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Liliana Heer
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©2003
Liliana Heer
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Presentaciones de Neón
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Librería Ross
Rosario, jueves 3 de abril 2008
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Luz de neón
Por Angélica Gorodischer
Novela si es que es una novela, más que intrigante,
ésta iluminada de a ratos por luces de neón, oscura a
veces y deslumbrante siempre. Liliana Heer suele darse esos gustos:
plantarse en medio del lenguaje y hacerlo girar en torno a ella,
obediente o retobado, para obligarlo a decir lo que a menudo se calla,
se oculta, se deforma. Decir, como ella misma lo escribe, decir que no
se sabe lo que se sabe. Suprema sabiduría cuando hay una
historia a ser contada, un Narrador que enmarca a los personajes y los
ilumina turno a turno contra un escenario a punto siempre de caer
destruido por golpes o vientos enmarañados que salen de las
manos de quienes se ocupan de señalar, marcar a fuego o a niebla
las vidas de los otros.
Quién es quién. En realidad una se pregunta, a medida que
va leyendo, cómo la Niña deja de ser la Niña,
cómo el Indultado llega a ser como es, quién es el Tutor
y quién mira desde detrás de las rejas a quien nunca
volverá a mirar. El tiempo retrocede, vuelve y vuelve a ser el
de hoy. No importa que la Niña haya buscado voces ocultas en la
caja, de noche, cuando el sueño vencía a quien la
vencía. Lo que sí importa es que haya, cada día,
con el pedaleo de las máquinas o las maquinaciones de los
motines, un pretexto para seguir ahondando en la desdicha desmenuzada
por las palabras. Se sabe, por cierto, pero es necesario decir que no
se sabe.
Certero, de una certidumbre pétrea, el Narrador expone lo que ha de ser el ámbito del relato,
el episodio crucial que divide el espacio de las vidas en
cirugías, mudeces sufridas desde la niñez. No hay
palabras para delimitar el freno que supone la burla a los malos
sueños.
Es por eso que en la segunda parte de la novela, si novela entre manos
es lo que tenemos, se pasa revista al escarnio, se repite una y otra
vez lo que, oculto y demencial termina por ser la rutina obsesiva con
la que se muele la desdicha. Entonces la descripción de la
cárcel-osario se revela como una necesaria transgresión a
lo que debiera ser, lo que debiera haber sido en caso de que la
narración, la tarea del Narrador, no se hubiera emprendido nunca
y hubiera quedado, como una de las piedras del pozo lleno de cal,
encallecida en las gargantas, como la pesadilla de la Niña
cuando soñaba que le cortaban la lengua. No se dice, eso, lo que
se sabe, no se dice. El Narrador, como los locos, dice lo que no se
dice. La Niña, como las almas condenadas, espera su momento para
aparecer cruzando la calle, aunque ya no sea la Niña, para
imponer el contragolpe de su presencia burlona.
La Niña, el Alcalde, el Tutor, la celadora y los
colonos-condenados conforman un coro cambiante que de pronto se
transforma en la descripción de lo correctamente posible: de
quien tiene las llaves y los reglamentos puede esperarse desde
compasión hasta prevención. Y por eso, aunque a la
Niña no le hubieran cortado la lengua y sí le hubieran
rebanado las carnes, la amenaza consistió en un clavo en la
lengua y a fuerza de prohibición, los hechos fueron cambiando de forma.
Pues bien, a fuerza de palabras, los legajos, publicaciones y
papeles convierten al indultado en el Viajante, instalan el incendio en
el que todo se pierde y que deja el hueco sospechoso del que se
arrancó en algún momento la criatura de la que todos
tuvieron algo que decir.
Y entonces se accede, con esa misma palabra, al secreto de lo que no se
sabe y se dice que se sabe. De lo que se sabe finalmente y que termina
por ser el esqueleto sin carne de una narración-filigrana en
torno a los movimientos de personajes que van diciendo, no sólo
la Niña, sus pesadillas. La Costurera y el Viajante, que
iniciaron el discurso, aparecen en el lugar que el parto y el incendio
habían dejado vacío. La sospecha puede entonces
apaciguarse. La Costurera cose una segunda piel para las manos de
personajes a los que no se nombra; el Viajante lleva en su portafolios
las reglas de código de Hammurabi que le han de permitir su
desenvolvimiento en la vida. El horror de la cárcel, lo
siniestro, lo tapiado, todo eso queda atrás.
El Narrador en la tercera parte, pierde su prestancia y va adquiriendo
todos los rasgos de un viejo caprichoso que recorre el tiempo de los
deseos aterradores, allá, antes de que todo se desatara. El
motín estalla en la piel del carnicero que corta pero no come,
en la exigencia de los colonos, en el desmayo de la celadora.
