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Presentación de Verano Rojo --- Verano Rojo Tomemos, con las dos manos, a Giambattista Vico. Los corsi e ricorsi de una historia circular. O mejor, de una historia en espiral que, fingiendo avanzar, vuelve con insistencia a un muelle donde una madre y una hija están siempre a punto de sellar un pacto definitivo, y sin embargo interminable, siempre dilatado por el sol, quizá por el sol, el mismo del título de un "blues", el mismo literariamente famoso sol que motiva un crimen gratuito en Argelia. Pero entiéndase: "dilatar la idea" no es inhibir el acto: es sólo darle esa temporalidad que vuelve sobre sí misma, que toma ese acto postergado y lo echa a rodar, lo hace circular. Vivir peligrosamente hasta el fin, hasta que el sol se contraiga, pierda su propia redondez. En su ritornello, no puede más que ser una historia fragmentaria, que desmembra el cuerpo en cada punto de1 círculo, o que lo corrompe en la peste del deseo no realizado. Fragmentaria, también, puesto que por ejemplo ese sacón de ocelote que sella el pacto inacabado a través de las manos ávidas de un peletero, carece de las patas y de la cola que harían su cuerpo completo. Como si dijéramos: carecen de la cabeza y los brazos de ese maniquí que tal vez algún día -cuando pueda cerrarse el círculo de pactos interminables- caiga desde el muelle, se haga finalmente cuerpo entero, sin fisuras: algo que, como se sabe, sólo le ocurre a los cuerpos en caída libre. Mientras tanto, apenas cabe anticipar ese instante, volviendo y re volviendo. Girando alrededor de un punto. Porque "un punto vale más que la figura humana", dice Liliana que dice Kandinsky. Porque un punto sí es algo completo, algo que se basta a sí mismo. Algo que no necesita hacer pactos con nadie. Ni siquiera con la línea o el plano del cual forma parte. Algo que no requiere retazos, ni esas patas y esa cola esperando en algún rincón, su color evolucionando en la oscuridad, porque uno nunca sabe. Algo en fin, redondo, como un sol dilatando los actos no definitivos, los que vuelven y revuelven al borde de un muelle, esperando las palabras distantes que recuerden aquella promesa traicionada que es la propia presencia orgánica que es una criatura de carne. --- Estampas de un texto. Género vértigo. Formato circular, ciento cuarenta y cinco milímetros de diámetro, fotografía del film L’Atalante de Vigo en la tapa, cubierta de acetato, hojas color arena, tornillo de níquel, técnica de apertura de los abanicos, edición reducida: cien ejemplares. Taller de copistas La Letra Muerta. Se trata de una pequeña epopeya en la que narro el resplandor entre una generación y otra. La hija y la madre, orificios del tiempo, explosión en la juntura, tijeretazo. Dibujar un elefante en base al recuerdo de los mirlos. Así escribí el texto, catalejos de un pasado porvenir, escenas, sensaciones. Alguna vez leí la aventura de un amante espiando por el
ojo de la cerradura, viendo cómo la nodriza bañaba a su
prometida, secaba su piel con una vela ardiente a escasos
milímetros del cuerpo. Entonces dibujé una madre: “Ella conocía el beneficio de la parodia y a la vez era experta en intimismos. Por milagro, nada cínico la poseía. Gracias a un definido estilo naif, cultivaba la ciencia de lo no domesticable. Como si hubiese mirado hasta el estremecimiento logrando ver que era una estafa el matrimonio, una desolación la soltería, una bomba de tiempo ser mujer, un desvarío practicar la prostitución, obsceno depender de horarios.” También evoque el apego: “Caminábamos por el muelle convencidas de que en cualquier momento saltaríamos, no con el objeto de quitarnos la vida -pequeño detalle entre inmortales- sino para sellar un pacto, un nacimiento inverso, la consigna que después sería estandarte de mi generación: ‘Vivir peligrosamente hasta el fin’. Durante mucho tiempo pensé que aquella mañana alguna de las dos había tenido la ocurrencia de desviar el propósito pero nunca supe cuál. A veces creo que la idea de saltar fue una de tantas ocurrencias que yo solía tener y mi madre escuchaba como un lector manso, sin hacer comentarios ni reproches, solamente moviendo la cabeza y nombrándome por el diminutivo.” ¿Cómo describir a esa hija sin nombre? Lupa
sobre la emigración. Un día, algo entre esas dos mujeres
ya no fue posible más. Distante del género realista, descreída del
monoteísmo y de cualquier simulacro de verdad única,
preocupada por eludir referencias que apelaran al lugar común
del strip-tease personal, me enfrentaba a un triple desafío. Una
idea: hurtar algo a mi pasado, servirme de él como si fuese un
texto -más exactamente un archivo- y deformarlo. Verano roto: Astucia talmúdica de insinuar la resurrección entre pasado y futuro. Ciudadela-castillo-fortaleza. En Verano Rojo hay hombres que encienden fogatas. Como si el instante estuviera formado por trozos de piel, la protagonista narra una historia entre dos ciudades. La clave es el desarraigo, alambres de púa el albedrío: suicidio, festejo, ebriedad asmática, abuso de poder, racismo, desencanto político. El sexo púber se abre a la sabiduría del secreto. Cuando algo ocurre el tiempo se conmueve. Dos vías me unen al texto, una visual y otra táctil. El tono policromo de algunas estampas, paisajes, fotogramas, donde la inmediatez del adiós sufre una stasis, un ralenti, una apacible demora, y ciertas sensaciones inolvidables: la pujanza del bello pubiano.
Imágenes contrapuestas: pantalla-ventana. Suave y sin cicatrices las alternativas suelen convertirse en dilema. Escribí Verano para transmitir la paradoja de lo éxtimo, aquella que Valery enunció magistralmente en la frase: Le plus profunde c’est le peau. Cosmos y caos, vocación proliferante: volver plural lo singular, encontrar la respuesta en la pregunta, intuir en Platón el porvenir del cinematógrafo. Borges, utilizaba la palabra exhumar, en el empeño de transmitir el laborioso esfuerzo por atraer algo sugestivo de la infinita materia que constituye el universo.
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