Liliana Heer

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Liliana Heer

Reseñas de La tercera mitad

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Una Rosa para Liliana Heer
Por Antonio Elio Brailovsky
El Ciudadano, Buenos Aires
Noviembre de 1988

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Supongamos, por un momento, que uno de los objetivos de la creación artística y literaria es la transmisión de una gama de sentimientos. Si esto fuera cierto, tendríamos buenas razones para practicar la lectura hedónica que propone Borges y prestar alguna atención al tipo de sensaciones que una obra despierta.
Por esta vez voy a evitar las metodologías críticas usuales. No quiero hablar de los contextos sociales, ni de los significantes, ni de la voz omnipresente de WiIliam Faulkner, sino de mi solitaria experiencia individual como lector de Liliana Heer. Por favor, veamos juntos este párrafo:
"Leopoldo usará de nexo el sombrero para contar un duelo. Vestidos de blanco, pistolas, los pasos consabidos. Dos caras graves a doce pasos de distancia, murmuran los padrinos, si fuera necesario doctores imperturbables observarían los preparativos. Miran el reloj y cesa el optimismo. Erguidos, el rostro severo, en la diestra una pistola. Dos estampidos simultáneos, se oye el eco de plomos perdidos en el espacio. Ningún roce, ilesos, nadie se mueve, el mediodía permite ver hilos de humo al costado de los combatientes. Se equivoca quien piensa en el fin de las imprecaciones, de las injurias. Cada rostro una inscripción, el veredicto, la alternativa equivalente al agua arrojada sobre la cal virgen. Con agua se quema la cal con agua se evita el enfriamiento. Pésame, ante la segunda orden y la figura caída.
Pésame, comprime mi frente y golpea mi pecho. Poco importa que ingresen los amantes en alguna clase de futuro.”
"En el cuadrado de la plaza de armas, en el cuadrado del ara, en la superficie cuadrada por las pistolas y la posibilidad de un cuerpo al caer, lo opuesto del blanco sobre el piso, manchas oscuras con tornasoles. Pésame.”
No, no. Por favor, vuélvalo a leer con más lentitud. Esto es un texto literario. Le propongo trabajar sobre algo casi inasible. Me interesa la consistencia de estas imágenes. No son figuras miradas con lupa, en sus mínimos detalles, como las de Alejo Carpentier. Tampoco son las siluetas remarcadas con precisión de Borges. Son, más bien, imágenes sugeridas a partir de indefinidos puntos de luz como las de los cuadros impresionistas.
Insisto, nuevamente, en la percepción subjetiva de la obra, en el uso de la intuición individual, como una herramienta, no de la crítica, sino apenas de la lectura.
¿Y esto qué nos importa a nosotros? Nos importa porque Liliana Heer está hablando de una particular concepción del mundo. El mundo no está hecho de precisiones, sino de situaciones ambiguas, de percepciones incompletas, de certezas parciales (el eco de los plomos, el humo al costado de los duelistas). Liliana Heer nos está hablando de la fragilidad de la condición humana. Solamente que no lo hace a través del argumento, sino por medio del estilo. No dice: "el hombre es frágil, el mundo es incierto", sino que nos transmite su propia percepción de esa incertidumbre.
En este contexto, poco importa si el protagonista es Blas o es Nora. El protagonista es la lengua y su construcción de la realidad: "Una miniatura no permite aislar fragmentos, funciona completa, ahí reside su misterio", dice.
Me gustaría que evitáramos la confusión entre esta novela y otras -calificadas como experimentales- en las cuales sólo hay un juego de estilo, sin nada que decir. El contenido de esta obra justifica la feroz polémica desatada a lo largo de cuatro números en la revista de libros Babel. Liliana Heer dice, sólo que ha elegido el camino más difícil para decirlo, que es apelar a la percepción intuitiva del lector, en una cultura en la que estamos habituados a que el argumento lo diga todo y el estilo sea sólo el vehículo de la historia. "Se diría que sentimos palpitar una tierra sin edad, que el tiempo del arte no coincide con el de los hombres."
¿Por qué esta forma tortuosa de decir las cosas? ("Sonríe, no se explica, es su método.") Quizá por influencia de la percepción psicoanalítica de los hechos y su forma de aprehender la realidad. Un mundo que no sigue la línea ordenada por Euclides: hipótesis, tesis, demostración, corolarios, sino más bien un rompecabezas de bordes ambiguos, en e! que podemos comprender algunas uniones: ésta y aquélla forman un árbol, las otras dos una persona; ésta es inequívocamente una esquina, la otra sólo puede ser un cielo estrellado, pero la totalidad es esquiva.
"El capricho de los que lidian con la escritura elige sólidos de forma inesperada; se perpetúan guerras en cilindros, se evoca en un cono la restauración del templo, pero ninguno de estos cuerpos es tan impenetrable como aquél. De tal objeto se sabe que haciéndolo girar con las manos, así como giran la Tierra y los astros, se lee y escribe una verdad unívoca que nos está vedada, no sólo por ignorancia, por fortuna", dice Liliana Heer.

Mostrar un conjunto incierto, en el cual ocurren sucesos, pero la verdad (es decir, el argumento) no está vedada, es otra forma de decir que quizás la vida sea un cuento contado por un loco, lleno de furia y de ruido, y que tiene un final pero no un desenlace.


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