No hay salida. En realidad no hay salida para esos personajes que se
han apoderado unos de los otros y que no dejan resquicio para la
respiración. Una danza, una ronda, en la cual cada uno ocupa el
lugar del otro hasta desangrarse, De pronto aparecen las armas y el
filo de los cuchillos remeda las agujas de la costurera y la voz del
Tutor cuando sostiene que ella es suya, solamente suya y la alza contra
el bastión de los hombres en rebelión.
Sólo quedan ellos pero hay que preguntarse quiénes son,
cómo llegaron a la aniquilación y el robo de todo lo que
en el reguero de la narración esparcieron o dejaron de lado. No
se puede olvidar los colores ni las llaves ni la dimensión
invisible de lo que se juró guardar como secreto y que ya
no es más que dilución de todo lo concreto en el agua en
la que se baña a una criatura.
Es un libro alucinante, en cuya lectura se percibe aquello que no tiene
existencia real pero que se ve, se oye, se siente y hiere. Esto
último, la herida, es casi como el acápite de todo lo que
se ha venido leyendo hasta terminar en esa frase dictatorial y
terrible: “No queda nada por hacer”. O sea, todo ha sido
hecho, todo ha sido ocultado y por lo tanto puesto detrás de las
palabras para que nos preguntemos qué es lo que ha sucedido,
cómo, en manos de quién.
Y bien, en manos de quién hemos quedado. Cómo es posible
que hayamos transitado el horror y la ironía, la palabra del
color y del dolor, la seda, el hilo y el suplicio desde la
óptica de un Narrador que no está ahí pero que
personifica los vaivenes de una épica de doble faz. Tal vez
Liliana Heer nos haya engañado. Tal vez haya sido la maga que
nos dijo que nos iba a contar una historia y que de pronto se
transformó en esa nube, esa niebla que nos trajo las voces de
los condenados a ser lo que la costura, el bastón y el agua los
obliga a ser. En ese caso, bienvenida sea. La escritura de Neón
es una experiencia irreductible a cualquier comentario., Ustedes vayan
y léanlo; dejen que la autora los traicione, feliz
traición, transiten por los párrafos y sientan en la
propia piel aquello de invisible que hay detrás de toda cosa
visible.
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A (las) Heer para volar
Por Alejandro Pidello
Neón es un libro para volar. También
para volarse las piernas, dóciles instrumentos, de antigua data
en la biosfera. Las razones para volar, son varias y cada una incluye
varias subrazones, algunas de las cuales serían sub júdice, o sea sujeta a discusión.
Empiezo por esto último, o sea con una subrazón
discutible: Heer o las Heer? A Heer o A las Heer. Duda. Por eso la
manera de escribir el título de este comentario. El
“A”, no, está claro, es del latín: ad, a,
hacia, indica la dirección. Lo que también es
indiscutible es que Heer es un recurso para volar. Un recurso con
varios formatos, porque al presentar el recurso, ella lo presenta en
varios modelos, por lo cual deberíamos retener en el
título-recomendación de este comentario sobre el libro: Las Heer para volar.
Sigamos. Además, ¿por qué varias formas? Porque siempre en sus escritos hay un montón de formas y Neón
no escapa a la general; el escenario está fracturado por lo
menos en dos niveles. Un nivel es en la superficie, en que solo entran
dos planos (para mí no hay volumen en sus imágenes, los
tres planos que definen el volumen se representan en dos planos como en
un cuadro, como en el dibujo de George Grosz que Liliana Heer mejor no
podía haber elegido para poner en la tapa) y en los cuales
siempre hay abstracción o sea se substrajeron, se borraron
cosas. Porque como diría Kandinsky1
“no es cuestión de que el artista entre en
contradicción con cierta forma externa (casual, por lo tanto),
sino de que necesite o prescinda de esa forma tal y como existe
naturalmente”.
El otro nivel, a una indefinida profundidad, que sólo se intuye,
tiene como objetivo también quebrar, pero tipo Tsunami, con
efectos devastadores a nivel de la superficie. Esta fractura profunda,
creo, quiere quebrar la experiencia conocida, pero como el pintor
Magritte, sin recurrir a lo exótico. Quiebra lo conocido y lo
normal, lo situacional, rompe la imagen visual cuando el lector se la
está construyendo. Para esto, probablemente aprovechando la
fuerza planar de las imágenes, recorta y fracciona esa fuerza
con un fervor tijera. Otras veces inventa estructuras
sintácticas, que para mí son oraciones bajo reglas como
el ritmo, o sea versos. Entonces, una de las Heer posibles hace
poesía. Algo así como ese juego de mi infancia, los
campeonatos de orinar haciendo dibujos. Ella orina sobre el piso de lo
conocido y normal y no perdona, dibuja distraídamente,
“una cortesana con oreja de lince”, por ejemplo. En este
ejercicio, con algo de lúdico por parte de ella, a semejantes
pintorescos, medios o del todo, hijos de puta como son todos los
personajes que aparecen en la historia (siempre con mayúsculas),
el Tutor, la Costurera, el Viajante y sus variantes, el Alcaide, la
Celadora, el Indultado, los hace transcurrir en la más bella
selva sintáctica.
