Liliana Heer

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Liliana Heer

Reseñas de La tercera mitad

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Realidad de la novela
Por J.C. Martini Real
Diario Clarín, Buenos Aires
Julio de 1988

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En La tercera mitad, el arte de narrar se atiene a una fastuosa provocación: la magnificencia de la novela promovida desde el interior de sus mecanismos como un artificio que no reniega de la realidad, aunque establezca con la misma una dura y audaz correspondencia. Más que sugerir o alegorizar, La tercera mitad propone y desenvuelve un pacto con la ilusión, a través del mismo trazo escritural de la ficción. Es el método del copista, que suspende el hilo de la representación ingenua, la habilidad de contar sin caer en la trampa remanida de la "historia cantada". De esa manera, la novela atraviesa la vida y se deja atravesar, sin imitar la acción y los hechos (al decir de Aristóteles), como una legítima travesía textual, en esa ecuación de "ser creíble" para convencer de que toda tragedia responde a una invención imaginaria en donde la certidumbre final la dice o la pone el lector, en su proyección escandalosa o aguda.
La historia nunca es la misma, pero tampoco es otra: solo es su tratamiento. Blas se presenta como traductor, descendiente de una antigua familia de armeros. Ante la muerte de sus padres, se encuentra con Nora. Ella también trabaja con las manos, cose cadáveres y se obstina en relatar cuentos balbuceados por un asistente, Leopoldo, el guardalupas. En el deslumbrante despliegue literario de La tercera mitad, los muertos tienen cabida pero jamás sepultura. Nora está unida a un hombre mayor, profesante de un culto hereje. Cuando su habitación es violada, solo rescata su cuaderno de notas. Del convento Vogelfrei pasa a vivir en la morgue. Nora y Blas quedan apresados por los ejecutores de ciertos sucesos o de sus siniestros efectos. Su desolada habitación ahora la ocupa el hijo de un pintor, mientras Von Grau (padre) mora por las ruinas del Lazareto, frente a la residencia donde Blas, recluido, observa desde su ventana: allí escribe (traduce, copia) biografías y anota en el cuaderno del hereje las huellas de una pesadilla.
En La tercera mitad, la intriga se diluye en un fantasmagórico sueño de mamparas chinas. Los sucesivos descubrimientos dan cuenta del otro, cada protagonista se abre a una visión familiar, se diría que incestuosa, aunque ninguno se concierne o interviene si no fuera por el tramado de una historia (relatada) que los une, en el goce o la fatalidad de una relación conjunta. La novela es una paradoja que los contiene, La tercera mitad de otra aventura, un onírico resplandor, el fuego salvaje que desuella la identidad de cada personaje, si los mismos existieran más allá del desasosiego que 1os delata o los denuncia: esos cuatro movimientos de La misa en Si menor de Bach, verdadero tiempo estructural de la novela.
Voraz o pródiga, la reflexión filosófica sobre uno de los crímenes (el de Regis) no solo implica un virtuoso análisis de jurisprudencia sobre el delito, sino que además propicia uno de los registros que dialectiza (novelísticamente) el doble cuerpo de la traducción y la traición: la ejecución escritural. Es decir, una breve teoría de la novela (la escena perfecta del crimen simbólico), como relato subyacente de la ficción desarrollada. Una idea ejemplar que presupone uno de los desenlaces encabalgados en una relevante y original obra, su propio drama de realización, la técnica de un asesino envuelto en la misma trama del fenómeno escritural: el fantástico robo a una lengua en su parabólica apropiación de uso y creatividad.

La tercera mitad, en lo novelescamente articulado, prefigura (dicho está) una poética de la ficción. La disolución del narrador omnisciente promueve los distintos y voluptuosos diseños de un lenguaje, la exposición de un estilo que se funde con lo más eufórico de una lengua. La exaltación del discurso se convierte en un bajorrelieve estético que permite fundamentar un decir de la poesía, por donde se cuelan las estampas de sus protagonistas: es la plasticidad verbal de cada gesto o ceremonia que moviliza el placer de la lectura de La tercera mitad, como novela destellante, en su legitimada y armoniosa verdad.


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