne y en su mismísima
amputación. Doblez necesario para modelar un cuerpo en el
éxtasis represivo.
Impuesto el tiempo simultáneo, el triángulo irradia
mutaciones, cambia de naturaleza. Todas las funciones avanzan a
tientas: el Tutor, bebe; el Viajante, saborea; la Costurera, introduce.
La ronda del juego desequilibra el conjunto. Como corresponde, el
Tutor, hace trampa y se exaspera; el Viajante omite su fluencia y
“ella tiene los ojos deformes de mirar sin pestañar”.
Final de partida.
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