Como dice Alberto Giacometti “la figura, la materia son
medios para darse cuenta de lo que veo. Lo psicológico no tiene
nada que ver, el interior y el exterior es lo mismo”. “El
arte es un medio para saber del mundo exterior” porque
“toda presentación del mundo exterior es inútil
después de la foto, la TV, etc.”.2
Ser abstracto sobre los detalles “reales”, al fin,
produce un raro efecto. Entonces, otra de las Heer posibles, escribe
poesía abstracta, pero sin que su palabra debilite o pierda su
sentido visual biplanar, nunca, me parece, los motivos predominantes
son lo sonoro, por ejemplo. O sea, no es poesía abstracta como
la entendía Edith Sitwell, la fundadora de la expresión,
que para mí casi quería decir mucho ruido y pocas nueces. En Neón hay un silencio de nueces. Un silencio guardado en nueces, solo queda soportarlo.
Liliana Heer separa el contenido en muchos contenidos; da lo
que miran y ven sus 10404 ojos y que escribe en 102 páginas. El
Narrador lo dice casi claramente en la página 77. Su texto, el
de Heer, con esta estrategia, se hace una forma “abierta”.
Erich Kahler en el libro “La desintegración de las formas
en el arte”3
, dice que la forma “redonda”, esa centrada en sí
misma, tejida con mallas cerradas, sin fisuras, donde todo está
justo, es transgredida por la forma “abierta”. En ella, o
mediante ella, se pueden alcanzar efectos artísticos tan grandes
como con la mejor forma “redonda”. En este proceso Liliana
Heer rompe los puentes explicativos y opera en las fronteras de lo
expresable, y volviendo a Kahler, “quiere conquistar lo que hasta
ese momento nadie había tocado, aprisionado, revelado”.
La disimulada silueta del Narrador (también con
mayúsculas), alquimista, según objetivas declaraciones
sobre su estrategia como narrador, se va agradando al avanzar el
relato, probablemente para explicitar, en forma relativa, algunos
procedimientos. O más bien explicitar algunas dudas aclaradoras
acerca de que los procedimientos-guión utilizados para
desarrollar la obra, que podrían haber sido diferentes. Sus
irrupciones, no obstante, no pasan de ser un graffiti tipo “no
pasarán”. Los lectores, digo. Siempre parece decir en sus
explicaciones: “les aclaro, el Lector que no inventa
laberintos no sirve para otra guerra”. Y yo aclaro que la figura
del Lector, está inspirada en mí mismo y que nunca es
mencionada en el texto, por lo cual dudo si en este comentario debe ir
con mayúscula como los demás personajes o en
minúscula. Creería que con minúscula, porque
cuanto menor talla se oponga a una ola Tsunami más posibilidades
hay de ver la que sigue.
Empecé a intentar diálogos con el Narrador al
promediar el libro. El Narrador dejó todo, o casi todo, por
escrito, lo que es bueno. Por las pistas especialmente. Pero para
dialogar en estas condiciones solo el recurso de revisor pedestre
parecía adaptado. Pedestre-pierna, caminar, volarse la pierna,
también parecía una alternativa posible, si la cosa a
alguno le sale mal. Por supuesto, el Narrador no iba a cometer la
torpeza de aclarar sobre este punto. Finalicé el diálogo
con el Narrador justo al final. Ya me sentía totalmente
integrado con los juegos perspicaces del Narrador, con las
imágenes biplanares, hasta con los triángulos amorosos
biplanares. Ya al fin del fin, hice un comentario, aunque el calibre
del mismo me sigue pareciendo muy marcado por el impacto, tipo amor,
que me produjo la Costurera que dio el buen paso, jugando con bufandas
y corbatas. Dije: “en dos meses, se cumplirán 110
años del descubrimiento del neón, gas noble muy
capaz para conducir la electricidad y que hecho relato conduce de
todo”. Muchas gracias Liliana Heer por escribir Neón.
1 Kandinsky V. Sobre lo espiritual en el arte.1ª ed.
2 Alberto Giacometti. Film noir et blanc. 52 mn. Version originale Francaise ©1963 Ina.
3 Kahler E. La desintegración de la forma en las artes. Siglo XXI Editores SA. México. 1969.
Registro fotográfico en Flickr
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