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Liliana Heer
Contratapa
Fragmento
Reseñas
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©2003
Liliana Heer
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La Tercera Mitad
Legasa, Bs As, 1988
Si tu dis quelque chose, cela passe par la bouche; or tu
dis un chariot, donc un chariot passe par la bouche.
Crisipo
Los pabellones comenzaron a arder y siguieron ardiendo con lentitud como si hubiesen colocado bolsas de arena tras las rejas o cavado un foso para impedir la propagación de las llamas hacia el bosque. Se ha quemado gente en todas partes, se han hecho cálculos sobre ejecuciones en la hoguera por siglos, sectas, inquisidores; existen referencias históricas sobre las plagas del fuego y su culto, autos de fe contra herejes, crimen nefando, raza, locura. No obstante en ningún archivo consta la quema del Lazareto ni el anuncio de esta ceremonia planeada con anticipación, previo traslado de cuadros, esculturas y riguroso aislamiento de la capilla.
No fue accidental que Blas desde la ventana de su residencia notara movimientos inusuales, puesto que mirar el bosque y los pabellones era su costumbre. Seguiría sin saberlo el curso de los preparativos: tablado, graderías, palas removiendo la tierra, estatuas quitadas de lugar, jaulas con verjas, fuego. Sus ojos miran los cuerpos arder, enmudecido. Los hijos insisten pero no obtienen respuesta, no comerá, no dormirá; de pie reverenciando el horror permanecería. "Nadie debe saber", como si importara guardar en secreto un acto público. Durante la guerra un ciudadano sirviéndose del largavista que Blas conserva sobre el escritorio verá el avance de tropas adversarias y verá también un instrumento de idéntica precisión pero más complejo, con mayor poder de alcance, apuntarle. La carne se revuelve multiplicando las fuentes. A Blas le alcanzan los ojos, no pensará en un espectáculo. Si hubiera sabido quizá no se detenía en forma automática, hubiese bajado las escaleras, hijos pequeños, una mujer a quien no puede sentir familiar lo espera. El no recuerda un solo instante vano, entre las frases neutras se desliza algo temido, el entusiasmo del jefe de familia comienza a morir sin que nadie lo advierta, contra su voluntad, quebrado el impulso de proteger, de resguardar. Lobo, olfatea el bosque, presas tangibles se contorsionan, ve una caza. Todo tiene explicación, sentados en las graderías, bien próximos, contemplan; en el solio, impecable, un rostro. Necesitaría otros ojos, sólo retienen el fuego, su brillo sin gritos. Ataron las capuchas de los enfermos, firmes sogas contra sus bocas gimientes, uno y otro de espaldas, envueltos en sacos, empujados para verlos tropezar y retroceder ardiendo como teas. En el claro del bosque, a paso de bárbaros, patean encuadernaciones impares, manuscritos invalorables, prosiguen la marcha hacia los actores egregios de los Testamentos. Eine... Zwei... Eine... Zwei... en los tímpanos. Expresado en términos religiosos, Blas descubre un Dios usurpador, el no que Antígona grita con resonancia heroica. Usurpadora victoria de una rebelión inasible como el dolor de los átridas y la fatuidad del fetiche ciego ante la reverencia angélica.
Blas cesa de repetir la frase de tres palabras convocantes del ocultamiento, de pie junto a la ventana, a sus espaldas aguafuertes del grabador noruego y una estampa del tiempo de Hölderlin lo custodian. En el nuevo escenario un hombre uniformado pasea frente a las jaulas, parece dar una orden breve. Dos movimientos simultáneos, las graderías son desarmadas, sus tablas se utilizan sobre caballetes como mesas, algunos vuelven con palas, recogen despojos, los insertan en cajas de cartón, otros, ya sentados, empiezan a beber, comen trozos de cordero, hablan: "No se cura en las orillas del Lago Mayor ni en los jardines de Minusío, no se cura la lepra de los albañiles ni de los campesinos que en la costa del río o en Bad Ems lavan y esconden sus rostros malditos. El fuego los tocará y será entonces cuando se anuden unos a otros los últimos tiburones por la cola y padezcan carcomidos por las llagas y el regocijo de la nobleza. El que muestra carne podrida despierta al quemador, entonces es el tiempo de la muerte súbita, la que golpea, derriba y extirpa la blanda carne de los huesos".
Tendido, como quien muere en alta mar, el tiempo empujado por el sol se acerca. En vano sopla el viento, en vano cae la nieve y florecen los árboles. Miserere nobis, ciencia del equilibrio de las fuerzas.
Habría que narrar el incendio y describir el fuego a lo largo del cual otro fuego existe entre sus llamas, de manera que resalte aquella fase más recóndita y duradera donde el incidente, sin comienzo ni fin, desafíe al que observa, apunte al ciudadano posedor de largavista, haga contemplar la amenaza e incluso el inminente acto de exterminio.
Al amanecer, mientras las campanas tocan a misa primera, mientras los hijos llaman al padre que no bajará a saludarlos ni les hablará más, mientras la escenografía del incendio es retirada dejando en su lugar, intacto el bosque, las paredes del pabellón ennegrecidas, vidrios, escombros, papeles, Blas unirá el espectáculo a otros, quizá no presenciados pero sí ejercidos, llevados a cabo merced a la estirpe de su familia, antiguos armeros enorgullecidos en la delegación de un poder, intermediarios de la ira de ciertos hombres dúctiles en rivalizar con la nada, obsesionados por imponer un destino, oscura fraternidad que hiende las piernas a partir del sexo.
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