México
30
de noviembre de 1998
Liliana Heer
Querida amiga:
Esa
carga de deseo (deseo irrefrenable de escribirse que se verifica en
las páginas de La Tercera Mitad) y
la maestría con la que te dejás guiar, y
a la vez, te hacés dueña de ella
controlándola, (anudándola y
desanudándola con
un sentido del ritmo y la oportunidad que subyuga) es, en mi
opinión, lo que promueve
(para usar una palabra tuya muy querida) a cada momento
(después del necesario
respiro) a no cesar la lectura, a renovar el goce. A continuar hasta el
fin.
Aunque la cosa no dejará de avanzar en uno, no
dejará de “hacer andar las
imágenes”; no dejará uno de convertirse
en un (seducido) rumiante de tu novela.
Claro, lo anterior suena a
obviedad. Pero, qué otros aspectos interesan destacar
después de constatar que
el asunto lo es, que el novelista, que el poeta lo es gracias a esa
capacidad
para asumir (con todo) esa carga y conducirla a buen término
(perdonáme el
lugar común). Lo otro se los dejamos a los comentaristas.
Gide, en el
diario que lleva de Los monederos falsos le hace
asentar:
“Despojar
a la novela de todos los elementos que no pertenezcan
específicamente a la novela”.
¿Lo leíste? Y agrega líneas
más abajo refiriéndose al novelista:
“no abre suficiente
crédito a la imaginación del lector”.
Por cierto que
trucos de escamoteos y otros de ya probada eficacia (pero
vos los hacés tuyos) con los que la narrativa
contemporánea ha logrado
potenciar esa imaginación (no hablo aquí del
realismo maravilloso tipo G.
Márquez), forman parte de tu hechicería.
Y, a
propósito de esto, te diré que me ha llamado
mucho la atención tu
foto de la solapa. Todo ese clima a lo Hawthorne y, de pronto, esa
Liliana Heer
allí retratada como sorprendida de que la hubieran hecho
visible.
Bueno hasta
aquí las boludeces de un viejito ga-gá. Le
ponemos término.
Pero antes te felicito de todo corazón. Te envío,
yo también, un fuerte abrazo.
Te doy mil gracias.
Leónidas
|